"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

14 de abril de 2011

Mons. Frassia: "¿cuál es nuestra misión? ¿la de anunciarnos a nosotros? ¡no! nosotros sólo tenemos un Nombre: ¡Jesucristo!"


Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la misa por los 50 años de la creación de la diócesis (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 10 de abril de 2011)



Queridos hermanos y hermanas, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosas, fieles laicos, Pueblo de Dios:

Pensar en esta celebración, en este día en preparación a la Semana Santa, la liturgia toca un tema fundamental: la muerte y la vida. Y ciertamente Dios siempre rompe nuestra imaginación, supera ampliamente nuestra comprensión, porque Dios es el Señor de la vida y tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. Dios Padre nos creó, Cristo nos redimió y el Espíritu Santo nos santificó.

Siempre Dios se acerca, se hace prójimo, nos da su presencia a través de estos días –estos domingos anteriores- primero el agua, que es la vida; luego la ceguera del ciego de nacimiento, la luz; y hoy la vida en confrontación con la muerte. ¡Dios tiene poder, porque es creador, redentor y santificador!

Por eso Dios es vida, es el viviente, que nos llama a participar. Y nosotros confiamos no en palabra de hombre sino en Palabra de Dios. Pero no es sólo la Palabra de Dios ¡es Cristo, que se encarnó en el seno virginal de María! ¡Verdadero Dios y verdadero hombre! ¡No sólo Dios, no sólo hombre, sino verdadero Dios y verdadero Hombre! Jesucristo es el Rostro del Padre que nos lo muestra; y Él es el camino la verdad y la vida. Quien cree en El aunque hubiera muerto, vivirá.

La Iglesia se apoya en Jesucristo.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo.

¡Todos nosotros estamos llamados, sacados de la muerte, de la esclavitud del pecado, de la ignorancia, del egoísmo, de la superficialidad, de la ceguera, de la sequedad, para vivir en la vida de Dios! ¡Quien vive en Dios, tiene vida! ¡Quien no vive en Dios, la pierde!

Hoy tenemos la dicha de dar gracias a Dios por el nacimiento de nuestra diócesis, en estos primeros cincuenta años. Porción del Pueblo de Dios. Pueblo de Dios que formamos todos: laicos, sacerdotes, obispo, religiosos, religiosas, todos somos parte del Pueblo de Dios, ¡Y todos tenemos una vocación común: la que nos da la identidad y la pertenencia, por el bautismo, a Jesucristo!

Somos bautizados y todos tenemos una tarea común, anunciar y hacer apostolado para que la Iglesia, nuestra Iglesia hoy Avellaneda Lanús, sea más creíble. Para que nuestra Iglesia esté más presente ¡que esté viva y no muerta!, ¡tenga el espíritu de Dios! Dios nos ha bendecido, primero Avellaneda y luego nos abrió las puertas, ensanchó la mesa, puso más sillas, más número de comensales, y nos da la gracia de ser Avellaneda Lanús. Realmente es una gracia en la que todos nosotros participamos.

Recordamos el pasado. Como memoria lo vivimos. Y esa memoria de gracia la traemos hoy, al presente, para celebrar este Año Jubilar, los primeros cincuenta años de diócesis. Y en este presente tomamos conciencia de que, todos nosotros, somos parte del Pueblo de Dios. ¡Y tenemos una identidad! ¡Y tenemos una pertenencia! Pero también todos tenemos un mandato y una misión que cumplir. Iglesia de Avellaneda Lanús, ¿crees en lo que eres?, vive en esa dignidad; pero también cumple con tu misión.

¿Y cuál es nuestra misión? ¿La de anunciarnos a nosotros?, ¿la de mostrarnos nosotros?, la de satisfacernos nosotros? ¡No! ¡Nosotros sólo tenemos un Nombre: Jesucristo!

¡Jesucristo, el crucificado y resucitado, a El tenemos que anunciar, a El tenemos que comunicar y de El recibimos la vida! Como Iglesia tenemos que tomar conciencia de nuestra pertenencia, de nuestra vocación y de nuestra misión. No nos anunciamos a nosotros, lo anunciamos  a Él.

Nuestras comunidades tienen que ser comunidades vivas.
Para que sean vivas tienen que creer en Jesucristo
Para que sean vivas tienen que rezar.
Para que sean vivas tienen que dar frutos y frutos en abundancia.

La fe es fundamental, pero la fe sin obras es una fe muerta. Hay que dar signos, hay que dar obras. ¿Por dónde empezamos? Por lo personal, y continuamos por la familia, por el trabajo, por la sociedad. Allí tenemos que trabajar y dar frutos de santidad. El mundo está mediocre, el país en muchas cosas deja mucho que desear, pero nosotros como Iglesia tenemos una vocación ¡que no debemos perder ni claudicar jamás!

Cada pueblo es responsable de su propio crecimiento, y como Iglesia diocesana somos responsables de nuestra propia maduración. ¡Tenemos que madurar, crecer y dar vida en abundancia! Cada uno de nosotros tenemos una vocación, que la hemos recibido pero que también tenemos que desarrollarla y dar el testimonio.

Que ninguno ponga excusas.
Que ninguno mire al otro.
Que cada uno se mire a sí mismo.

Que sepa lo que ha recibido y que se haga cargo de que Jesucristo no murió en vano; de que Jesucristo dio la vida por cada uno de nosotros, ¡y amor con amor se paga!

Dios nos ama entrañablemente y entrañablemente nosotros tenemos que vivir por Dios, por Cristo, por la Iglesia y por todos nuestros hermanos.

Queridos hermanos, en estos primero cincuenta años de creación de la diócesis, recibamos este desafío y que la antorcha de la fe y los frutos de las obras sigan encendidos, y que se expandan a todas partes. Porque Jesucristo no vino sólo por nosotros, sino que vino por todos. Y a todos, nosotros como Iglesia, tenemos que llegar.
Que así sea.

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

Fuente: AICA

2 comentarios:

  1. JUANCHO14.4.11

    GRACIAS A BENEDICTO XVI ESTO HOY LO VEMOS CLARO, ANTES ERA UN VALE TODO DE CREENCIAS POPULARES

    ResponderEliminar
  2. Anónimo15.4.11

    EL ANUNCIO DEBE SER:
    JESUCRISTO ES EL SENIOR...!

    ETELVINA

    ResponderEliminar

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