"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

14 de febrero de 2011

Mons. José María Arancibia: padres, docentes, directivos, educadores, catequistas, pastores, políticos y comunicadores; todos requieren buena preparación, testimonio de vida y recursos adecuados

Homilía de monseñor José María Arancibia, arzobispo de Mendoza, en la Misa de clausura de la Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes (El Challao, 11 de febrero de 2011)

1. La peregrinación a Lourdes es una experiencia de fe y de Iglesia

María convoca en este santuario a los fieles católicos de muchas partes. Cada persona y cada familia, llega con deseos de agradecer y de pedir. Vienen porque confían en María, como Madre y Señora, como intercesora ante su Hijo Jesucristo, único mediador y Salvador. La fe cristiana es precisamente: el encuentro con el Señor Jesús que ilumina, impacta y orienta toda nuestra vida. Un encuentro que siempre agradecemos y ansiamos afianzar, porque es regalo de Dios. María pertenece a nuestra fe, porque Dios mismo la eligió para darnos a Jesús su Hijo único, como salvador. Ella -llena de gracia-, concebida sin mancha, no sólo lo engendro y dió a luz en Belén, sino que hizo de su vida una peregrinación de fe en seguimiento y servicio al Señor. Así se hizo madre, señora y esperanza nuestra. Modelo y estímulo de un pueblo creyente.


La fe en Jesucristo nos hace hijos y hermanos en el pueblo de Dios, que es la Iglesia. En torno al Señor nos encontramos caminando y rezando; creciendo en espíritu filial y fraterno. La moción misteriosa de la fe nos atrae a este lugar, dedicado a honrar a María bajo la advocación de Lourdes. Venimos para expresar juntos la fe, para compartir con confianza nuestros ruegos, para comprometer nuestra vida en el seguimiento de Jesús y de su Evangelio. Este pueblo en marcha, creyente y orante, es la Iglesia de Jesucristo, a la que amamos mucho por ser presencia de Dios en medio de nuestra realidad humana pobre y pecadora.

2. ¿Qué venimos a buscar? El pan de la Palabra, de la Eucaristía y de la alegría.

Caminamos como Iglesia, cantando y rezando. Así se manifiesta y crece la fe compartida. ¿Qué venimos a buscar? No sólo un lugar hermoso dedicado a María, donde cumplir promesas y presentar súplicas. Mucho aún.

Cantamos: “La Virgen María nos reúne, en nombre del Señor”. “Venimos a buscar el pan de la Palabra”. La Palabra de Dios que reconforta por dentro. El pan de la Palabra, que es espíritu y vida. Queremos conocer siempre más a Jesús, Palabra eterna y definitiva, que en su Evangelio se hace luz y camino de salud para todo hombre.

“Venimos a buscar el Pan sacramentado, el Cuerpo de Jesús Resucitado, que se nos da en comida, para entrar en comunión con Él y tener vida eterna. Para crecer en comunión con los hermanos y edificar el Cuerpo místico de Cristo. La Eucaristía sostiene la marcha y la completa, como encuentro cumbre con Jesús y la Iglesia. A ella nos lleva María, que supo ofrecerse con Jesús.

“Venimos a buscar el pan de la alegría”, fruto de la encuentro con el hijo de María. Como en Ella, la fe engendra alegría de sabernos queridos y perdonados por el Salvador. Nos hace pasar de las tinieblas a la luz admirable; de la soledad a su amistad incomparable.        

3. A María encomendamos este año el deseo de una vida plena

El año pasado, en esta fiesta, encomendamos a María la celebración del bicentenario de la Patria. Hoy se lo seguimos confiando, porque anhelamos edificar la Nación sobre la justicia y la solidaridad, que mucho deben crecer todavía.

Como Iglesia en Mendoza, traemos este año otras inquietudes semejantes. Quiero confiarlas a la virgen de Lourdes junto con ustedes.

La Iglesia en la Argentina ha llamado al 2011: AÑO DE LA VIDA. Necesitamos valorarla como regalo del Creador. Agradecerla y respetarla. Estamos hechos por Él. A su imagen y semejanza. Con una singular dignidad. Hechos para amarle y servirle. Para trabajar y aprovechar lo creado, en beneficio de todos. Es propio de esta hermosa vocación: buscar la verdad; amar con generoso corazón; estrechar vínculos fraternos y solidarios; vivir en justicia, amistad, y paz. Por el contrario, nos hacen indignos de la vida regalada: despreciar a cualquiera; matar al inocente; usar la violencia; valerse de la mentira y la corrupción; traicionar la justicia; desatender a las necesidades de los pobres y desvalidos.

Un repaso como éste puede desalentar, porque obliga a reconocer la herida profunda del corazón humano. Pero así entendemos también el don de la Vida que ofrece Jesús a quienes creen en Él. Jesús vino a buscar a los pecadores, para ofrecerles vida en abundancia. Vida hecha de reconciliación con Dios y con los hermanos; hecha de gracia y amistad, que se comparan a un nuevo nacimiento. Ésta es la esperanza que brota de la fe, y da lugar al intenso amor de caridad, que transforma el corazón.

Al valorar la vida, nos comprometemos a estimarla y defenderla. Aparece entonces otra inquietud que también hoy confío a María: LA EDUCACIÓN, en toda su amplitud y sus formas. La vida humana crece y se desarrollo a través de diversas formas de educación, a fin de que cada persona viva en plenitud y autentica libertad sus potencias y carismas. Pero muchas preocupaciones surgen a partir de la actual situación de “emergencia educativa”, como se ha llamado (DA 328). Como no pedir entonces a María, que asista a los padres de familia, docentes y directivos, educadores, catequistas y pastores, políticos y comunicadores sociales, con una gracia especial para atender a las necesidades urgentes de la educación. Vocaciones todas que requieren buena preparación, testimonio de vida, y recursos adecuados. Bastante se habla de una educación de calidad y para todos, pero mucho nos queda todavía por lograr. Asimismo de una nueva evangelización, que aun debemos impulsar.

Señora de Lourdes, que inspiraste un cambio profundo del corazón humano, que alentaste la oración constante, y el servicio a los pecadores y a los pobres, escucha la plegaria de este pueblo peregrino en Mendoza.

Mons. José María Arancibia, arzobispo de Mendoza

Fuente: AICA

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