"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

16 de diciembre de 2010

Saludo navideño de Mons. Stöckler

Saludo navideño de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes (15 de diciembre de 2010)

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La fiesta de Navidad es la expresión más clara de la fe cristiana. Pensando en nuestros hermanos mayores del pueblo judío creemos que Dios no se desentiende de nosotros, sino “en muchas ocasiones y de diversas maneras habló antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas” (Hebr 1, 1). Dios no se quedó en el anonimato de un ser supremo superior, sino estableció con ellos  una relación de tú a tú, y  permitía que hablaran con él.  Sobre todo en situaciones de opresión e injusticias, invocaban a Dios. Mientras los malvados decían: “El Señor no lo ve, no se da cuenta el Dios de Jacob”, ellos estaban convencidos que Él los veía y replicaron: “El que hizo el oído, ¿no va a escuchar? El que formó los ojos, ¿será incapaz de ver?” (Salmo 94, 7.9).

 
Esta fe de nuestros antepasados se hace mucho más fuerte todavía en nosotros los cristianos, porque sabemos que en Jesús, Dios realmente miraba con ojos humanos y escuchaba con oído de hombre. Y los hombres que lo miraban, podían ver al Padre y podían escucharlo sin intermediarios. Lo que leemos en la Sagrada Escritura del Nuevo Testamento es el testimonio de los que lo han visto y escuchado y nos lo han trasmitido para que entremos en comunión con ellos (Cf. 1 Jn 1, 1-3).

Cuando en estos días armamos los pesebres en nuestras casas y capillas con la imagen del Niño Jesús en la cuna precaria, mirémoslo con asombro y emoción; porque este niño nos hace ver, cuánto Dios nos ama. Nos hace descubrir que la grandeza del hombre no está en la riqueza  que pueda acumular sino en la que él está dispuesto a compartir. Nos abre los ojos sobre nuestra dignidad de ser hijos de Dios –y lo somos desde nuestro bautismo–, que no se supera por ninguna atribución de poder y prestigio. Y nos trasmite en su ternura que el gozo verdadero no está en los placeres efímeros, sino en la cercanía de los que nos aman como la Virgen, San José y los humildes pastores.  El niño que contemplamos con fe, nos hermana y despierta en nosotros el sentido de la solidaridad y del amor. 

Pidamos al Señor que nos muestre en estos días, cómo podemos superar la barreras que nos separan en la vida personal y también como país, y que nos dé la firmeza de dar nosotros el primer paso.

¡Les deseo una Feliz Navidad y un bendecido Año Nuevo!

Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes

Fuente: AICA

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