Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor” (18 de noviembre de 2010)
Hace algunos días se publicó el Informe Pisa 2009 que recoge los resultados de una evaluación de la calidad educativa realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Esta prueba se verifica cada tres años y registra las variaciones en calidad educativa en muchas naciones del mundo.
Se ha evaluado, en este caso, a 470.000 alumnos de 65 países. Chicos de unos 15 años, de escuela secundaria, en tres asignaturas: Matemática, Ciencias y Lectura y Comprensión de Textos.
Lo interesante es que la Argentina, en esta prueba, ha ocupado el puesto Nº 58. Un descenso fenomenal si lo comparamos con épocas en las que no existía este tipo de medición pero que, es sabido, el índice educativo del país era el superior o el más importante de todas las naciones de lengua española.
Ha habido un descenso de cinco escalones respecto de la medición anterior que fue en el año 2006.
¿Cómo habría que interpretar esto? Ya a propósito han surgido muchos comentarios.
Por empezar: el fruto o el resultado de un proceso educativo, la evaluación que se puede hacer de un sistema educativo tiene que tomar en cuenta también la importancia de factores culturales y ambientales. Se suele citar: la centralidad de la familia, de una familia organizada donde hay una jerarquía no de una familia deshecha o desarmada o casi inexistente; el relieve del papel del maestro y de un maestro que es realmente tal; y luego la importancia del estudio porque si no se estudia evidentemente los resultados no van a ser buenos.
Lo más interesante en este caso, en el Pisa 2009, es que los puestos superiores del ranking han sido ocupados por ciudades y países orientales: Shangai, Hong Kong, Macao, Corea del Sur, Japón. ¿Y cómo hay que interpretar esto?
He leído un comentario interesantísimo en un diario europeo acerca del caso chino y de la impostación de la educación en China. Se subraya, en primer lugar, la existencia de una autoridad educativa, el aprecio de la memoria en el ejercicio del aprendizaje. La memoria quiere decir repetir y recordar. Una atención especial ponen los chinos a la Matemática porque además de los cursos ordinarios hay cursos facultativos. Hay una lección diaria de Matemática. Todos los días tienen por lo menos una lección de Matemática.
Dicen también que los exámenes son el perno de la vida escolar. Se señala un aspecto menos bueno y una diferencia que tienen con otros países porque los alumnos chino parece que a causa de estas características de su sistema educativo, son menos creativos. Pero como no hay mal que por bien no venga quizás también sean menos macaneadores.
El problema de la Argentina y su descenso en materia de calidad educativa es evidente. No hacía falta el Informe Pisa. Cualquiera lo registra y esto se viene comentando últimamente hasta el cansancio y tenemos que evaluar nuestra propia situación respecto de estos factores culturales y ambientales respecto de aquellos principios que van, de algún modo, estructurando internamente el sistema educativo.
Pensemos en lo que ha ocurrido en la Argentina. El desplazamiento de las autoridades educativas: la de los padres, la de las escuelas, incluso la de los pastores de la Iglesia. Observamos una especie de decadencia cultural generalizada, la “tinellización” de la cultura popular –como se la llama- tiene un efecto importantísimo, luego, en los frutos de la educación general.
Pensemos en el facilismo escolar, que, con la buena intención de incluir a todos los chicos en el sistema, me parece que se ha bajado mucho la exigencia.
Y, por otra parte, ¿qué modelos han seguido nuestras recientes reformas educativas? No precisamente el chino. Entonces aquí hay un problema de filosofía de la educación o digamos también de ideología de la educación. ¿Cómo se la entiende? No solamente qué se desea lograr sino cuáles son los principios que se ponen en juego.
Digo esto, sumándome a otros comentarios, porque me parece que tenemos que comenzar a salir de esta situación. Si en los últimos tres años, de acuerdo con esta evaluación, hemos descendido hay que hacer algo para salir de esa situación y que nuestro sistema educativo pueda crecer.
Quizás uno pueda aceptar que este tipo de mediciones son siempre imperfectas pero, como decía antes, de alguna manera coincide con la impresión que todos tenemos en el trato cotidiano con los chicos y chicas de nuestro país.
Si realmente nos importa la educación, si nos damos cuenta que esto es decisivo para el futuro de la Nación aquí hay que poner las barbas en remojo.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Fuente: AICA
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