Reflexiones de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe (25 de diciembre de 2010)
Llegando a la celebración de Navidad que nos abre a un clima de intimidad, y próximos a finalizar un año cargado de acontecimientos que nos han marcado, incluido el contexto de las expectativas propias de un año electoral, considero oportuno fijar la atención en algunos temas que hacen al nivel de vida de la comunidad. Retomando las metas que había propuesto el Episcopado Argentino en aquel camino: “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad”, me detengo en tres de ellas.
La primera se refiere al cuidado de la vida en todas sus formas. Este tema es central. Si bien la preocupación debe abarcar todo el desarrollo de la vida, adquiere una responsabilidad mayor en los momentos de más fragilidad y dependencia. Por ello, frente a una mentalidad que disminuye la gravedad del aborto, debemos saber ubicar este tema en el marco que corresponde, me refiero al estatuto científico y jurídico que presenta el embrión humano. Hoy nadie puede dudar, debido a los adelantos de la ciencia, que desde la concepción existe vida humana nueva, es decir, un nuevo ser. Aquí estamos ante el primer derecho de todo hombre, que es el derecho a la vida. La legislación no puede desconocer esta realidad desde su etapa de gestación. No podemos negar las dificultades que un embarazo no querido, o con dificultades, puede presentar a la futura mamá. Sólo partiendo del estatuto ontológico y ético del embrión humano, se puede afrontar con justicia esta situación.
Habrá que acompañar este embarazo, o incluso pensar en una adopción, pero nunca el camino puede ser el aborto. Esta actitud define el grado de civilización de una sociedad, decía el presidente uruguayo Tabaré Vázquez al fundamentar su veto a la ley de despenalización del aborto, para concluir que el criterio para definir una vida no es “el valor del sujeto en función de los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el valor que resulta de su mera existencia”. Mi libertad no es un absoluto. Aceptar el límite que nos presenta la vida es un acto moral y jurídico que reclama su acompañamiento político.
En segundo lugar les hablaría de: “Avanzar en la reconciliación entre sectores y en la capacidad de diálogo”. Argentina sigue siendo un país con heridas y enfrentamientos, a pesar de tener una sensibilidad especial por los derechos humanos. Recuperar la amistad social es tener la sabiduría del futuro. Al pasado no hay que negarlo, necesita de la memoria, la justicia, la reparación, pero también de la reconciliación. En esto veo el fundamento cívico de un necesario encuentro social. Quedarnos en algunas de estas etapas es no alcanzar la verdad social del hombre que es el fundamento necesario de su inserción en la sociedad.
Reconciliación no significa olvido, pero sí no endurecer el corazón y abrirnos a un diálogo fecundo para construir el futuro. Hay acontecimientos sujetos al juicio de la historia y a la valoración de la justicia. La política, sin desconocer el pasado, se debe sentir responsable, sobre todo, de construir el futuro. El diálogo que necesita el país, por otra parte, no es la conversación entre amigos de una misma pertenencia, sino el encuentro con el otro con todo lo que significa de apertura y respeto. Esta falta de diálogo se ha visto recientemente, en la triste y apremiante situación social de Villa Soldati, entre miembros del mismo Estado que tiene funciones propias al servicio del bien de la comunidad. Asistimos a la situación de un Estado “ocupado” por gobiernos, y no de gobiernos al servicio de la función del Estado.
Finalmente, decíamos en ese documento: “Afianzar la educación y el trabajo como claves del desarrollo y de la justa distribución de los bienes”. La educación es el camino más seguro y económico para la inclusión social, si lo vemos en los términos que requiere una política de Estado. Esto significa en primer lugar querer la inclusión social y no sólo declamarla y, en segundo lugar, definir la educación como un bien público que debe contar con un apoyo económico sustentable en el tiempo, sobre todo en las zonas más marginales. La brecha creciente en el nivel de educación es un urgente reclamo de equidad social. Las últimas estadísticas sobre el nivel de educación en nuestro país son preocupantes. A esto se le debe agregar la tarea de recrear una cultura del trabajo, que presente posibilidades reales de inserción en el mundo laboral. Educación y trabajo deben ser vistas como dimensiones complementarias que hacen a la dignidad y elevación del hombre, porque le permiten ser protagonista de un proyecto superior de vida.
Cuando a esto se lo valora socialmente y se lo percibe como un bien personal es posible, entonces, despertar en los jóvenes el deseo de un proyecto que les permita asumir el esfuerzo que ello implica. Si no se convence el joven de la importancia de un proyecto válido para su vida, no hay protagonismo posible y, por lo mismo, la media de educación no supera en nuestros barrios el nivel primario. Cuántos jóvenes hoy descreen en el valor de este camino. Hay que presentarles proyectos que entusiasmen y orienten su libertad. A esto no ayuda esa pseudo cultura de vivir un hoy sin mañana, tan consumista e instalada en las propuestas y ejemplos que reciben, incluso por los medios de comunicación. En la formación de su libertad los ideales y la ejemplaridad del testimonio son aspectos claves. Hay una orfandad cultural que se expresa en el vacío en el que viven muchos jóvenes, ellos son presa fácil del avance de la droga que los termina destruyendo.
A la espera de vivir una Navidad con la esperanza de que es posible lo nuevo, cuando estamos dispuestos a caminar a la luz de los valores e ideales que nos presenta el mensaje del niño de Belén, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que busca el pesebre de cada corazón y en cada familia.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Fuente: AICA
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