"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

14 de junio de 2010

Mons. Carmelo Giaquinta: "la palabra pecado hoy está socialmente prohibida por el subjetivismo moral impulsado por una escuela amoral"

Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia y Prof. emérito de la Pontificia UCA, para la homilía del domingo 13 junio 2010

Lc 7,36-8,3

I. DAVID EL REY PECADOR Y LA MUJER PECADORA

1. La primera lectura de este domingo, tomada del segundo libro de Samuel, trae la escena en que el rey David es denunciado por el profeta Natán por la canallada de robarle la mujer a su mejor capitán y de exponerlo a la muerte para ocultar su adulterio (2 Sam 12,7-10.13). La lectura del Evangelio trae la escena de la mujer pecadora que llora a los pies de Jesús (Lc 7,36-50).
Entre ambas escenas hay diferencias notables. En la primera, se trata del rey. En la segunda, de una mujer anónima, tal vez la prostituta del pueblo. Pero la liturgia las asocia por las coincidencias. En las dos, los protagonistas tienen conciencia del pecado, ambos se arrepienten y son perdonados.
Pecado, arrepentimiento, perdón: tres palabras que se han vuelto malas palabras. Ni pronunciarlas, ni admitir la realidad que significan.


II. LA CONCIENCIA DEL PECADO

2. La palabra “pecado” está hoy socialmente prohibida. Y ello, por el subjetivismo moral reinante, impulsado por una escuela amoral, por los medios que someten el bien y el mal al vaivén de la opinión pública, y por el capricho de los poderosos que lo deciden a su gusto y ganas.
Sin embargo, hay algo en el ser humano que le dice cuando obra bien o mal. Si miente, si roba, si hace violencia: automáticamente una sombra desciende al espíritu del que así obra y lo entristece. En cambio, si es justo, si dice la verdad, si es solidario: una luz ilumina su interior y le hace sentir alegría. Lo observamos en los niños, que trasuntan alegría o tristeza por el bien o el mal hecho. El apóstol Pablo lo reconoce en su experiencia con pueblos paganos: “Cuando los paganos que no tienen la Ley (de Moisés), guiados por la naturaleza, cumplen las prescripciones de la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley para sí mismos, y demuestran que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así lo prueba el testimonio de su propia conciencia, que unas veces los acusa y otras los disculpa” (Rom 2,14-15).

3. La capacidad innata de sentir el bien o mal puede pervertirse a fuerza de persistir en el mal. Ya lo denunciaba el salmo: “¿Por qué te jactas de tu malicia, hombre prepotente y sin piedad? Estás todo el día tramando maldades, tu lengua es como navaja afilada, y no haces más que engañar. Prefieres el mal al bien, la mentira a la verdad” (Sal 52,3-5). La pérdida del sentido del pecado es el derrumbe más grande sufrido por la cultura de Occidente.

III. EL ARREPENTIMIENTO

4. “Arrepentimiento” es otra palabra prohibida. Ya en mi adolescencia se escuchaba el prejuicio machista “no es de hombres arrepentirse”. Fue imposible arrancarle a Japón si se arrepentía de haber atacado a Pearl Harbor. E igualmente a Estados Unidos si se arrepentía de haber arrojado dos bombas atómicas sobre Japón. La palabra “arrepentimiento” sobrevive todavía en la persecución que algunos medios hacen de alguna persona que se ha vuelto blanco del odio público: “¿Se arrepiente…?”

En la Argentina, salvo los militares y la Iglesia, nadie se ha arrepentido de nada. El 2 de junio se han cumplido cuarenta años del asesinato del General Aramburu. De las atrocidades cometidas en la Argentina, que recrudecieron a partir de entonces y nos llevaron al infierno del 24 de marzo de 1976, ¿quién se ha arrepentido?

5. Aunque se diga que “arrepentirse no es de hombres”, es lo más viril que se pueda imaginar. “Arrepentirse” es aceptar que se ha obrado mal y volver a pensar rectamente y obrar en consecuencia. Para esto hay que ser valiente. Es lo que hizo el rey David cuando el profeta lo enfrentó con su crimen. Por su adulterio hoy podría ser considerado un macho de tantos. Pero es considerado todo un varón por su arrepentimiento: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión borra mis faltas!” (Sal 50,3).

III. EL PERDÓN

6. Una tercera palabra, que se ha vuelto mala palabra, es “perdón”. “Ni olvido, ni perdón”: se escucha decir desde niños. Rima bien, y, repetida a coro, te hace sentir defensor de la dignidad humana. Pero ¡cuidado con el odio! Yo mismo he estado en alguna marcha de protesta justa. Y de pronto, todos a coro: “Ni olvido, ni perdón”. Y tener que callarme ostensiblemente. Pues si pronunciase esas palabras, apostataría de mi fe cristiana. ¡Pobre de mi si Dios no se olvidase de mis culpas! ¡Si él no me perdonase!
Uno entiende la bronca por ciertos crímenes. Y que se busque la verdad de lo ocurrido y la justicia. Pero nunca se sabrá la verdad, ni se hará justicia, con los ánimos caldeados por la furia.

7. El perdón es un don de Dios tanto o más grande que la creación. Por ésta él nos saca de la nada. Por el perdón él nos saca de nuestra maldad y nos devuelve a su amistad.
Del mismo modo, sólo por el perdón recíproco los argentinos podremos salir de nuestra ruina moral y lograr la amistad social, base indispensable para un verdadero progreso.

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA

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