"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

20 de abril de 2011

La Pasión del Cristo es siempre actual


Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, sobre la Pasión  de Jesucristo, para el domingo de Ramos (17 de abril de 2011)


Mt 26,3-27,66

I. EL DOMINGO DE RAMOS Y LA PROCLAMACIÓN DE LA PASIÓN

1. La celebración de este Domingo de Ramos, con que se inicia de la Semana Santa, es celebre desde antiguo por la procesión que remeda el ingreso triunfal de Jesús en Jerusalén. Eteria, una dama española, que a fines del siglo IV peregrina a Jerusalén, la narra con emoción a sus amigas. Se la hacía desde el monte de la Ascensión a la ciudad de Jerusalén, terminando en la basílica de la Resurrección.
Hoy, en nuestras parroquias se inicia, de ordinario, fuera del templo, e incluye: el anuncio del correspondiente pasaje evangélico – este año Mt 21,1-11 -, la bendición de los ramos, la procesión y el ingreso en el templo, donde se continúa con la santa Misa.

2. Si bien el pueblo sigue con devoción esta liturgia, el centro de la celebración del Domingo de Ramos es la proclamación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Este año, según San Mateo. El Viernes Santo se la leerá según San Juan. De este modo, la Iglesia señala el centro de la Semana Santa: la muerte en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo por nuestros pecados, que culminará en la vigilia del Domingo de Pascua con el anuncio de su Resurrección.

II. LA PASIÓN DE JESUCRISTO ES SIEMPRE ACTUAL

3. La pasión de Cristo es y será siempre actual, en múltiples sentidos. En el plano sacramental: porque en la Misa, cada domingo e incluso cada día, celebramos la memoria del Señor muerto y resucitado. En el plano cotidiano de la vida cristiana, pues, como dijo Jesús: “El que quiera venir detrás de mí, que reniegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24; cf 10,38). En el plano social, porque es inevitable que el cristiano y la Iglesia sufran contradicción y persecución: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos… Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotaran en las sinagogas. A causa de mí serán llevados ante gobernadores y reyes…” (Mt 10,16-18).

4. También el cine le da una cierta actualidad a la Pasión de Cristo. Así era ya en mi infancia. La versión cinematográfica más famosa es la de Mel Gibson. Recientemente, la Pasión volvió a la actualidad con el segundo tomo de “Jesús de Nazaret”, escrito por Benedicto XVI, pues los medios mostraron como una novedad lo que dice sobre la muerte de Jesús. Pero al respecto el Papa repite lo enseñado por el Concilio Vaticano en 1965: “Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios” (Nostra aetate 4).

III. LOS PROTAGONISTAS DE LA PASIÓN DE JESÚS

5. En la Pasión, que el evangelista Mateo describe como un gran drama, aparecen numerosos protagonistas, principales y secundarios. Entre los principales: los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, con Caifás a la cabeza; Judas, el apóstol traidor; Pedro, el apóstol renegado y convertido; Pilato, el gobernador romano. Entre los secundarios: los demás apóstoles, el piquete que detiene a Jesús, numerosos testigos falsos, dos sirvientas, la mujer de Pilato, Barrabás, la multitud, los soldados del gobernador, Simón de Cirene, dos ladrones, los que pasan ante la cruz, el centurión, las mujeres que seguían a Jesús, José de Arimatea.

IV. PROYECCIÓN UNIVERSAL DE LA MUERTE DE JESUCRISTO

6. Mirando el reparto de este drama sacro, es imposible sustraerse a la impresión de que en la crucifixión de Jesús intervino todo el mundo: los jefes del pueblo judío, el círculo íntimo de Jesús, la autoridad del Imperio. Se descorre así ante nuestros ojos el panorama espiritual del mundo que describe luego el apóstol San Pablo en la carta a los romanos: “Todos están sometidos al pecado, tanto los judíos como los que no lo son. Así lo afirma la Escritura: No hay ningún justo, ni siquiera uno” (Rom 3,10; Sal 14,3).

7. Por lo mismo, sin negar la responsabilidad de ninguno de los protagonistas inmediatos de la Pasión de Cristo, los escritos apostólicos ven más allá del hecho constatable por la justicia civil, y le dan una interpretación teológica. En la carta citada, San Pablo escribe: “Cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores… La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom 5,6.8). Todo el Nuevo Testamento está atravesado por esta interpretación de la muerte de Cristo. En el resumen que el apóstol Pablo hace de su predicación, les dice a los corintios: “Les he trasmitido, en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura…” (1 Co 15,3). Y así los demás apóstoles. Por ejemplo, San Pedro, que ve realizada en Jesús crucificado la profecía de Isaías: “Él llevó a la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin que muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados” (1 Pe 2,24; cf Is 53,12.5). O San Juan: “Ustedes saben que él se manifestó para quitar el pecado,… para destruir las obras del demonio… Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo… como víctima propiciatoria por nuestros pecados” (1 Jn 3,5.8; 4,9.10).

8. Sólo una pésima lectura del Nuevo Testamento pudo haber interpretado la muerte de Jesucristo como un mero hecho policial atribuible sólo al pueblo judío. La carta a los Hebreos dice que los cristianos crucificamos a Jesucristo cuando volvemos a caer en la incredulidad: “Porque a los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, a los que participaron del Espíritu Santo y saborearon la buena Palabra de Dios y las maravillas del mundo venidero, y a pesar de todo recayeron, es imposible renovarlos otra vez elevándolos a la conversión, ya que ellos por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen a la burla de todos” (Hb 6,4-6). La apostasía de un cristiano es como “pisotear al Hijo de Dios”, “profanar la sangre de la Alianza con la cual fue santificado”, y “ultrajar al Espíritu de la gracia” (Hb 10,29).

V. ACTUALIZACIÓN DE LOS PERSONAJES

9. Nos detendremos un instante a contemplar a cada uno de los protagonistas principales, procurando que los mismos nos interpelen y nos ayuden a entender cuánto cada uno de nosotros contribuyó y contribuye a la crucifixión de Jesucristo.

A. Pilato se lava las manos

10. Cuando consideramos a los protagonistas de la Pasión, fácilmente nos detenemos en Pilato. Es la imagen del gobernante contradictorio. Conoce la rectitud de Jesús, pero por una supuesta conveniencia política lo condena, alegando ser inocente de la injusticia que va a cometer: “Él sabía que lo habían entregado por envidia”, pero “hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: ‘Yo soy inocente de esta sangre’… Entonces, puso en libertad a Barrabás, y a Jesús, después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado” (Mt 27,18.24.26).
Lógica demencial, pero muy frecuente en nuestra vida política y social. De allí, el proceso de raquitismo y enanismo que el País viene sufriendo desde décadas.

B. Los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo

11. Con menos frecuencia nos detenemos a considerar la figura de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, que fueron determinantes en lograr la condena de Jesús: "Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron” (Mt 27,1-2).
¿Por qué consideramos poco estas figuras? ¿Porque es más fácil mirar a los que, como Pilato, están fuera de la Iglesia? ¿Porque tememos caer en una lectura antijudía de la Pasión? ¿O tal vez porque los sumos sacerdotes y ancianos pertenecen al mismo riñón de la religión, y ello nos interpela muy directamente a nosotros? Benedicto XVI dice que el principal origen de la persecución que la Iglesia sufre hoy está en la falta de coherencia con el Evangelio por parte de los cristianos, y en particular de algunos de los que somos pastores.

C. Judas, el apóstol traidor

12. En mi infancia y adolescencia se abusaba de la figura de Judas: el apóstol traidor. “Tiene la piel de Judas”, se decía de un chico travieso. Hoy, según mi impresión, es un personaje que suele pasar desapercibido en los comentarios homiléticos. Y esto desde mucho antes que la BBC, hace pocos años, promoviera un escándalo mediático por el hallazgo hecho en Egipto en 1945 de un Evangelio gnóstico, cuya existencia era conocida desde antiguo, llamado “Evangelio de Judas”, como si el mismo pusiese en cuestión la veracidad de los cuatro Evangelios canónicos.

13. Judas, como todos los personajes de la Biblia, también los negativos, son figuras que contienen un mensaje profético para nosotros. Y hemos de saberlo escuchar. Judas había hecho un camino espiritual que lo había llevado a ser apóstol de Jesús y hombre de confianza que administraba las finanzas del grupo. ¿Cuándo y cómo comenzó el camino regresivo, que lo llevó a segregarse afectivamente hasta traicionar a su Maestro, vendiéndolo por treinta monedas? “Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo” (Mt 26,14-16).

14. Judas es un misterio a desentrañar. Desde que Caín mató por envidia a su hermano Abel, todo es posible en el corazón humano. Jesús, en el sermón misionero, profetizando tiempos difíciles para sus apóstoles, les dice: “El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir” (Mt 10,21).
Mucho antes de Jesús, el hombre justo se lamentaba de la traición del amigo: “Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba, el que comió mi pan, se puso contra mí” (Sal 41,10); “Si fuera mi enemigo el que me agravia, podría soportarlo; si mi adversario se alzara contra mí, me ocultaría de él. ¡Pero eres tú, un hombre de mi condición, mi amigo y confidente, con quien vivía en dulce intimidad: juntos íbamos entre la multitud a la Casa de Dios!” (Sal 55,13-15).

La traición entre cristianos

15. La traición es una dolorosa realidad humana. Y, por tanto, también puede darse en la Iglesia, que está compuesta por hombres. Juan, en su primera carta, en la que escribe muy profundamente sobre el amor cristiano, toma nota de algunos que en la Iglesia traicionan abiertamente la fe y el amor que dicen profesar: “Ya han aparecido muchos anticristos… Salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros” (1 Jn 2,18.19).

La denuncia mediática

16. La traición siempre cae de sorpresa. No sigue formas preestablecidas. Pero por experiencia deducimos algunas coordenadas en las que se mueve hoy. Una es la denuncia mediática. Duele, y mucho, que cada tanto aparezcan en los medios clérigos que respiran odio contra la Iglesia. Es mucho peor que la actitud de los cristianos de Corinto, denunciada por San Pablo, de ir a resolver sus problemas ante el tribunal civil (cf 1 Co 6,1-11).
¿Que la Iglesia Madre tiene suciedades y defectos? Por cierto, y graves. Desde que nos tiene a nosotros en su seno, no puede menos que ser sucia y defectuosa. ¿Acaso cada uno de nosotros no produce excrementos todos los días? ¿Acaso no los producen las madres de tales clérigos? ¿Pero se animarían a definir a sus madres por los excrementos que ellas producen? Hablan de la Iglesia desde la vereda de enfrente como si no fuesen sus hijos y no aportasen nada a la suciedad que le reprochan. Dicen enfrentar a la Iglesia del poder. Ellos serían la Iglesia del pueblo. Distinción necia que inventó el rigorista y frustrado teólogo Tertuliano, a fines del siglo II, quien decía pertenecer a “la Iglesia del Espíritu”, opuesta a “la Iglesia de los obispos”. Distinción que, en las últimas décadas, difundieron como una gran novedad algunas corrientes seudo-teológicas, incluso algunas que se presentan como si fuesen auténtica teología de la liberación. Muy distinta es la concepción de la Iglesia que tiene San Pablo. Para él la Iglesia por sí sola es la humanidad roñosa, pero que es hermoseada por Cristo, quien la lava con su sangre: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Ef 5,25-27).

El espionaje y la delación

17. Otra forma de traición, que no rara vez se recubre con el manto de la piedad y de la ortodoxia, es el espionaje y la delación en la Iglesia. Personas que están al acecho de cualquier posible herejía, porque sólo ellos tendrían la verdad y se sienten constituidos en sus garantes. El que sólo busca herejías las va a encontrar, o las va a inventar, y las va a denunciar, así sean calumniosas. ¡Cuánto se ha sufrido en la Iglesia por este tipo de traición! Ya desde los tiempos apostólicos. San Pablo la sufrió en carne propia. A quienes la practicaban no duda en calificarlos como “falsos hermanos, infiltrados para coartar la libertad que tenemos en Cristo Jesús” (Ga 2,4). Estaban bien posicionados en la Iglesia de Jerusalén, en torno a Santiago, el primo de Jesús, y le hicieron cometer un grave traspié al apóstol Pedro, el cual amedrentado por ellos se apartó de la comunión con los cristianos provenientes del paganismo (ib. vv. 11-13). A causa de las contradicciones soportadas de parte de estos cristianos, el apóstol Pablo dice: “llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús” (Ga 6,17).

18.Ecclesia semper est reformanda”, dijo recientemente con toda naturalidad un cardenal de la curia romana. Pero conviene recordar que la palabra “reforma” era impronunciable en la década del 50, porque olía a Lutero, a pesar de que se la recitaba todos los días en la Misa al mezclar un poco de agua con el vino para el ofertorio. ¡Cuánta contradicción tuvo que sufrir entonces el P. Yves Congar OP por el título de su libro “Verdadera y falsa reforma en la Iglesia”! Era imposible encontrarlo en las librerías.
Desde la década del 40, conozco la existencia en la Argentina de pequeños grupos, compuestos casi siempre por gente benemérita, pero un tanto enferma espiritualmente, que ve herejías en todas partes. Y en vez de verificarlas primero en un tú a tú con el supuesto hereje, y sin respetar la autoridad del obispo local responsable de vigilar por la doctrina, lanzan la acusación a los cuatro vientos. Incluso, usan medios muy traicioneros: ayer, buscaban en Roma algún padrino que les creyese; hoy, usan el Internet para difundir sus calumnias.

19. Que en la Iglesia hay errores: sin duda. Los hubo y los habrá siempre. Y tanto en el plano de la doctrina, como en el de la vida cristiana. No sólo es error la herejía doctrinal. También lo es todo vicio que desnaturaliza las relaciones entre cristianos, que bien podemos llamar herejía práctica. La Iglesia tiene la obligación grave de enmendar tales errores, porque su misión es conducir a las ovejas de Cristo a buenos pastos y a aguas cristalinas. Enmienda que ha de hacer conforme al Evangelio de Jesús: en la verdad y en la caridad. Y en los dos niveles: en el teórico y en el práctico. Acostumbrados a ver sólo los errores doctrinales, podemos olvidar los otros errores, los vicios arraigados en la vida de la Iglesia, que pueden ser gravísimos, como sucedió en tiempos de la Reforma protestante. El espionaje y la delación siempre son vicios muy graves, y deben ser erradicados de la Iglesia y sustituidos por la corrección fraterna que enseñó Jesús (cf Mt 18,15-18; 7,1-5).

D. Pedro, el apóstol renegado y convertido, piedra visible sobre la que Jesús edifica la Iglesia

20. De los Doce Apóstoles, la figura más mencionada por San Mateo durante los hechos de la Pasión es la del apóstol Pedro. Después de terminada la cena, mientras Jesús se dirige con los discípulos al monte de los Olivos, y les predice la pronta dispersión de ellos, Pedro protesta: «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás». A lo que Jesús responde: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Pero Pedro insiste en su fidelidad: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los discípulos dijeron lo mismo”.
Llegados al huerto de Getsemaní, Jesús invita a Pedro, Santiago y Juan a acompañarlo en la oración: “Quédense aquí, velando conmigo». Pero mientras Jesús sufre angustias de muerte, Pedro y sus compañeros se duermen profundamente: “Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». La exhortación de Jesús fue desoída: “Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño”. Durante esa somnolencia se consuma la traición de Judas y el apresamiento de Jesús: “Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mt 26,33-35.38.40-41.43.56).
Sin embargo, fiel a su espíritu impetuoso, Pedro se armó de coraje y “lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo” (v.58). Era cantada la suerte que le esperaba al que seguía a Jesús de lejos. Mientras adentro juzgaban a Jesús: “Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé lo que quieres decir». Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno». Y nuevamente Pedro negó con juramento: «Yo no conozco a ese hombre». Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona». Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre”. Por fortuna, “en seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente” (vv. 69-75).

21. Mateo, si bien es el evangelista que trae la promesa de Jesús de entregarle a Pedro las llaves del Reino de los Cielos (cf Mt 16,17-19), a partir de este momento calla sobre el apóstol, como si todo el tiempo posterior lo hubiese pasado llorando amargamente la negación de su querido Maestro. El que no quería que Jesús le lavase los pies (cf Jn 13,6-10), tuvo que lavarse en lágrimas que, más que de sus ojos, brotaban del corazón de Jesús mientras era condenado a muerte.

22. El evangelista Lucas es quien rescata la figura de Pedro. Lo muestra como el primero en ir al sepulcro cuando las mujeres anuncian a los apóstoles que Jesús se les apareció resucitado (cf Lc 24,12). Incluso, atestigua una aparición especial de Jesús a él (cf Lc 24,34), que era bien conocida por la primitiva comunidad cristiana (cf 1 Co 15,5). Además, en los primeros quince capítulos de los Hechos de los Apóstoles, Lucas le otorga a Pedro el protagonismo principal en la primera predicación del Evangelio.
Pero quien mejor rescata la figura de Pedro es el evangelista Juan, en su magnífico capítulo 21, donde Jesús le pregunta por tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Y le encomienda el pastoreo de los corderos y de las ovejas (cf Jn 21,15-19). Si bien Pedro fue infiel a Jesús, éste no fue infiel a Pedro, “pues no puede renegar de sí mismo” (2 Tm 2,13).

23. En algunos ambientes, hoy está de moda hablar mal del Papa, que es el sucesor del apóstol Pedro en su misión de ser piedra visible sobre la que está edificada la Iglesia (cf Mt 16,18). Este vicio, que se observa sobre todo entre consagrados, se desparrama luego hacia los laicos que los frecuentan. Nunca han hablado con Benedicto XVI. Quizá nunca lo leyeron. ¿Habrán orado alguna vez por él, como hacía la Iglesia cuando Pedro estaba prisionero y Herodes preparaba su degüello (cf Hch 12,5)? Sin embargo, se sienten autorizados a hablar con desprecio del Papa.
Entre tanto Benedicto XVI carga con paciencia con la cruz del supremo pontificado. Cruz múltiple y pesada. Baste recordar sólo algunas de sus tareas más cruciales: abrir sendas para que los seguidores de Mons. Lefebvre puedan volver al seno de la Iglesia; abrirlas a los anglicanos deseosos de volver a la comunión con la Iglesia de Roma; asumir el caso tristísimo del fundador de los Legionarios de Cristo; ir con humildad a encontrarse en varios países con las víctimas del crimen de la pedofilia cometido por clérigos, lacra desconocida hasta ayer pero real, que Benedicto XVI puso de manifiesto en la severa carta al episcopado irlandés, a pesar del desprestigio que pudiere significar para la Iglesia.
Si Cristo no rechazó a Pedro que lo negó, ¿por qué, en un inmundo hostil, los cristianos habremos de avergonzarnos del Papa que confiesa la fe en Cristo? Mucho mejor: volvamos a la sensatez y oremos intensamente por él.

CONCLUSIÓN

24. Pasión de Cristo. Pasión de los cristianos, especialmente de muchos que hoy están sufriendo por su fe hasta derramar su sangre, como Shahbaz Bhatti, ministro paquistaní, recientemente asesinado por defender a las minorías religiosas. Pasión de Benedicto XVI.
Adoremos la Pasión de Jesucristo. Oremos por los cristianos perseguidos. Oremos con mucha fe y amor por Benedicto XVI.
Volvamos al Evangelio de Jesús.
“Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”. Amén.

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA

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