Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario en la misa del Domingo de Ramos a los jóvenes (17 de abril de 2011)
Queridos jóvenes,
Queridos hermanos:
Acabamos de vivir en la liturgia de esta tarde la entrada de Jesús en Jerusalén, y luego la proclamación de su Pasión. Dos momentos de la vida del Señor, su entrada triunfante, y el camino de la cruz, que lo conducirán a su muerte y a su gloriosa Resurrección. Ustedes, queridos universitarios, profesores, decanos y autoridades, han querido sumarse a esta celebración de Ramos en la Catedral, en la que nuestros fieles se acercan para seguir el camino de Jesús.
¡Hosanna al Hijo de David!
Entonces, los que aclamaban a Jesús, eran los niños y los jóvenes; como también lo hacen hoy cada uno de ustedes, cantando “Hosanna al Hijo de David. Hosanna en las alturas”.” Pero en seguida, al culminar este camino, el comienzo de su pasión nos muestran la dimensión infinita de su entrega y de su amor.
La lectura de la Pasión, que escuchamos con atención, no tiene como finalidad que conozcamos una historia de lo que pasó hace dos mil años; sino que nos encontremos con una persona, con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y podamos recibir su mensaje de salvación.
La Pasión de san Mateo, que acabamos de proclamar, nos permite conocer que con la muerte del Señor se cumple lo que ya estaba anunciado en el Antiguo Testamento; de tal manera que conociendo lo que ya se había profetizado, contemplamos que toda la revelación alcanza su cumplimiento en Él.
Los acontecimientos que recién escuchamos, y que suceden cuando muere el Señor, por ejemplo, la oscuridad total que en horas del mediodía cubrieron la región, el temblor de la tierra, la quebradura de las piedras, la resurrección de los muertos, ya habían sido profetizados. Ahora se cumplen con la muerte y la Resurrección del Señor; y ponen delante nuestro al Redentor que esperamos, y que Jesús es el Señor, el Mesías, y viene a salvarnos.
"Arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe"
El lema de la Jornada de la juventud de este año, convocada por el Papa Benedicto XVI, tiene un lema que nos anima a confirmar nuestra fe, y nos permite renovar nuestra adhesión a Jesús: "Arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe".
Ustedes están aquí porque quieren seguir al Señor; porque la fe está en medio de su corazón, o porque Dios los mueve a encontrarse con Él, al comenzar esta Semana Santa. Esto lo descubrimos al comenzar la procesión, colmada de fieles –como en tantas parroquias y capillas–, aclamando a Jesús y recibiendo el ramo de olivo, que también llevarán a sus hogares.
Cimentar más hondamente nuestra vida en la verdad de la fe
Sin embargo, en relación a la fe en Dios, aún con la piedad y religiosidad que tienen tantos cristianos y hermanos nuestros; podemos decir que, a causa del llamado relativismo, vivimos en medio de una tierra movediza.
Aunque un conjunto de valores de nuestra vida que provienen del Evangelio, sean el fundamento de la vida en la sociedad, - como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad fraterna, de la familia -, no obstante, encontramos que algunos se van perdiendo, y no siempre se hace referencia a él. Más bien, en muchos aspectos, como nos sigue diciendo el Papa, se constata una especie de “eclipse de Dios” (cfr. Mensaje Jornada de la Juventud, 2011).
La cultura actual, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios en el ámbito público, o a considerar la fe como un hecho privado, como si no tuviera ninguna relevancia en la vida social. Se produce así una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza (ib).
De este modo, el reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre y los valores que emanan de allí, por ejemplo en su historia, debe tener un profundo significado en la vida pública de la sociedad; y no solo para la crítica, como tantas veces se hace, sino para fomentar el crecimiento de una sociedad.
Por ello, como nos exhorta Benedicto XVI, necesitamos cimentar nuestra vida más hondamente en la verdad de la fe, ya que hay quienes quieren vivir ignorando o eliminando a Dios de la vida, inclusive con cierta indiferencia.
Debemos estar “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7), como nos dice el lema del Encuentro Mundial de los jóvenes de este año. “Arraigados” evoca al árbol y sus raíces que lo alimentan; son nuestros padres, es la familia, que nos debe entroncar y unir, es la cultura donde está Dios. “Edificados” se refiere a la construcción que somos cada uno de nosotros, así como las raíces se trata ahora de los cimientos, consolidados y unidos vigorosamente a Cristo. “Firmes”, alude al crecimiento de nuestra fuerza física o moral; pero al mismo tiempo nos habla en relación a una fe viva, que nos une a Cristo.
Pensemos que Pablo escribe a los Colosenses, que entonces eran tentados por toda clase de doctrina, necesitaban estar firmes en Cristo, como nosotros. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: “sin el Creador la criatura se diluye” (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36; ibidem).
Ser portadores de la fe en Jesús
Por eso necesitamos ser portadores de la fe en Jesús. Para ello debemos conocerlo más, buscarlo en esta Semana Santa; aún con la sorpresa de saber que es Él quien nos está buscando a nosotros.
Queremos conocerlo, leyendo y orando la Palabra de Dios, para ahondar su enseñanza y también los valores que brotan de la Sagrada Escritura, para anunciarlos a los demás, particularmente a quienes no conocen a Cristo, o se han olvidado de Él.
Necesitamos hacerlo, para llevar una palabra de fe a quienes piensan que pueden ser indiferentes o permanecen al margen del amor de Dios.
Sin embargo la dimensión de este anuncio no es solo un discurso. Debe ir unido a un testimonio de vida, una vida santificada por la gracia y por los sacramentos, sobre todo por la Reconciliación, que nos perdona, y por la Eucaristía, que nos alimenta en el camino; una vida de amor, que brota de la acción de Jesucristo, de su muerte y Resurrección, a través de la Iglesia en el mundo en que vivimos.
Para mantenernos firmes en la fe, y transmitirla a los demás, es fundamental recorrer el camino de la cruz, como hicimos al escuchar la Pasión; y así vamos a seguir al Señor reconociendo que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva» (Carta enc. Dios es caridad”,nº 1).
De este modo, queremos renovar en esta Semana el deseo de imitarlo, sobre todo en el amor, a través de las obras de misericordia: dar de comer al que tiene hambre, dar de beber al que tiene sed, vestir al que no tiene ropa, alojar al que no tiene techo, visitar al que está enfermo.
Así, vamos a comprender de algún modo que quien salva al mundo y a nosotros mismos es Jesucristo, crucificado y resucitado.
Le pedimos a la santísima Virgen, que nos acompaña a seguir a Jesús en su dolorosa pasión; que nos lleve también de su mano hacia la Pascua de su Hijo.
Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario
Fuente: AICA
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