Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes para la el sexto domingo durante el año (13 de febrero de 2011)
Jesús no deja ninguna duda de que su enseñanza no es una contraposición al judaísmo, sino su verdadera comprensión. Él no cuestiona la ley y los profetas, sino la manera de interpretarlos. La moral del cristianismo no reemplaza el decálogo sino lo comprende desde su raíz, que es el amor. Y cómo hay que entender el amor, lo mostró Jesús por su propia vida. Él es la ley en persona y el profeta por excelencia. Contemplándolo a Él, comprendemos lo que es la justicia superior del Reino de Dios.
El Reino de Dios es la comunión entre todos. No es posible entrar mientras guardamos nuestras aversiones, prejuicios, rencores y mezquindades. No es suficiente no matar físicamente a nadie, dice Jesús; hay que erradicar la irritación contra el hermano y llegar con él a la reconciliación antes de presentarse ante el altar. No alcanza con no llegar al adulterio en hechos concretos; hay que ser fiel en el deseo íntimo. La palabra empeñada en el matrimonio vale para siempre. No hay que afirmarla con juramento. Simplemente, que el “sí” sea sí. Porque si su cumplimiento no nace de un corazón recto, a la infidelidad se agregaría todavía la blasfemia.
Las exigencias del Reino son fuertes, pero posibles. Si confiamos en Dios, Él actuará en nosotros para poder aceptar ciertas frustraciones en nuestro afán de sentirnos realizados; o como dice Jesús, arrancar el ojo y cortar la mano que nos tientan. Es ésta la sabiduría de la cruz que San Pablo anuncia hoy a los corintios: “aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer”. “Si quieres”, dijo el libro del Eclesiástico anteriormente, “puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que agrada al Señor. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen”. Hemos de sentir la mirada de Cristo, como Pedro en el momento en que lo estaba negando en el patio del sumo sacerdote. Amargamente lloró el apóstol cuando salió; pero después, fue capaz de dar la vida por el Señor.
Uno de los impulsos que dio Juan Pablo II a la nueva evangelización, fue la promulgación de muchos santos que en tiempos pasados y recientes han dado el testimonio de las Bienaventuranzas; personas de los más diversos estratos sociales, hombres y mujeres, jóvenes y niños que han permitido que Jesús los transformara. Y nos recordaba insistentemente que todos estamos llamados a la santidad; es la razón de nuestra vida. “Imitar la santidad de Dios, tal y como se ha manifestado en Jesucristo, su Hijo, no es otra cosa que prolongar su amor en la historia, especialmente con respecto a los pobres, enfermos e indigentes” (Ecclesia in America, 30). “El conocimiento concreto de este itinerario se obtiene principalmente mediante la Palabra de Dios; la lectura de la Biblia, acompañada de la oración” (id. 31).
Hagámoslo, hermanos y hermanas, para que el Reino avance.
Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes
Fuente: AICA
Mc.10,9 dice "Lo que Dios ha unido, el hombre no
ResponderEliminarlo separe" hace falta decir mas??? Para motivos
graves siempre existe un Tribunal Eclesiastico.
Etelvina