"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

29 de diciembre de 2010

Mons. Malfa: encarnemos la Navidad en la alegría y la fortaleza de la familia, la dignidad de la vida humana, el cuidado de los niños


Mensaje de monseñor Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús, para la Navidad 2010
 
Que los cielos derramen al rocío; que las nubes hagan llover al Justo, que se abra la tierra dormida de nuestro corazón frío y cerrado y germine allí nuestro Dios… Ven pronto, Señor, ¡Ven Salvador! (del himno gregoriano Rorate Coeli).


1. La Navidad es la iniciativa amorosa y la respuesta de Dios a la necesidad de salvación de la humanidad, “tanto amó Dios al mundo que les dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3, 16-17). Navidad es la manifestación y presencia de este amor de Dios manifestado en Jesús, el Emanuel, el Dios con nosotros, el Dios que nos salva asumiendo nuestra entera humanidad.
San Gregorio Nacianceno (330-390) nos anuncia e invita a celebrar la verdad de la Navidad: “Cristo ha descendido del cielo: ¡Salgamos a su encuentro! Cristo ha nacido: ¡Glorifiquémoslo! Cristo está en la tierra: ¡Exaltémoslo! Cristo se ha encarnado: ¡Alegrémonos!”
Esta verdad del amor de Dios encuentre eco en todos nosotros, pienso en quienes han abandonado la fe o ésta se ha debilitado o confundido, en quienes se han alejado de la Madre Iglesia, en los que buscan el sentido de la vida, el Señor nos dice a todos: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos” (Ap. 3, 20). Y será Navidad por el encuentro renovado con Cristo.

“Encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre” (Lc. 2, 16).

2. Jesús nace en una familia pobre y perseguida, trabajadora y creyente, llena del amor de Dios. Navidad es Dios que nace en una familia. Cuando el siervo de Dios Pablo VI, fue como peregrino a Tierra Santa expresó: “Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social”. Aquí está la cuna de la civilización del amor y de la paz, la fuente del futuro con esperanza para la humanidad, la familia transmisora de amor y de vida, de fe y virtudes sociales.

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Jn. 9, 6); “En la Palabra estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1,4); “La vida se manifestó y nosotros la hemos visto” (1Jn. 1,2).

3. La Navidad es el Evangelio de la salvación y la dignidad humana. Nos llama a contemplar con estupor el milagro y el misterio de la vida, a descubrir y maravillarnos por este don lleno de gratuidad y belleza. No solo al creyente, también todo hombre y mujer que busca el bien y la verdad reconoce una “huella” indeleble en el sagrario de su conciencia y de su corazón acerca del valor sagrado de la vida humana. ¿Podemos hacer depender de decisiones políticas o consensos sociales el derecho a nacer de la vida inocente? ¡Cuánto brilla aquí la misión dignificante e irreemplazable de la mujer, su honda capacidad de compasión para asumir desde el amor el dolor y la esperanza de los otros, su fortaleza, intuición y creatividad en el cuidado entrañable de la vida y la niñez!
Acoger la vida concebida, dar tiempo al enfermo incurable, acompañar con paciencia al anciano, sus expresiones de un amor que dignifica al que lo da y al que lo recibe.
En la carta de Adviento les sugerí y reitero ahora, la lectura de la Encíclica de Juan Pablo II “El Evangelio de la Vida” (Evangelium Vitae) que dice: “¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad! (E.V. 5).

“El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz” (Isaías 9,1).
“La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron” (Jn. 1, 5).

4. A la luz de la vida de Jesús se opusieron las tinieblas de la cruel violencia encarnada por Herodes y sus seguidores de todos los tiempos “que atentaban contra la vida del Niño” (Mt. 2, 19) imagen de todas las violencias: aborto, desnutrición, abandono, exclusión, abuso y pornografía infantil, niños de la calle, tortura, droga, trabajo infantil, migración, desarraigo… La Navidad nos llama también al cuidado de la inocencia de los niños, a devolverles la dignidad.
La luz de Belén nos sigue iluminando para transformar todas esas situaciones, no sólo a los seguidores de Jesús sino también a tantos hombres y mujeres que creen en la fuerza del amor y trabajan con alegría en la esperanza de hacer de la infancia la época feliz que el niño merece.
Jesús ama a los niños con predilección: “Dejen que los niños se acerquen a mí porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mc. 10, 14). No solo los toma en sus brazos y los bendice y los compara con el Reino de Dios sino que también se identifica con ellos: “el que a ellos recibe, a mí me recibe” (Mc. 9, 37) y de Él es también la gravísima advertencia: “pobre el que escandalizare a uno solo de estos pequeños” (Mc. 9, 42).
Queridos hermanos y hermanas: encarnemos la Navidad en la alegría y la fortaleza de la familia, la dignidad de la vida humana, el cuidado de los niños.
¡Feliz Navidad!

Mons. Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús

Fuente: AICA

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