"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

29 de diciembre de 2010

La Sagrada Familia de Nazaret es modelo para todos los hogares


Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes para la fiesta de la Sagrada Familia (26 de diciembre de 2010)

En el evangelio de Mateo, a diferencia de Lucas, san José, el padre adoptivo de Jesús, ejerce un rol protagónico. En el árbol genealógico de Jesús se toman en cuenta los antepasados de José,  “el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo” (Mt 1, 16). José es el destinatario del mensaje del ángel, para que recibiera a María en su casa y que pusiera a su hijo el nombre de Jesús (Mt 1, 21). Cuando Jesús nació en Belén, José nuevamente fue avisado por el ángel que llevara al niño y a su madre a Egipto, para salvarlo de la persecución de Herodes. Y finalmente, después de la muerte del tirano, por indicación del ángel, José volvió con su familia a su país, donde se estableció en Nazaret.


En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, el Verbo encarnado, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, subrayan la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor», aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia. Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15). (Redemptoris custos, 8).

La familia de Nazaret, si bien es única por la relación conyugal excepcional entre María y José, y especialmente por su hijo que es el Hijo de Dios; sin embargo, es modelo para todos los hogares, ya que la Virgen era realmente la madre de este Hijo, y san José asumió plenamente sus obligaciones de padre de familia. Porque el Hijo de Dios se había hecho realmente hombre; un niño que tenía que “crecer en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2, 52). Jesús, para su sano desarrollo, necesitaba la ternura de su madre, pero a la vez también la imagen del varón, al cual Él llamaba Abbá, Padre;  término que usó después en su propia oración y en su enseñanza para animarnos a tratar con esta familiaridad del hogar al mismo Padre en el cielo. Fue a ese esposo fiel y padre cuidadoso, al cual Jesús se sujetó en obediencia. Fue san José quien instruyó en la  ley de Dios y del trabajo, al que hoy es nuestro Maestro. Él alimentó al que hoy comemos como Pan de vida eterna. Con su silencio le enseñó a contemplar lo divino en lo humano, y la exigencia del amor que se vive en el servicio.

Ante el aparente oscurecimiento  de la  profundidad del amor humano, conviene acercarse a las aguas puras del evangelio. Pidamos por nuestras familias, por los matrimonios, por los padres en particular para que los hijos puedan reconocer en ellos la imagen de Dios, del cual ellos mismos un día han de ser una imagen creíble delante de sus propios hijos. Que la Virgen, que es el rostro maternal de este mismo Dios, nos lo alcance por su intercesión.

Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes

Fuente: AICA

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