Mensaje de monseñor Mario Luis Bautista Maulión, arzobispo de Paraná para la Navidad 2010
La fiesta de la Navidad (y también la del Año Nuevo) traen para muchos la renovación de la alegría, de la esperanza y de la vida. Quienes creemos en Jesús, Hijo del Dios Eterno, hecho hombre en el seno de su Madre, la Virgen María, reavivamos esa alegría porque sentimos que Él ha venido y viene a salvarnos. Quienes no comparten esta fe, sienten también en estas fiestas las ansias, los anhelos y los deseos de paz, de esperanzas y de vida.
Estas fiestas nos llevan a la expectativa y la necesidad de cosas que interiormente añoramos como la paz, una vida mejor, una esperanza que sea más que un sueño imposible: añoramos todo esto porque, en distintos grados, nos falta.
Estas fiestas no pueden permitir salir un poco del ritmo concreto y vertiginoso de nuestra vida y poder mirar nuestra persona y nuestra convivencia familiar y social con ojos renovados, con ojos de amor y de paz.
El año que termina y que hemos recorrido juntos estuvo marcado por muchos acontecimientos de distintas dimensiones: unos, alegres, esperanzadores, otros tristes, penosos, desencontrados, desconcertantes.
Pienso que tenemos que mirar todo esto con serenidad y con seriedad: junto a lo positivo y valioso de mucho de lo vivido están también los acontecimientos penosos, tristes y lamentables. Tanto lo positivo como lo negativo nos afectan y nos tocan como personas individuales, como miembros de una familia, como miembros de nuestra sociedad.
La propia persona, la familia, la sociedad no son realidades ya hechas y constituidas. Mas bien las vamos construyendo (o deteriorando) según como actuemos. Y alcanzan todo el ámbito de nuestra realidad. Creo que de un modo particular abarcan el ámbito de la vida, de la familia y de la convivencia social.
En todo el ámbito de la VIDA, en especial de la vida humana, vemos aspiraciones, logros muy positivos, alentadores para promoverla, cuidarla, cultivarla. Pero también se advierten signos y síntomas negativos y alarmantes: descuido por la vida en muy diversas formas y grados con conductas que van desde el desinterés por el otro hasta la perversión de destruir la vid. La droga, el alcoholismo, la violencia, la prostitución y el abuso hacia otros son realidades que parecen ir creciendo y aumentando. En todo esto siempre hay víctimas, con frecuencia, inocentes Y, algo más inquietante: diversas corrientes de pensamiento que buscan justificar todo esto.
En el ámbito de la FAMILIA, junto con logros muy positivos, hay situaciones que la condicionan, perturban o degradan. Sin ánimo de generalizar, se ve que la familia va perdiendo estabilidad y consistencia, la relación entre esposos, padres e hijos se debilita y la familia, el ámbito vital en el que los hombres nos formamos desde el nacimiento, va perdiendo - por falta de amor y entrega generosa - la sólida unidad que la hace vigorosa.
En la CONVIVENCIA SOCIAL junto con los grandes esfuerzos por lograr una convivencia que se acerque a ser una verdadera amistad social, se notan situaciones de enfrentamientos, luchas, fragmentaciones y un avance de los interesas personales o sectoriales sobre el auténtico Bien Común que caracteriza a una sociedad justa.
Desde la perspectiva y el espíritu de la Navidad, tanto a creyentes como a no creyentes, se nos abren caminos de compromisos por la defensa y cultivo de la VIDA en todas sus formas, desde la misma concepción hasta su fin natural, particularmente para los más desprotegidos e indefensos.
Estamos llamados a consolidar nuestra FAMILIA por el único camino que la hace consistente: el amor servicial y abnegado de cada uno hacia los demás miembros que la componen.
La CONVIVENCIA SOCIAL armónica, justa, solidaria no es sólo una saludable aspiración. Es, sobre todo, tarea de cada uno y de todos, para hacer de nuestra sociedad una patria de hermanos y amigos.
La Paz, anunciada a los pastores en el Belén cuando nació Jesús, es la Paz que desde lo más hondo del corazón y desde el Amor de Dios se nos propone para que vigoricemos nuestras personas, nuestras familias, nuestra sociedad. Haciendo así, tendrá un contenido muy humano lo que expresamos en los saludos que mutuamente nos estamos dando: ¡FELIZ NAVIDAD!
Mons. Mario Luis Bautista Maulión, arzobispo de Paraná
Paraná, Navidad de 2010
Fuente: AICA
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