"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

30 de diciembre de 2010

En Argentina la pobreza real se mezcla con la miseria moral de algunos activistas

"Virgen con el Niño" de Antonio Arias Fernández (Museo del Prado, Madrid)

Homilía de monseñor Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata en la misa de Navidad (Catedral de La Plata, 25 de diciembre de 2010)

Queridos hermanos:

Celebramos la Navidad del Señor. Acabamos de escuchar la página más profunda de la revelación de Dios: “El Verbo (la Palabra eterna de Dios) se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Este es el misterio que hoy adoramos. Lo que el Evangelio de san Lucas dice en forma de relato histórico, al describirnos las circunstancias del nacimiento de Jesús en Belén, el Evangelio de san Juan lo expresa en la profundidad teológica de este himno incomparable que sirve de prólogo a su obra.


Se trata de la cima más alta de la revelación bíblica. Aquí se revela al mismo tiempo el misterio de Dios y el misterio del hombre. Jesús es presentado como aquel que siendo igual a Dios, porque existe desde siempre, desde el principio junto a Dios, vino a este mundo para habitar entre nosotros. Por Él, el Dios inaccesible se vuelve cercano. Él es la Palabra divina y eterna que se hizo palabra humana, lenguaje nuestro. De Él oímos decir que, con anterioridad a la Encarnación, es el “Hijo único” (1,14) que viene a revelarnos el misterio del Padre, que coincide con su propio misterio de Hijo unigénito: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre” (1,18).

Leída en el conjunto del cuarto Evangelio, esta página sintetiza toda la revelación divina. El misterio trinitario y el misterio de Cristo coinciden. Junto con la generación eterna del Dios unigénito, que es la Palabra o Verbo del Padre, se habla de la generación temporal, pues entró en la historia de los hombres y “se hizo carne”, asumiendo nuestra condición humana de fragilidad. Así, la generación humana, que prolonga en el tiempo la generación eterna, permite que nosotros podamos alcanzar nuestra regeneración espiritual, pues a todos los que recibieron esta Palabra mediante la fe, “a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12).

Además del nacimiento eterno desde el seno del Padre, y del nacimiento temporal desde el seno de María, podemos hablar de un nacimiento espiritual en nuestros corazones de este Verbo o Palabra eterna.

El Dios trascendente y eterno se hace un niño como otros y entra en nuestra historia. Viene a compartir nuestra condición humana para hacernos participar de su condición divina. Viene a unirse a nosotros, para que nosotros nos reconozcamos unidos con Él y entre nosotros, como hermanos.

Junto con la manifestación de la gloria divina, hemos escuchado un drama permanente que recorre la historia. Todo hombre anhela una vida en plenitud, pero cuando aparece esta Palabra que es “la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) ¿qué es lo que pasa?: “Vino a los suyos y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11).

Mientras el mundo seguía igual que siempre, la verdad profunda de lo que sucedía quedaba en la experiencia directa de unos pocos. En primer lugar, en la mente y el corazón de la Virgen María, testigo privilegiado del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que es también igualmente su Hijo nacido virginalmente de sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Junto a ella, su esposo legal, José, modelo de hombre creyente, que obedece al designio divino y es custodio de tan grande misterio. ¡Cuánto provecho sacaríamos si nos adentráramos en el silencio contemplativo de María y de José!

Para el mundo, todo seguía el curso normal. Sólo las almas despiertas como María y José, y los pastores de Belén, logran descubrir la venida del Salvador anunciado y esperado. Así es el estilo de Dios. Privilegia lo que no tiene apariencia ni lucimiento, elige medios pobres, confunde a los que creen ser importantes. Prefiere el silencio y la pobreza para dar inicio a lo grandioso y definitivo.

Nuestra celebración no consiste en un mero recuerdo histórico de un acontecimiento del pasado. Ciertamente hacemos memoria y nos trasladamos con la imaginación hacia lo sucedido en la noche de Belén. Esto nos hace bien y nos ayuda a vivir la Navidad. Pero no debemos olvidar que la liturgia en sus oraciones nos habla de un acontecimiento actual y también futuro. El nacimiento histórico de Cristo se actualiza espiritualmente hoy si tenemos el alma llena de fe. Y al mismo tiempo, se nos brinda un anticipo de la segunda venida del Señor en gloria y majestad.

La Navidad del Señor es una fiesta de luz en medio de la oscuridad del mundo. ¡Cuántas veces creemos ver la realidad, y sin embargo pasamos por alto el sentido de las cosas! Creemos ser realistas y no somos verdaderamente objetivos. Creemos ver y permanecemos ciegos. Nuestro Salvador viene para darnos luz. ¡La necesitamos más que nunca! Estamos en una época que le teme a la verdad o la vuelve relativa. Ya no se aceptan verdades objetivas de validez universal y con frecuencia oímos hablar de “mi verdad”, “tu verdad”, “su verdad”, pero no de “la verdad”. Se nos habla también de verdades y valores que “se construyen” por el consenso social, como único fundamento válido, olvidando una trágica enseñanza de la historia del siglo XX: hay consensos sociales equivocados, acuerdos para el mal, que han conducido a los peores totalitarismos e injusticias.

La Navidad es también la fiesta de la vida, pues con este niño nace para nosotros la Vida verdadera de los hombres. En este frágil niño, Dios nos está diciendo cuánto valemos para Él. Por el misterio de la Encarnación, la Palabra eterna de Dios se hace hombre, se hace palabra humana para decirnos en nuestro lenguaje que todo hombre es su hermano, y que toda vida pertenece a Dios, y por eso es sagrada e inviolable.

Secundando una iniciativa del papa Benedicto XVI, la Iglesia en nuestra patria se prepara para vivir un “año de la vida”, destinado a recordarnos esta verdad esencial: el respeto irrestricto por la vida humana, desde su concepción hasta su término natural. Nos interesa cuidar la vida en todas sus etapas, pero especialmente en las situaciones de mayor riesgo y fragilidad. Nos preocupa la mentalidad que se difunde en los medios de comunicación social, que pretende desconocer la dignidad del niño por nacer, y el estatuto antropológico y jurídico del embrión humano. No se trata de optar por una vida en contra de la otra, sino de volvernos creativos para hacer frente con dignidad a los problemas que puede suscitar un embarazo no deseado. Se trata de respetar el primero de todos los derechos, que es el derecho a la vida, fundamento de los otros derechos. Por todo eso, debemos orar, informarnos y comprometernos.

La Navidad ha inspirado desde siempre sentimientos de paz y de amor, sentimientos de fraternidad y de reconciliación. Cada uno de nosotros tiene algo para hacer. Pero sobre todo debemos orar y comprometernos por lograr un cambio de mentalidad por el cual nos vayamos acercando a la necesaria y siempre postergada reconciliación de los argentinos.

Sabemos que esta palabra “reconciliación” suena en algunos oídos como reclamo de impunidad respecto de hechos del pasado. Sin embargo, no se trata de lograr impunidad, sino de tender a una justicia verdadera en la superación del odio y del deseo de venganza, y de un recuerdo sesgado y unilateral. Vivir con afán de venganza, tergiversa la historia y nos paraliza para mirar hacia el futuro. En esto, como en muchos otros problemas, el Evangelio de Jesús es el mejor remedio: “perdonar hasta setenta veces siete”.

Mirar los noticieros televisivos de estos últimos días ha resultado una tarea deprimente. Los acontecimientos de ocupación de espacios públicos en Villa Soldati y en muchos otros puntos del país y de nuestra provincia; el paro de trenes y la furia popular de anteayer en la estación Constitución, de la ciudad Buenos Aires, nos muestran una sociedad en estado de crispación continua. La pobreza real de muchos se mezcla con la miseria moral de algunos activistas, profesionales de la agitación y el odio. Los políticos se inculpan mutuamente.

Este día debe ser la antítesis de todo esto. La Navidad debe abrirnos a la esperanza de un mundo distinto, renovado precisamente porque nació Jesús, el “Príncipe de la paz”, el “Señor de la vida”, el “Dios con nosotros”, que nos llama a ser sus instrumentos en la construcción de un mundo mejor.

Me complazco en citar las palabras sobre la Navidad de una gran profetisa de nuestro tiempo, la Madre Teresa de Calcuta, que escribió estas límpidas enseñanzas: “Es Navidad cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano. Es Navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro. Es Navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad. Es Navidad cada vez que esperas con aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual. Es Navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad. Es Navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás”.

Es muy legítimo que nosotros demos a la celebración de la Navidad un marco familiar y festivo, que exteriorice la alegría interior. La conciencia del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, fue marcando en forma creciente la mentalidad de los hombres y se fue haciendo cultura. Pero debemos precavernos a fin de que lo externo no nos absorba nuestra atención completamente, y así la Navidad se banalice y pierda su sentido religioso, fuera del cual no pasa de ser mero encuentro familiar, en el mejor de los casos, o ruidosa manifestación donde nos hemos olvidado de aquel a quien festejamos. Una Navidad sin Jesús, es como una fiesta donde el agasajado está ausente. Una Navidad sin Jesús, es una gran incoherencia y confusión de significados.

Tengamos un recuerdo especial en este día por todos los que pasan la Navidad en la nostalgia de una ausencia,  en la tristeza de una enfermedad, en la tiniebla de su pecado, o sin una vivienda digna, en la amargura de una familia separada por la incomprensión y el pecado, o bien sin el afecto de quienes deberían ser agradecidos y pagan con el olvido. Pidamos para nuestra Iglesia una renovación profunda en el entusiasmo apostólico por anunciar a Cristo y la valentía de predicar la verdad del Evangelio, sin rebajas de falsa prudencia humana. Pidamos también por nuestra patria y sus gobernantes, para que, apaciguados los ánimos, podamos construir una sociedad mejor sobre el sólido fundamento de la verdad y la justicia, de la fraternidad y la reconciliación, del diálogo y la benevolencia, valores todos cuya raíz más profunda se encuentra en el nacimiento de nuestro Salvador que este día celebramos.

¡Feliz Navidad para todos! Con mi bendición.

Mons. Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata
Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo31.12.10

    HA LLEGADO LA LUZ DEL MUNDO, EL SOL DE JUSTICIA
    Y NUESTROS GOBERNANTES Y DIRIGENTES PARECERIAN
    NO HABERSE DADO CUENTA.
    PIDAMOS A ESE NINIO ENVUELTO EN PANIALES QUE LES
    DE LUZ Y SABIDURIA PARA RECONOCER LAS DIFEREN-
    CIAS...!!!

    ETELVINA

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