Como todos los Sacramentos, la Reconciliación o Penitencia nace en el Misterio Pascual de Jesucristo, cuyo Sacramento central es la Eucaristía. Por lo tanto, al estudiarlo litúrgicamente descubrimos un “qué” y un “cómo”. El “qué” es la razón del Sacramento instituida por Jesús: “los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Juan 20,23) Está dicho en plural, por lo cual se refiere a la Iglesia y no a cuestiones personales, pero el “cómo” de este Sacramento ha sufrido cambios a lo largo de la vida de la Iglesia y la forma en que ésta lo ha instrumentado.
Asimismo, como todo Sacramento tiene dos direcciones: ascendente y descendente. Empecemos por la segunda: la dirección descendente, es decir, de Dios al ser humano, es la santificación por la misericordiosa remisión de los pecados; y la primera dirección, del ser humano a Dios, es la confesión misma por medio del sacerdote y luego la oración post confesión a Dios. Ahora bien, para contestar nuestra pregunta: ¿qué celebramos cuando concurrimos al confesionario? si es que celebramos algo, debemos contemplar el Misterio Pascual del Señor, es cierto que es primordial la contrición del corazón y detestar el pecado, por eso mismo ¡el Sacramento de la Reconciliación es nada menos que la Celebración de la victoria de Jesucristo sobre el pecado!
Qué distinta es ahora la vivencia de la confesión, celebremos pues la victoria del Invicto Cristo, glorificándolo. (PCD)
Prensa Cristiana Digital 16 (2009) 3
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