"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

26 de octubre de 2010

Mons. José María Arancedo: la pobreza espiritual y la humildad son bases de la oración

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (23 de octubre de 2010)

Uno de los aspectos centrales en la vida del cristiano es la oración. Es el mismo Jesucristo quién, recogiendo la rica tradición orante de la Biblia, nos habla de la oración como expresión superior en la relación hombre-Dios. Es más, para Él, los momentos más significativos de su vida fueron momentos de oración, de encuentro con su Padre. En un sentido es la oración la que nos introduce en la verdad profunda de lo que somos. En ella descubrimos esa primera relación de nuestra condición de criaturas, con su grandeza y sus límites. No somos dioses, ni simples miembros del mundo de la naturaleza; somos seres espirituales únicos, dotados de inteligencia y capacidad de amar. Por ello la oración al descubrirnos en esta verdad de seres espirituales y darnos la certeza de un diálogo posible con Dios, nos muestra un mundo nuevo. La oración nos libera de la angustia de la soledad, porque nos abre a un diálogo con Dios en el que se expresa nuestra vocación trascendente. Ella no es un agregado a la vida del hombre, sino un signo de su dimensión espiritual.

Es significativo que los discípulos no le pidan grandes cosas a Jesús, sino algo simple: “Señor, enséñanos a orar” (Lc. 11, 1), que es como decirle danos lo importante, es decir, aquello que nos permita dar sentido a nuestra vida. Por ello, cuando una madre enseña a rezar a su hijo lo está introduciendo en esa verdad profunda del hombre como ser espiritual. Le está dando lo más importante. La oración no es tanto una cuestión piadosa, cuanto una verdad antropológica en la que el hombre se descubre. Este domingo en la liturgia leemos un pasaje del evangelio de san Lucas, en el que Jesús nos advierte sobre la actitud con la cual debemos orar. Nos va a hablar de la humildad, como actitud básica que tiene su fuente en esa verdad de nuestra relación de criaturas frente a Dios, y que se debe vivir y expresar en nuestra relación de amor hacia los demás. Podríamos decir que la fe que nos introduce en ese diálogo con Dios, tiene que hacerse camino de caridad con nuestros hermanos.

“Dos hombres subieron al Templo para orar, dice Jesús, uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo oraba en voz alta diciendo: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás…., ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de mis entradas. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia… se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador! Les aseguro, concluye Jesús, que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero” (Lc. 18, 9-14). Como vemos, el camino de la oración que nos presenta Jesús no se construye con grandes cosas sino con actitudes simples, como es el espíritu de fe y la sencillez de corazón. Lo simple de la pobreza espiritual y la humildad, son las actitudes básicas que permiten ese diálogo fecundo con Dios que nos abren a una Vida Nueva, que es causa de nuestra liberación y santidad.

Deseándoles un buen fin de semana en compañía de su familia y amigos, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición de Padre y amigo.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Fuente: AICA

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