"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

25 de octubre de 2010

Homilía de Mons. Alejandro Goic Karmelic en la Misa de Acción de Gracias al Dios de la Vida (texto completo)


Cristo, nuestro refugio

Homilía en Liturgia Ecuménica de Acción de Gracias por la vida de los 33 mineros
Santuario nacional de Maipú, 25 de octubre de 2010

Rom 8, 28. 31-32
Mt 7,24-27

Entre las buenas noticias de este Bicentenario, hay una frase que difícilmente los chilenos olvidaremos: “Estamos bien en el refugio los 33”. Tampoco olvidaremos aquellas imágenes y sonidos imborrables del rescate, de esa “operación San Lorenzo” que el mundo entero siguió con atención y preocupación. Millones de hermanos y hermanas nos hemos unido en estos meses en una plegaria común al Padre por la vida de estos mineros.


Por eso, razón fundada tenemos hoy para congregarnos, como pueblo de Dios que peregrina en este país que amamos, con la presencia de representantes de la máxima autoridad de la Nación, para dar gracias a Dios por la vida de estos 33 hermanos nuestros que han sobrevivido a una tragedia gracias a su fe, a su esperanza, a su coraje y su comunión solidaria.

Y para agradecer junto con ellos a Dios por tantas personas que hicieron todo lo que estaba a su alcance para encontrarlos y para rescatarlos. En primer lugar a sus familias, luego a las autoridades nacionales y regionales, a los ingenieros y técnicos, a los rescatistas y trabajadores, y a tantas otras personas que solidarizaron con esta situación y colaboraron de una u otra forma para que todo saliera bien. Y agradecer también al Señor por tanta gente en Chile y el mundo entero que comprendieron la importancia vital de lo que estaba pasando y se solidarizaron de corazón con sus oraciones o sus buenos deseos.

Una profunda mirada a nuestros sueños

Son muchas las preguntas que nos hemos formulado en este último tiempo, a propósito de los sucesos que hoy recordamos. Nos preguntamos, por ejemplo, cómo una situación límite transforma radicalmente la vida de las personas. ¿Qué mirada tenían del Chile del Bicentenario estos 33 compatriotas hasta el día 4 de agosto? ¿Se sentían parte de la comunidad? ¿Se sentían respetados en su trabajo? ¿Se sentían invitados a la mesa común de la patria, esta mesa en la que nadie puede sobrar y nadie puede faltar? ¿Qué planes y proyectos tenían los 33 mineros para ellos  para sus familias hasta el 4 de agosto?

Al día siguiente la vida cambió para ellos, del mismo modo que había cambiado para tantos chilenos el 27 de febrero. Y así como el sello Bicentenario fue matizando su identidad después del terremoto y maremoto, también el derrumbe del 5 de agosto y luego la situación de los comuneros mapuche volvieron a remecer nuestras conciencias en la antesala de los festejos patrios.

Nos preparábamos al Bicentenario soñando un Chile más justo, más fraterno y solidario, más cercano al querer de Dios; y estos acontecimientos imprevistos nos llevaron inexorablemente a mirar con mayor profundidad nuestros anhelos más sentidos.

Cada muro que se desplomaba con el movimiento de la tierra, cada día que pasaba sin tener señales de vida de los mineros, cada jornada prolongada de huelga de hambre, nos ponía de modo radical frente al dilema que hoy nos presenta el Señor en su Palabra: ¿cómo edificamos nuestra casa, con qué material, en qué cimientos?

A veces de un modo que parece violento, las circunstancias de la vida nos obligan a detenernos en medio de una rutina vertiginosa, y nos preguntan por el sentido último de nuestra existencia. ¿Estamos preparados para que se desmoronen nuestras edificaciones materiales, para que se derrumben nuestros planes y proyectos? Cuando viene el mayor de los derrumbes, no el de la roca sino el de la esperanza, ¿qué luz asoma al final del túnel? Cuando aflora la fragilidad, la vulnerabilidad, la incertidumbre, ¿en qué, o en quién, ciframos finalmente nuestra íntima confianza?

Las preguntas sobre la vida que llevamos

El evangelio nos habla de la insensatez que supone edificar sobre arena. La lluvia y el viento terminan rápido con un edificio que tambalea. Dice Jesús que la ruina del hombre insensato fue grande. Como grande es nuestra ruina cada vez que edificamos nuestros proyectos sobre la meta del éxito fácil, de la ambición desenfrenada de bienes, del consumismo ilimitado, de la búsqueda individual de placeres efímeros, de famas transitorias, de infinitas vanidades.

Grande es la ruina de una sociedad deshumanizante que desprecia la vida humana y que descuida los derechos y la dignidad de la persona. Las condiciones de seguridad en las faenas mineras son apenas uno de tantos ejemplos de situaciones graves que nuestra sociedad debe abordar de modo urgente: la miseria y la extrema pobreza, la vivienda precaria e indigna, las ofensivas desigualdades en el ingreso de las personas, en las oportunidades de educación, en el acceso a la salud.

Cuando edificamos sobre arena, el primer sismo o el primer derrumbe nos deja en el desamparo. Pienso en la dolorosa situación que vive por estos días la familia del pequeño Borja, en Huechuraba, y el dolor que también viven la parvularia que estaba a su cargo, los parientes y amigos de todos ellos, y que inesperadamente puede tocarnos a cualquiera de nosotros Cuando nos encontramos ante el extremo de situaciones dramáticas que nos rompen el corazón ¿sobre qué calidad de suelo está edificada nuestra existencia?

Hermanas y hermanos, no podemos seguir viviendo el estrés permanente de un ritmo de vida orientado exclusivamente al rendimiento y al lucro. Eso es construir nuestra vida sobre arena. La vida no puede reducirse a una carrera vertiginosa por maximizar tiempos, resultados, compromisos, a un costo tan elevado. No basta con corregir las normas y fiscalizar adecuadamente. Una convivencia sana se funda en familias sanas, que cuenten con tiempo para regalarse amor y diálogo, que tengan oportunidades de crecer y desarrollarse, con rutinas, horarios y proyectos a escala humana. Eso es ir construyendo la existencia sobre roca sólida, porque eso es poner en práctica la voluntad del Creador, del Padre nuestro de los cielos.

Pensando en el pequeño Borja; pensando en ustedes, hermanos mineros que fueron bendecidos con la posibilidad de la vida; pensando también en tantos otros mineros que, antes de ustedes e incluso después de su rescate, han perdido la vida en su trabajo en la mina; meditamos la epístola de san Pablo que hoy ha sido leída. Nos recuerda que Dios dispone las cosas para el bien de los que lo aman. Y en el misterio de la vida y de la muerte, con San Pablo nos preguntamos: “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”.

No es casualidad que el santo nombre de Dios se haya pronunciado con tanta fuerza en estos meses, desde la catástrofe telúrica hasta el feliz rescate de los 33. Hemos hablado de Dios, Padre de misericordia que nos ofrece su amor en forma incansable, que asume nuestra humanidad en Jesucristo, su Hijo y Señor Nuestro. Y que es la roca más sólida de todas sobre la cual asentamos nuestra esperanza. Hemos pedido a Dios, nos hemos confiado en Él y hoy hemos llegado hasta este Santuario para darle gracias.

Cristo, nuestra esperanza

Ha sido un tiempo de mirar al Creador, que no nos abandona ni siquiera en las mayores aflicciones y desconsuelos: cuando se pierde un hijo, cuando se está prisionero 700 metros bajo tierra, cuando falta lo mínimo para poder vivir dignamente. En la mayor oscuridad, el Hijo de Dios asume la cruz y con su resurrección nos devuelve la vida, la Certeza final que vence toda muerte. Es Cristo Resucitado nuestra esperanza, él es la “cápsula Fénix” de nuestra historia personal, familiar y nacional.
Por eso damos gracias. Porque este Dios de amor nos ha unido, como una sola familia, junto al dolor y la esperanza. Decía el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi: “Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil (…) Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí”. Cómo no agradecer que el mismo autor de estas palabras, el Santo Padre, haya recibido con tanto cariño la bandera que los mineros firmaron en su refugio, y que la haya tenido en su departamento durante una semana, acompañando su oración hasta que concluyó el rescate.

Como ésta, son tantas las vivencias de personas sencillas que en todo el mundo han vivido de un modo único e irrepetible la experiencia de los 33 mineros de Atacama. Hoy la vida de estos trabajadores nos parece muy distinta. Hoy están expuestos a otros peligros, probablemente también graves. Invitamos a todas las personas e instituciones, de un modo especial a los líderes de opinión y a los medios de comunicación, a respetar a estos hermanos, a permitirles recuperarse dignamente, en el contexto de sus familias y seres queridos. Ya han vivido una tiniebla horrorosa. No les violentemos con una luz encandilante que les pueda apartar de una vida sin ostentación y alegre. Con gran afecto decimos que los mineros de Atacama son simbólicamente “nuestros mineros”, pero no podemos arrogarnos la propiedad de sus vidas ni de este testimonio contundente de valor y de fe que nos han dado.

Queridas hermanas, queridos hermanos en Cristo,

pidamos al Señor, por intercesión de nuestra Madre amorosa, la Virgen María, Señora del Carmen y de la Candelaria, que busquemos siempre actuar como el hombre sensato que edificó su casa sobre roca, una casa que no se derrumba.

Y que cuando los vientos y las tempestades nos hagan flaquear en nuestras certezas, nos amenacen nuestra esperanza, nos derrumben nuestros sueños, tengamos la humildad necesaria para decir “Rescátanos, Señor de la Vida”.

Y que cuando nuestra vida se vea regalada por Dios con alegrías y bendiciones, seamos capaces de valorar lo que tenemos, de dar gracias a la vida y de compartir la buena noticia de que estamos vivos, de que estamos bien, de que Cristo, roca firme, es nuestro refugio.

A Él sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén!

† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile


Fuente: Prensa CECh

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