"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

2 de septiembre de 2010

Los mismos sentimientos de Cristo Jesús

Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del 22º domingo durante el año (29 de agosto de 2010)

Lc 14,1.7-14

I. “EL QUE SE ELEVA SERÁ HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO”

1. Jesús, que no desdeña sentarse a la mesa de los publicanos y pecadores, tampoco rehúye de la mesa de los fariseos. Lucas lo pinta varias veces comiendo con ellos. Él vino para todos. Y todo le es una oportunidad para anunciar el Reino de Dios. Incluso, el pequeño desorden de los comensales por estar cerca de la cabecera, donde está el invitado principal, que es él: “Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: ‘Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate más’, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,7-11).



2. La enseñanza de Jesús va más allá de la urbanidad. Para entender la escena, comparémosla con otra sucedida en la última cena, cuando entre los apóstoles “surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande”. Recordemos la enseñanza que de ello sacó Jesús: “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor” (Lc 22,24-27).

II. La yerba mala de la prepotencia

3. Según podemos apreciar, existe en el hombre, también en el religioso, una raíz mala que, si no le presta atención y la deja desarrollar, lo lleva a ser prepotente y a atropellar a los demás, para establecerse a sí mismo en el primer lugar. Todo ello con notable daño de su madurez personal y de la amistad social.

4. Para matar esa raíz mala, Jesús recomienda un herbicida eficaz: la humildad. Ésta de ningún modo es un espíritu apocado. Es conciencia de la propia dignidad, respeto del otro, espíritu de servicio. El humilde, dondequiera que esté, siempre es un señor. No importa que trabaje de sirviente. Como Jesús: “¿Quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27).

III. “No tomen como modelo a este mundo”

5. Puede ser legítimo luchar por llegar primero en una sana competencia. Así en el deporte, en un concurso de obras, en la política. Lo cual supone medios legítimos, que también sean éticos. Sin embargo, la experiencia dice que, con harta frecuencia, el ansia por llegar primero se convierte en una patología. Entonces todos los medios valen, no importa que sean deshonestos y estén reñidos con la verdad, la justicia y el bien común. Ejemplos patológicos sobran. Los más escandalosos, por la repercusión que tienen en los medios, son los que suceden en el mundo del deporte por el uso de estimulantes. Pero los más perniciosos, son los que suceden a diario en el mundo de la política, pues tienden a mal formar la conducta de los ciudadanos.

6. El apóstol Pablo observó esta patología en el mundo de su tiempo y que la misma podía contagiarse a la comunidad cristiana. Por ello exhorta: “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto… No se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno” (Rom 12,2-3).

IV. “TENGAN LOS MISMOS SENTIMIENTOS DE CRISTO JESÚS”

7. Para poner las bases de la humildad cristiana, el apóstol apunta hondo. El ejemplo a imitar es Cristo: “No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,2-5).

8. Conviene contemplar a Jesucristo, ejemplo de humildad, y a la vez de señorío. Contemplándolo, el genio cristiano compuso un bellísimo himno cristológico: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor» (Flp 2,3-11).

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo emérito de Resistencia y Prof. emérito de la Facultad de Teología de la Pontificia UCA 

 



Fuente: AICA


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