"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

28 de septiembre de 2010

Exposición de Mons. Romanín en el encuentro ecuménico sobre la Palabra de Dios (texto completo)

Exposición de monseñor Juan Carlos Romanín, obispo de Río Gallegos, en el Encuentro Ecuménico sobre la Palabra de Dios, organizado por la Sub secretaría de Culto de la Provincia de Tierra del Fuego (Ushuaia, 24 de septiembre de 2010)

Queridos hermanos todos:

Siento una sincera alegría al poder compartir con ustedes este espacio de fraternidad, de reflexión y de oración. Dios nos sonríe y nos abraza cuando nos unimos para estar juntos como verdaderos hermanos, sobre todo cuando es la Palabra del mismo Dios quien nos convoca y nos une, nos alimenta y nos anima a afirmar con las mismas palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68).

Hoy quisiera regalarles la voz y la luz de la Palabra de Dios, repitiendo la antigua llamada: «La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas en práctica» (Dt 30,14). Con el deseo de que el mismo Dios nos diga a cada uno: «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente» (Ez 3,10). Deseo que esta sea una invitación a acercarnos a la Biblia como el libro que contiene la vida que estamos llamados a vivir. Porque las páginas de la Biblia son aplicables a nuestros dolores y a los de aquellos a quienes amamos, a las certezas e incertidumbres nuestras y de quienes nos rodean, a las risas y a las lágrimas que compartimos en nuestra vida. Es por lo tanto un libro vivo porque nos descubre a nosotros mismos, nos descubre el sentido de nuestra vida.


Nuestro desafío es que podamos valorar y redescubrir este tesoro que Dios ha querido regalarnos. Vivir de cada palabra que sale de la boca de Dios es la fuente primaria de la espiritualidad cristiana que es una fe que nace de la escucha y se proyecta en el amor. Cada alma es como un cristal que tiene muchas facetas a las que la luz de la Palabra dona muchos matices. Son infinitas las situaciones que vivimos las personas,  infinitas las reacciones que la Palabra, Verbo de Dios, realiza en cada uno. La variedad de carismas, de creencias,  no nos debe hacer diferentes, sino que nos debe invitar a compartir el mismo Don. Así cada uno aporta desde lo que es, aquello que la Palabra realiza en él.
¿Cuales son los frutos que produce la Palabra? Si quisiéramos hacer una lista no terminaríamos nunca. Nos proponemos ver algunos.

La Palabra nos alimenta

En distintas ocasiones hemos rezado y meditado la Palabra de Dios y hemos experimentado que nos hemos alimentado, que nos hemos saciado de ella, y que hemos cambiado la mirada de la vida misma. Esta comunión con Jesús en su Palabra la podemos hacer en cada instante y así, en cada momento presente, podemos nutrirnos de Él. Esta experiencia provoca una inmensa felicidad. El Evangelio no es un libro de consolación donde uno se refugia únicamente en los momentos dolorosos para obtener una respuesta, sino el código que contiene las leyes de la vida, de cada circunstancia de la vida. Leyes que no sólo hay que leer, sino “comer” con el alma, y así lograr en nosotros “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”

La Palabra hace vivir

Cuando encontramos una familia, una comunidad, una persona que vive la Palabra como hay que vivirla, se experimenta una primera impresión de que ahí hay algo distinto. No solo se escucha, se lee, sino que se la practica, se la vive… y eso se nota. Y se descubre la luz en el rostro  de quien te recibe, de cómo se mueven esas personas, de la prontitud en el servicio. Es una especie de rejuvenecimiento que la Palabra realiza, no sólo en el alma, sino también en el cuerpo.

La palabra garantiza la felicidad

“El Evangelio- dice Pablo VI- garantiza la felicidad, pero cambia la naturaleza de la felicidad, que no consiste en tener bienes efímeros, bienes que pasan, sino en tener el Reino de Dios, en tener una comunicación vital con Él.” La Palabra es serena como un amanecer, ligera, suave y plena, que hace exultar al alma. Es única, no se puede confundir, quien ha experimentado esta felicidad vuelve con su pensamiento en otros momentos de la vida a aquél, porque es como una cima luminosa, como el recuerdo de un pequeño Tabor del alma.

La Palabra purifica

Cuando todo el pasado se ha puesto en la misericordia de Dios y se recomienza a vivir la Palabra, se tiene la impresión, y es la realidad, de que la Palabra lo ha purificado todo. Lo decía San Ambrosio: “son palabras, es verdad, pero ellas limpian”.

La Palabra convierte

Llevar la Palabra, dar  Dios al mundo y cambiarlo. No para nosotros, sino para Él. Esa es nuestra misión. Escuchen lo que revelaba Gregorio Magno: “Por la fuerza de la Palabra divina al soberbio se le da la humildad, al tímido la confianza, se limpia el lujurioso con el esfuerzo de la castidad, se templa al avaro deteniéndose ante el ardor de la ambición, se endereza el desánimo con la rectitud del celo, se frena el iracundo de la exaltación de su precipitación. Es así, que Dios riega con sus aguas todas las cosas. Él adapta la fuerza de su Palabra a las personas según la diversidad de la conducta, para que cada uno encuentre en su Palabra lo necesario para que germine la semilla de la virtud que necesita.”

La Palabra brinda al alma el consuelo, la reconforta

Cuántas veces cuando nos asalta una duda, ante una decisión importante que hay que tomar, ante una desgracia que nos sucede,  tomamos la Palabra de Dios, el Libro de Dios, y lo abrimos buscando el alivio, el consuelo, y repetimos como está escrito en el Libro de los Macabeos: “nuestro consuelo está en los libros sagrados que tenemos en nuestras manos”. La palabra nos sana, nos devuelve a la alegría.

La Palabra suscita la unión con Dios

Leer la Palabra, vivirla y orar son una misma cosa. La Palabra interiorizada pone el alma bajo la acción del Espíritu de Dios. Qué hermoso poder compartir la Palabra. ¡Que maravilla estar aquí, hoy, orando juntos! Este Amor que nos une entre nosotros es otro de los efectos de la Palabra.

Porque la Palabra nos hace uno

“Pensé en el injerto de las plantas, donde las dos ramas tienen que perder la corteza para que entren en contacto las dos partes vivas y poder volverse una sola cosa. ¿Cuándo dos almas podrán consumarse en una? Cuando estando vivas, hayan perdido la corteza de lo humano y mediante la Palabra de Dios, vivida y encarnada, sean palabras vivas. Dos palabras vivas pueden consumarse en una. Si una no está viva la otra no puede unirse”. Así nos dice Chiara Lubich. La unidad es el designio profundo de los hombre, y al mismo tiempo, su mayor anhelo. En este camino sinuoso de la historia y atravesando infinitas dificultades el mundo apunta a ese horizonte de la unidad. Porque la unidad permite que aflore lo mejor y lo más verdadero de cada uno.

Así como existen muchas maneras de comprender y  de sentir, así como hay muchas sensibilidades y formas de pensar y de creer, también existen muchas formas de cooperar en pos de la unidad: cada uno con su propia percepción, con la mayor honestidad posible, abierto a entender en  profundidad las razones del otro, dispuesto siempre a amarlo y a buscar el bien de todos, antes que el propio.

Por el amor que nos une como hermanos y hermanas, Dios mismo nos hace experimentar su presencia viva en medio nuestro. El mismo Jesús lo afirmó cuando nos dijo: “Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Que a través de Su Palabra divina nos pueda sugerir sólidas respuestas, eficaces iniciativas  para ser verdadera bendición  los unos para los otros y trabajando codo a codo, contribuir a sanar esta sociedad, este mundo y dilatar el Reino de Dios entre los hombres de buena voluntad.

Construyamos puentes que nos acerquen y animen a creer en la “posibilidad del otro”. Compitamos unos con otros en rectitud y en buenas obras. Respetémonos, seamos justos y solidarios, vivamos en paz sincera, en la armonía y benevolencia mutua. Seamos la luz que ilumina y atrae. La acción del Espíritu de Dios vivo en la Palabra no es una suerte de magia que nos revela grandes misterios, es más bien una experiencia de comunión que ilumina, con nueva luz las cosas de todos los días. Trabajemos con alegría y mirando siempre lo bueno que hay en el otro.

Cristo camina por las calles de nuestras ciudades y se detiene ante el umbral de nuestras casas: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). Dejemos que Jesús entre en nuestra vida, escuchemos su voz. Hagamos ahora silencio para escuchar con eficacia la Palabra del Señor y mantengamos el silencio luego de la escucha porque seguirá habitando, viviendo en nosotros y hablándonos. Hagámosla resonar al principio de nuestro día, para que Dios tenga la primera palabra y dejémosla que resuene dentro de nosotros por la noche, para que la última palabra sea de Dios.
Formamos parte de este pueblo particular de la Provincia de Tierra del Fuego, un pueblo elegido y señalado geográficamente “desde los confines de la tierra”. Pertenecemos a una comunidad que camina hacia  un único destino: ser Pueblo de Dios que camina en esta  querida y bendecida Patagonia.

Mons. Juan Carlos Romanín, obispo de Río Gallegos

Fuente: AICA


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