"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

2 de julio de 2010

Reuniones eclesiales populares: ¿tienen siempre las señales del Espíritu Santo o se mezcla con cierto espíritu mágico?

Homilía de Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del domingo 13º durante el año (27 junio de 2010)
 
Lc 9,51-62
 
1. En la lectura del Evangelio de hoy distinguimos tres pasos: a) Jesús emprende resueltamente el camino que lo lleva a la muerte en cruz; b) la oposición que sufre de los samaritanos y la reacción de dos discípulos; c) tres casos llamados al discipulado de Jesús.

Hoy nos detendremos en el primero y tercer paso.
 
I. “JESÚS SE ENCAMINÓ DECIDIDAMENTE HACIA JERUSALÉN”
 
2. Como vimos el domingo pasado, Jesús, después de iniciar suficientemente a los discípulos, los ayuda a dar un paso más en el descubrimiento del Mesías de Dios. Él es el Mesías, pero no el que ellos imaginan, un triunfador terreno, sino el anunciado por los profetas, que “debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). A partir de entonces, el evangelio de Lucas trae una seguidilla de anuncios de la pasión y muerte del Mesías, y de su resurrección. Por ejemplo: Lc 9,31.44; 12,50; 18,31-33.

3. En el pasaje de hoy, Lucas muestra a Jesús que emprende resueltamente el camino a Jerusalén, donde le espera la cruz: “Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51). La muerte de Jesús en cruz no es una fatalidad que le es impuesta por un destino ciego. Tampoco es una de las tantas opciones que le fuese ofrecida en un muestrario de posibles tormentos, y que él, como un gran fakir capaz de soportarlos todos, hubiese elegido el peor. Jesús prevé proféticamente la pasión que urden en su contra, y la asume voluntariamente, y así la despoja de la maldad humana y la transforma en camino de reconciliación. Como Jesús explica en la parábola del Buen Pastor: “Nadie me la quita (la vida), sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla” (Jn 10,18). Por ello en la Santa Misa decimos: “Él mismo, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada…”.
 
II. JESÚS ESPERA UNA ACTITUD RESUELTA DEL DISCÍPULO 4. Con la actitud resuelta de Jesús de abrazar el camino de la cruz, se conecta la actitud resuelta que él espera del discípulo, de la que también nos habló el domingo anterior: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23).

5. El pasaje de hoy nos plantea tres casos donde es puesta en juego la resolución de seguir a Jesús. Primero, un hombre muy entusiasta: “¡Te seguiré a donde vayas!” (Lc 9,57). Un segundo, quiere postergar la decisión de seguirlo después de la muerte de su padre. Un tercero, quiere arreglar antes todos los asuntos pendientes con su familia. En los tres casos, la respuesta de Jesús hace ver que ser su discípulo es una decisión seria. No se trata de ponerse una crucecita al pecho. Es jugarse la vida con Jesús, asumir su suerte de cruz y de gloria.
 
6. Con frecuencia, se interpreta este tipo de pasajes según categorías modernas, como relativos exclusivamente al llamado a la vida religiosa o sacerdotal. Lo cual empobrece el texto evangélico y el mensaje de Jesús. Lucas habla primero de ser discípulos. Y de entre ellos Jesús escoge a los apóstoles: “Llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles” (Lc 6,13). El hecho de que el apóstol contraiga especiales responsabilidades, no quita nada al discípulo de tener que seguir a Jesús con decisión.
 
III. PASTORAL POPULAR Y DISCIPULADO
 
7. A veces se ha querido combatir como superstición todo tipo de expresión religiosa que no cuadra plenamente con la liturgia oficial de la Iglesia. Así sucedió hasta 1975, cuando Pablo VI enunció los principios para discernir y cuidar la auténtica piedad popular. Otras veces, olvidando tales principios, se asumen las expresiones religiosas populares como si ellas fuesen siempre y en todo expresión genuina y madura de la fe. Otras veces se las fomenta artificialmente, como respuesta a una necesidad del ser humano, y tal vez no sin cierto interés económico que huele a simonía; por ejemplo, elegir un santo patrono “porque es taquillero”. Y hay otras expresiones de dudoso espíritu evangélico. Por ejemplo: ¿las reuniones de sanación, sea Misas o simples reuniones de oración: tienen siempre las señales del Espíritu Santo, o a veces se mezcla en ellas cierto espíritu mágico?
 
8. Un criterio evangélico cierto para discernir el grado de autenticidad y madurez de tales expresiones religiosas es si en ellas se anuncia el misterio de Cristo muerto y resucitado, y se alienta a los fieles a seguir resueltamente a Jesucristo, asumiendo su misma suerte.
La expresión religiosa en la que el discípulo no pasase por la imitación del Maestro muerto y resucitado no sería auténtica expresión de fe cristiana. Quizá pueda ser un punto de partida, como Jesús hizo con la fe grosera de los que querían coronarlo rey para comer gratis. Pero nunca un punto de llegada. De allí la necesidad de plantearnos si la catequesis y la predicación que hacemos es siempre conforme al Evangelio de Jesús.
 
Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia y Prof. emérito de la Facultad de Teología de la UCA

Fuente: AICA
 

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