VI Domingo de
Pascua – Año C
Citas:
Ac 15,1-2.22-29:
Ap 21,10-14.22-23:
Io 14,23-29:
El Tiempo Pascual, cuyo
sexto Domingo hoy celebramos, es sin duda una constante invitación a la
alegría, tanto por la resurrección de Crsto como por la redención realizada por
Jesús en favor de todos los hombres.
Estos acontecimientos nos
piden vivir con particular intensidad el misterio de la Iglesia, que ha nacido,
precisamente, en virtud de la Pascua de Cristo. La Palabra del Señor nos sale
al encuentro subrayando que la Iglesia debe ser una comunidad de amor
alimentada por el poder del Espíritu Santo que la vivifica y la hace capaz de
recibir y transmitir la salvación.
Se trata de una Iglesia
universal que se realiza y manifiesta en las Iglesias de los distintos lugares
de la Tierra, para ser signo perenne en el mundo de la caridad de Cristo,
estímulo para todo cristiano y para cada comunidad que quiere hacer creíble el
mensaje evangélico en las situaciones cotidianas.
La Iglesia, en efecto, no
puede ser considerada como un organismo jerárquico por una parte y como cuerpo
místico por otra, como Iglesia de la tierra e Iglesia que ya está en posesión de
los bienes celestiales. Estos son dos aspectos de una misma realidad y son
inseparables entre ellos.
La Iglesia es una, tanto
en la gloria como en la tierra, en cuanto la Jerusalén celestial se entrelaza
con la historia de la Jerusalén terrestre, siendo esta última la continuación
de la obra de Cristo.
Jesús ha resucitado y, por
tanto, ya no está visible para los fieles. Pero se ha ido no para alejarse de
ellos, sino para estar más intensamente y profundamente en sus vidas
cotidianas. Él es el centro y el prncipio de unidad de la Iglesia triunfante,
purgante y militante.
Aquel Jesús que se
encontraba en la tierra humildemente, cuando resucitó recibió la plenitud de la
gloria, que no se ha reservado sólo para él, sino que la ha extendido a sus
fieles.
Él mismo lo dice en el
pasaje evangélico que hemos escuchado: “Si alguno me ama observará mi Palabra y
mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos nuestra morada en él”.
Por tanto, el Señor está
con quien lo ama y cumple sus mandamientos, por lo cual el cristiano,
realizando el mensaje evangélico, es decir amando, consigue aprehender a Dios en su corazón: no puede ser de otra
manera, puesto que Dios es amor y en esta comunión el diálogo con Él llevará a
amar lo que Dios ama.
En la Iglesia se realizará
aún más este encuentro con Dios, ya que la Iglesia es una co-participación de
amor, en la que todos los hombres darán testimonio de que Dios ama a todos indistintamente.
Creer y amar constituyen
un acto de valentía por parte del cristiano, que sólo se puede comprender por
el hecho de que Cristo ha prometido el don del Espíritu Santo.
Este acontecimiento será
un signo ulterior de la presencia de Dios en el mundo porque, con la venida del
Espíritu, el cristiano penetrará más a fondo en las enseñanzas, llevando a cabo
no sólo un recuerdo de Él como simple repetición, sino como una profundización
capaz de llegar a nuevos desarrollos y nuevas aplicaciones de la única
experiencia salvífica realizada en Cristo.
De esta manera se obtendrá
el verdadero culto a Dios, un culto santificante porque se advertirá la presencia del Espíritu
Santo que lo anima.
Es éste, por tanto, el
Espíritu que necesita la Iglesia en su camino histórico, para ser fiel a la
memoria completa de su Señor: una Iglesia que tiene su cúlmen en la Eucaristía,
en la cual recuerda a su Señor: no se trata de una memoria imaginada, sino de
una memoria (memorial) que es presencia real de Cristo, que se realiza por
medio del Espíritu de modo perenne y siempre nuevo.
Es el significado de
Iglesia completamente nuevo respecto a aquella que, como se lee en la primera
Lectura, invitaba a la observancia munuciosa de la ley de Moisés.
Como afirma san Lucas, es
el Espíritu Santo el que interviene sugiriendo a los apóstoles y a los ancianos
una línea de fidelidad en el amor: fidelidad a la enseñanza de Cristo, que
ordenó difundir el Evangelio, la buena nueva, superando así la observancia
externa de la ley mosaica.
Es esta una prueba cierta
de que el Espíritu Santo asiste a su Iglesia iluminando a los pastores de las comunidades
e inspirándoles para que vivan conforme a la vida de Cristo. Seguramente
siempre habrá tensiones y dificultades en la vida de la Iglesia, pero la barca
de Pedro, nunca se irá a pique porque en el timón está el Espíritu de Dios.
Congregatio pro clericis
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