Marcos 14, 12-16.
22-26
Es el Misterio de
la fe. En
algunos países de habla francesa se la denomina “la Fiesta de Dios”. No existe
una expresión más realista, en continuidad con la Encarnación misma, para referirnos
a la Eucaristía. Si la Fiesta de Dios es consecuencia del encuentro entre el
Padre bueno con el hijo que regresa arrepentido, la Eucaristía es esa Fiesta.
Nos la ofrece Dios, “Padre de nuestra vida”, por mediación de Cristo, su Hijo
encarnado. Esta Fiesta tiene dos momentos inseparables: La misma celebración
eucarística - la Santa Misa, - y la exposición pública de la real Presencia,
con el recorrido procesional entre las casas de los habitantes de la ciudad. Es
el mismo Cristo quien se hace presente y se pasea en medio de la gente. En
pueblos cristianos, como el nuestro, se supone una catequesis asimilada que los
predisponga para celebrar, en la Fiesta de Corpus, un verdadero acontecimiento
de fe. Es de lamentar que en el comportamiento religioso de este pueblo se note
la ausencia de una elemental catequesis referida a este Misterio principal de
la fe.
Principio y cumbre
de la vida cristiana. Toda acción litúrgica está destinada a crear un clima
de participación en el Misterio celebrado. La Eucaristía se destaca, entre
otros sacramentos, por su virtud participativa. La fiesta es un efecto del
encuentro, en Jesucristo, con el Padre y entre nosotros. Por lo mismo,
construye a la comunidad y la impulsa a cumplir su misión evangelizadora. La
Iglesia, por ser la comunidad de los fieles cristianos, tiene su origen y llega
a su cumbre gracias a la Eucaristía que celebra. Cuando no se celebra, o se
celebra mal, la vitalidad evangelizadora de la Iglesia se diluye
peligrosamente. Un teólogo dominico del siglo pasado afirmaba: “La Iglesia es ella misma cuando
celebra la Eucaristía” (P. Liégè OP). Significa que, la Iglesia de
Cristo, se identifica ante el mundo cuando celebra la Eucaristía, tal cual el
Señor la dejó instituida. De allí su celebración cotidiana y la obligación que
contraen los bautizados en la Iglesia Católica de participar en ella, al menos
dominicalmente.
El Espíritu
invisible hace visible la gracia por los sacramentos. En la Eucaristía se
hace realmente presente - se actualiza ya - el misterio de la Pascua. Es Cristo
“muerto y resucitado” quien hace efectiva la salvación de todos los hombres,
mediante la acción del Espíritu Santo que reconcilia con Dios y santifica. El
Espíritu invisible actúa visiblemente mediante los Sacramentos. Transmite la gracia
que regenera (Bautismo), que lleva a su plenitud la Vida cristiana
(Confirmación), que perdona los pecados cometidos después del Bautismo
(Penitencia), que consagra el amor de un hombre y una mujer creyentes, al que
constituye en signo sagrado de la unión de Cristo con la Iglesia (Matrimonio),
que unge a los ministros sagrados (Orden Sagrado), que reconforta a los
enfermos y hace presente a Cristo en su dolor (Unción de los Enfermos), que da
el Pan “bajado del Cielo”, como alimento de la vida cristiana, llevándola, ya
desde aquí, a su perfección propia que es la santidad (Eucaristía).
En la Eucaristía
Cristo se mueve entre nosotros. La presencia eucarística es garantía de que
el Salvador resucitado se mueve entre nosotros y nos dispensa la posibilidad de
introducir en el mundo el fermento de un auténtico cambio. La fe, que Él
suscita, reclama de los hombres, aparentemente más distantes de su benéfica
influencia, una respuesta saludable. Por ello es impostergable que la Iglesia
celebre la Eucaristía y la presente al conocimiento de la sociedad. Las formas,
consagradas por la tradición: Congresos Eucarísticos, celebración de Corpus,
exposición y adoración del Santísimo Sacramento, deben ser debidamente
ilustradas mediante una catequesis popular adecuada. Jesús la ha instituido en
la Última Cena como su presencia real y alimento que sostenga la vida cristiana
de los bautizados.
Su lugar central,
litúrgico y existencial. De allí, porque es Cristo “silencioso y actuante”
(Benedicto XVI), las comunidades cristianas extraen la inspiración y energía
para cumplir su misión evangelizadora en el mundo. Cuando se la descuida o
desvaloriza, por grave ignorancia de su naturaleza, se produce una
inhabilitación humanamente insuperable para el ejercicio de la fe y su proyección
socio-cultural. Es urgente situarla en el lugar central que le corresponde
litúrgica y existencialmente. La Solemnidad que estamos celebrando es una
ocasión privilegiada para mostrar al mundo a su único y auténtico Salvador.
Mons. Domingo
Salvador Castagna
Muy buena la homilía del Pastor con mayúscula
ResponderEliminarEsta es la "Fiesta del compartir", se celebra en la
ResponderEliminarmesa del Altar, que por manos del sacerdote, se repar-
te y comparte, mostrando Cristo a la humanidad su manera de amar...!
ETELVINA