24 de junio
Lucas 1, 57-66.80
Juan Bautista vive
en la Verdad y muere por ella. San Juan Bautista es uno de los personajes
más apasionantes de la Historia de la Salvación. Concebido prodigiosamente por
Isabel y Zacarías, despierta la curiosidad de parientes y vecinos. Le es dado
un nombre que burla todos los intentos de incluirlo en un elenco de nombres
tradicionales, incluyendo el de su padre. - “Su
nombre es Juan” - coinciden proféticamente Zacarías e Isabel.
Simple, desconocido, carente del prestigio que arrastran los más respetables y
poderosos, Juan es simplemente Juan, el que sorprende a quienes preguntan quién
es: “Como el pueblo estaba
a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la
palabra y les dijo: ‘Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más
poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus
sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego`” (Lucas
3, 15-17). Juan es el hombre respetuoso de la verdad, que no cede a la
tentación diabólica de inventar una mentira para medrar ante ese pueblo deseoso
de encumbrarlo. La humildad que lo identifica es el signo mayor de su perfil
profético. Su fidelidad a la verdad lo acompaña durante el ejercicio de su
singular misión. Su muerte, en manos del frívolo Herodes, constituye la prueba
final de su culto incondicional a la verdad.
Buen servidor que
cumple su misión y desaparece. El Bautista se retira de la escena apenas
aparece Aquel del que es Precursor. Sabe quién es, no fuerza en provecho suyo
una identificación que no le corresponde. El evangelista y Apóstol Juan, que
había sido discípulo suyo, transcribe la confesión simple y llana del Bautista:
“Nadie puede atribuirse
nada que no haya recibido del cielo. Ustedes mismos son testigos de que he
dicho: ‘Yo no soy el Mesías, pero he sido enviado delante de él`”……”Es
necesario que él crezca y que yo disminuya” (Juan 3, 27-28. 30).
Este “más que un profeta”
queda sólo y desaparece, hundido y decapitado en una infame cárcel herodiana.
Se lo percibe sereno y callado, como el buen servidor que ha cumplido su tarea
a la perfección. La devoción que el pueblo cristiano le profesa responde a la
exaltación del hombre humilde, recompensado con creces por su Señor. ¡Un
admirable ejemplo! Pero, al mismo tiempo, una elocuente lección de auténtica
sabiduría. Juan Bautista hace de la verdad su estilo de vida. Allí radica su
mensaje a la sociedad actual. No es una figura para destacar desde la distancia
de veinte siglos; encarna un llamado de actualidad que únicamente puede se
formulado desde una vida como la suya.
¿Qué es la verdad? Las personas que
integran la moderna sociedad necesitan conocer la verdad para vivir en ella.
Uno de los grandes inconvenientes del mundo, que intenta construir vanamente
sus propias pautas de conducta, es no tener claro lo que inquietó a Pilato
durante el juicio contra Jesús: “El
que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le preguntó: ¿Qué es la verdad?´” (Juan
18, 37-38). Cuando el Bautista identifica a Jesús, ante sus seguidores, define
cuál es esa Verdad: “Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29).
Al morir Lázaro, aquel amigo de Jesús, y ante el dulce reproche de Marta, el Señor
se identifica sin vueltas: “Yo
soy la Resurrección y la Vida” (Juan 11, 25). Y en diálogo con
Tomás afirma: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6). El Bautista comprueba
que Cristo es la Verdad que da ritmo a nuestro andar; lo importante es
seguirlo, caminar toda la vida con Él y “permanecer
en Él”. Conformar nuestra voluntad con lo que Jesús nos revela como
voluntad del Padre es vivir en la verdad. ¡Qué lejos está lo que se ve del
mundo de ese principal mandato!
Vivir en la Verdad.
La Verdad, con la que Jesús se identifica, no es una formula filosófica
elaborada por algún intelectual ocasional, es la Persona del Verbo, es
Jesucristo. Permanecer en su amor es andar en la Verdad. No me refiero, por
tanto, a una “verdad” individualista y caprichosa, sino a la Palabra que
proviene de Dios, que es Dios: “Al principio existía la Palabra, y
la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1, 1). El
santo Precursor no duda de esa Verdad, le prepara el camino hacia los hombres y
la anuncia. Es la voz fuerte que la transmite y que, cuando llega, no vacila en
esfumarse humilde y serenamente. Es admirable su valiente actitud en la que la
mentira y la simulación no tienen cabida. Es un modelo para una humanidad que
sigue entreverada en sus engaños y falsos proyectos. Es el hombre que vive en
la verdad porque ama y obedece a Quien es la Verdad. Hoy es anunciada por la
Iglesia de Cristo, celebrada eficazmente en cada sacramento y testimoniada por
los santos. El mundo necesita redescubrirla y constituirla, por la fe, en un
nuevo Orden y, por lo mismo, en sus culturas y estilos de vida.
Mons.
Domingo Salvador Castagna
Muy bueno el blog, solo a los muertos les disgusta!!!!!
ResponderEliminarMuy biena la homilía
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