Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (11 de marzo de 2012)
San Juan 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Si hay alguien que nos conoce íntimamente, en lo más intimo de cada uno de nosotros, es el Señor. El Señor realmente nos conoce, nos ama; nos ama y nos conoce, y no lo podemos engañar. Por eso el criterio de nuestro movimiento, de nuestras acciones, de nuestras actitudes de nuestra vida, es la conciencia de buscar y hacer la voluntad de Dios.
De allí que no siempre uno tiene que someterse o quedarse supeditado a la opinión de los demás, porque muchas veces la opinión de los demás, la suma de las mayorías, no siempre constituyen la verdad de aquello que se afirma, o aquello que se realiza, o aquello que es. Siempre hay que distinguir, y una de las cosas que nosotros tenemos que distinguir es, ¿qué busco en mi vida?, ¿busco algo más allá de lo que puedo obtener al alcance de mi mano?, ¿busco algo más allá de un estudio, o de una familia, o de un cargo importante?, ¿o algo que me produzca placer, gozo, satisfacción, éxito?
El hombre es mucho más de los resultados que pueda obtener. El hombre es un misterio, y como misterio que es, es inagotable. Y cada uno de nosotros tiene que saber y no puede conformarse solo o únicamente a las cosas que son visibles. Porque hay un mundo que es invisible, pero que es más real: el mundo de la presencia de Dios, el mundo del espíritu, el mundo de aquello que tenemos en lo más intimo de nosotros mismos, de nuestro corazón y de nuestra conciencia. Y creo que hay que trabajar espiritualmente.
La Cuaresma nos tiene que ayudar a trabajar para vivir de acuerdo, para vivir coherentemente, para vivir de un modo más unitivo y no tan fragmentado como muchas veces la sociedad nos lleva a fragmentarnos, a dividirnos, a dispersarnos. Y para ello es importante la unificación: la integración de cuerpo y espíritu, espíritu y cuerpo, sentimientos, afectos, intensiones, voluntades, motivaciones, sostenido por los valores.
Jesucristo hace un llamado muy claro: Él es el Señor y a Él hay que seguirlo, y en Él hay que creer. Es el hijo de Dios y nosotros no lo podemos negociar o conformarnos con moneditas. La estructura de aquella época -el templo- se había convertido en una casa de comercio y muchas veces también nuestros templos se pueden convertir en un cierto manoseo, una cierta costumbre. Voy cuando necesito, o voy cuando estoy mal; yo le doy, Él me da. O estoy enfermo o hay un familiar mío enfermo y voy a pedirle de un modo interesado, mezquino, utilitarista. A Jesús hay que reconocerlo como el verdadero Dios, como el Señor y hay que seguirlo a Él.
Creo que es importante trabajar estos conceptos, buscar y hacer la voluntad de Dios, adherirse a su palabra, vivir la caridad y la justicia ofreciendo su ser, su vida. Ofrecer también la propia obediencia, pero la obediencia es conformarnos con lo que Dios nos pide, creer en Él y comprender, creer y entenderlo. Y se lo entiende si uno le cree, si uno le confía. Como dice san Agustín: “creer para entender, entender para creer”. Creyendo, por un lado, comprendo y voy a comprender en la medida que siga creyendo lo que Dios me propone para creer.
Es importante reconocerlo al Señor y vivir una vida nueva. De qué nos tenemos que librar, de qué tenemos que apartarnos, de qué tenemos que purificarnos, cómo tenemos que intensificar nuestra vida, cómo le agregamos a nuestra vida calidad humana y calidad de presencia cristiana, es el tema de la Cuaresma. Trabajémoslo interiormente, recemos mucho y a la vez también tomemos decisiones, porque estas decisiones van a ser muy importantes para un futuro próximo de nuestra vida, de la Iglesia y también de nuestra sociedad. No permanezcamos en las mentiras, digamos más bien, y vivamos más bien y busquemos más bien, la verdad en todo.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Fuente: AICA
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