El Santo Padre salió el sábado a la tarde a las 17,00 del Colegio Miraflores de León para trasladarse a Guanajuato, a unos 64 km de distancia. El Papa recorrió en automóvil cerrado la primera parte del trayecto y poco antes de llegar a su destino cambió su vehículo por el papamóvil. La ciudad, que actualmente cuenta con 70.000 habitantes, conoció su mayor expansión económica durante los años del dominio español, gracias a la explotación de sus yacimientos de oro y plata. También es famosa por que fue cuna del movimiento independentista nacional mexicano encabezado por Miguel Hidalgo. Es sede universitaria y, desde 1998, tanto la capital como las cercanas minas de plata entraron en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Una vez en Guanajuato, el Papa se desplazó a la Casa del Conde de Rul, sede de representación del gobierno de ese Estado, para efectuar una visita de cortesía al presidente federal, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. El pontífice y el presidente tuvieron un encuentro privado, al final del cual Benedicto XVI, acompañado por el arzobispo de León, monseñor José Guadalupe Martín Rábago, se asomó al balcón para saludar y bendecir a los niños y fieles reunidos en la Plaza de la Paz.
“Ustedes ocupan un lugar muy importante en el corazón del Papa -dijo a los niños-. Y en estos momentos quisiera que esto lo supieran todos los niños de México, particularmente los que soportan el peso del sufrimiento, el abandono, la violencia o el hambre, que en estos meses, a causa de la sequía, se ha dejado sentir fuertemente en algunas regiones. Gracias por este encuentro de fe, por la presencia festiva y el regocijo que han expresado con los cantos (...) Dios quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la auténtica felicidad”
“Este lugar en el que nos hallamos tiene un nombre que expresa el anhelo presente en el corazón de todos los pueblos: 'la paz' un don que proviene de lo alto. 'La paz esté con ustedes'. Son las palabras del Señor resucitado. Las oímos en cada Misa, y hoy resuenan de nuevo aquí, con la esperanza de que cada uno se transforme en sembrador y mensajero de esa paz por la que Cristo entregó su vida. El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad. Él quiere escribir en cada una de sus vidas una historia de amistad. Ténganlo, pues, como el mejor de sus amigos”.
“He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones. Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar al futuro con confianza”.
“Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida cristiano. Participen en la Misa del domingo, en la catequesis, en algún grupo de apostolado, buscando lugares de oración, fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a Jesús, en tiempos de la primera evangelización de México, descubrieron que no había tesoro más grande que Él”.
“En la oración seguiremos juntos -concluyó- Los invito, pues, a rezar continuamente, también en casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en familia. Recen por todos, también por mí. Yo rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en el que todos sus hijos vivan con serenidad y armonía”.
Fuente: VIS - Vatican Information Service
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