"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

12 de abril de 2011

Se buscan las raíces de la incredulidad en la cultura contemporánea, pero las más resistentes están en la Iglesia


Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la quinto domingo de Cuaresma (10 de abril de 2011)


Jn 11,1-45

I. CUARESMA: UN CAMINO PARA REAVIVAR LA FE

1. Hoy contemplamos la escena del hombre ciego de nacimiento. Los protagonistas principales son Jesús, el ciego y los fariseos. El evangelista Juan da mucha importancia a esta escena, pues la describe minuciosamente.
Ante el ciego, los discípulos se enredan en divagaciones sobre la causa de su ceguera. Para Jesús es la ocasión para manifestarse y actuar como luz del mundo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,5-9).

2. Es muy significativo que la piscina lleve uno de los títulos más frecuentes que el evangelista da a Jesús: “el Enviado”. La liturgia del Jueves Santo nos recordará que es Jesús, el Enviado del Padre, quien nos lava. Como le dijo a Simón Pedro: “«Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte» (Jn 13,8). Juan Bautista ya lo había anunciado como el que lava de veras: “Yo bautizo con agua… El que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo" (Jn 1,26.33).

II. IDENTIDAD VERDADERA DEL BAUTIZADO

3. El ciego lavado en la piscina del “Enviado” tuvo un cambio fundamental. Ahora veía. Se parecía al anterior, pero era tan distinto que “unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo» (9,9). El lavado que Jesús le prescribió le devolvió al ciego su verdadera identidad. Tenía luz en sus ojos y en su espíritu. Veía en profundidad.

4. Cabe preguntar si a partir del bautismo la gente advierte un cambio en el bautizado. Y cuando se trata de niños pequeños, si se lo advierte en sus papás y padrinos. Lo mismo, si a partir de la confirmación se lo advierte en los confirmados. ¿La catequesis preparatoria de ambos sacramentos apunta al cambio de vida?
En la Vigilia Pascual, San Pablo dirá que es absurdo que un bautizado no cambie: “¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?... Para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rom 6,2-4).

III. LA REINCIDENCIA EN EL PECADO

5. Sin embargo, se da el hecho triste de la vuelta a la vida anterior al bautismo, según lo comprobó el mismo Apóstol en la comunidad de los corintios. Estos volvían a caer en vicios que ni se estilaban entre los paganos, como cohabitar uno con la esposa del propio padre (cf 1 Co 5,1). Tal situación le dolía, pero no lo hacía desistir del ideal que se había propuesto: “Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura” (2 Co 11,2). También hoy se dan situaciones en las que una catequesis muy bien llevada pareciera que no hubiese servido para nada. ¿Ello nos desanima a los pastores y catequistas? ¿Nos hace perder el ideal al que tiende una verdadera catequesis?


IV. LA CEGUERA DE LOS VIDENTES

6. Lo más desconcertante del capítulo nueve es la ceguera espiritual de los hombres religiosos, llamados a ser luz: “El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos” (Jn 9,13-16).

7. La incredulidad del hombre religioso es un fenómeno presente desde el comienzo del Evangelio: La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre… Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron” (Jn 1,9.11). Jesús fustiga tal incredulidad: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece» (Jn 9,41).
Ello ha de hacernos reflexionar a los hombres religiosos de hoy. Busquemos las raíces de la incredulidad en la cultura contemporánea, pero no temamos constatar que, tal vez, las más resistentes se encuentren en nosotros mismos.


V. “CREO, SEÑOR», Y SE POSTRÓ ANTE ÉL”

8. La escena evangélica culmina en el encuentro con Jesús del ciego curado: “Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él” (vv. 36-38).
Hagamos nuestra esta profesión de fe, repitiéndola con fe y amor, una y otra vez. Así nos preparamos a la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia Pascual.

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA

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