Dios participa del drama humano para que el ser humano participe de la gloria divina

“Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.” (I Corintios 11, 23-26)

Esta palabra será proclamada el Jueves Santo en la Misa vespertina de la Cena del Señor y corresponde a la tradición bíblica más antigua con respecto a la Eucaristía. Lo primero que se destaca en esta perícopa litúrgica es la expresión de san Pablo: Lo que yo recibí del Señor, esta frase podría movernos a una interpretación “literalista” pensando en que san Pablo era una suerte de “fanático-irracional” que prescindía de la Tradición Apostólica que le había sido transmitida y se manejaba por exclusiva intuición personal con respecto a la Revelación, en total y absoluta contraposición a la Iglesia primitiva. De hecho, es la interpretación que aún sustenta el fundamentalismo bíblico. Esto es mentira, ya que san Pablo fue instruido por la Iglesia como todos los discípulos del Señor y precisamente esta verdad es la que sobresale para nosotros al comienzo del texto: ser discípulo de Jesucristo es ser instruido por la Iglesia para seguirlo a Él. Por eso, san Pablo continúa diciendo: y a mi vez les he transmitido. En un primer momento de la Tradición encontramos a Jesús rodeado de sus discípulos, de aquellos que fueron testigos de sus palabras y obras. En el segundo encontramos a los Apóstoles, que gracias a la iluminación del Espíritu Santo, exponen el Evangelio en clave de Cristo Resucitado en relación a la situación vital de sus oyentes. En un tercer momento encontramos a los autores sagrados que pusieron por escrito el Nuevo Testamento inspirados por el Espíritu Santo. San Pablo no participó del primer momento de la Tradición aunque es reconocido como Apóstol, y esto no es porque hubiera recibido una suerte de “revelaciones privadas-sectarias” sino porque al contrario de esto captó, perfectamente, el sentido universal del Evangelio de Jesucristo y lo llevó hasta las últimas consecuencias.

El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. “Esto de mí es el Cuerpo a favor de ustedes” sería una traducción cruda del griego sin adaptación al castellano, Jesús es el anfitrión que se entrega a sí mismo en la cena ritual cercana a la Pascua, y no sólo ofrece los elementos servidos a la mesa, sino que en el pan y a través del pan ofrece generosamente su propio Cuerpo. Hagan esto en memoria mía. Es hacerlo en presente, siempre presente, “poieite”, es hacer siempre presente la presencia de Jesucristo a través de los discípulos, así recibimos el don de la Comunión de Jesús con el Padre y con su Iglesia. Todo lo que aconteció en esa noche anticipa el sacrificio de Jesucristo en la cruz, participando del mismo tiempo salvífico, y todo lo que acontece en la Misa se hace a partir de la presencia del Señor.

De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. “Esta copa el Nuevo Pacto es en mi Sangre” dice el texto griego de Nestlé, curiosamente, mucho más enfático que la traducción argentina. De manera similar, Jesús se ofrece a sí mismo en la copa y a través de la copa, generosamente a nosotros. Siempre que la beban, háganlo en memora mía. Otra vez encontramos el verbo en presente (poieite). La Misa es la presentización del memorial del único sacrificio de Jesucristo.  Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. “Proclamarán” es, más bien, “continúan proclamando”, “kataggéllete”, otra vez en presente. La muerte del Señor es lo que continuamos proclamando hasta que Él vuelva.

Así, es necesario vivir esta proclamación en comunidad. Pero debemos insistir en que una comunidad cristiana no es un “club social” de mero entretenimiento para que nada cambie, pero tampoco es como un “panal de abejas” en donde hay una “abeja reina” que explota a sus semejantes y los domina imponiendo un culto a la obediencia. Por eso, el único propósito de una comunidad cristiana es la celebración de la Eucaristía y sólo a partir de la Comunión que nos propone nacen los verdaderos ministerios y actividades. De lo contrario, estaríamos condenados al drama humano de manera insoportable para siempre y sólo en momentos de “dionisíaco éxtasis” nos encontraríamos fuera de esa pesada insoportabilidad por algún momento, provocando que una y otra vez necesitemos la “droga del pueblo” para evadirnos de la realidad mágicamente y “sentir” a ese dios hecho, en un universo artificial, a la medida de las emociones humanas.

Pero Dios participa del drama humano asemejándose a nosotros, encarnándose, muriendo y resucitando en la persona de Cristo Jesús para que participemos de la gloria divina, y así Dios se hace presente en la Misa y en la vida cotidiana. Nuestro Dios no es un ser mágico sino real. Que podamos percibir de un modo real y semejante a Jesucristo en esta Pascua, sólo así somos libres verdaderamente y también integralmente humanos, con nuestro dramatismo actual pero también con nuestro Dios. Ese es nuestro gran triunfo, el triunfo de la resurrección con las heridas humanas. (PCD).      

Prensa Cristiana Digital 37 (2011) 2