"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

8 de febrero de 2011

Mons. Stöckler citando a san Pablo: ...no quise saber nada fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado


Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes para la el quinto domingo durante el año (6 de febrero de 2011)

Por la fecha tardía de la Pascua en este año, se nos da  la oportunidad de leer durante seis domingos, sin interrupción, todo el Sermón de la Montaña, antes de que comience la Cuaresma. Jesús se dirigió con este sermón, en vistas a la multitud, a sus discípulos para prepararlos como pastores. El domingo pasado hemos escuchado el inicio de este solemne discurso con la lectura de las Bienaventuranzas, que son como su portón de entrada. Hoy, el Señor nos hace entender que, para ser discípulos de él, no es suficiente ilustrarnos espiritualmente, sino que debemos participar en su misión y compartir con los demás lo que hemos recibido. Tratemos de escuchar su palabra con esta actitud. Las multitudes necesitan, como en aquel entonces, conocer a Jesús.


“Ustedes son la sal de la tierra”, nos dice el Señor. La sal se usa en pequeña cantidad; ella misma no es la  comida o bebida que satisface, pero sí le da el sabor. Se diluye, y pareciera que desaparezca; sin embargo está presente en todo, y proporciona con el alimento al cuerpo elementos necesarios para la salud. Para esto fue hecha, esta es su razón de ser. En cambio, la sal que no se usa se vuelve insípida y ya no sirve para nada, sino para ser tirada. Jesús nos dice con esto que el discípulo ha de ser diferente, y que su presencia en medio de las masas es importante para la vida en comunidad. No se trata de llamar la atención y de ser reconocido por los demás, pero sí de trasmitir los valores evangélicos: la fe en Dios, la honestidad, la generosidad, la justicia, la búsqueda del bien común. Fuimos creados y llamados para instaurar con Cristo el Reino de Dios. Hay que comprometerse con el mundo. Si pensáramos poder conservarnos y desentendernos de los demás, nuestra vida perdería su  sentido. Hubiéramos nacido en vano.

“Ustedes son la luz del mundo”, dice Jesús. Lo dijo, cuando había salido de su casa y de su pueblo a predicar en todas partes de Israel,  llamando a algunos discípulos a hacer lo mismo, porque los quería preparar, a su lado, para su futura misión. Esto significaba para ellos abandonar su trabajo y confiar sus familias a la providencia de Dios. La luz interior que habían recibido al encontrarse con Cristo, escuchando su enseñanza y  presenciando los prodigios que realizaba, no era solamente para ellos. Guardarla en secreto  significaría restarle importancia a la acción de Cristo. Y trae como consecuencia que la luz interior se apaga. Jesús lo explicó con la parábola de los talentos. El que había guardado el único talento sin trabajarlo, se le quita lo que tiene;  mientras al que trabajó con sus talentos, se le dan más todavía. “No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón”. Una vela que no se usa es como un muerto, sin vida.  La cera o el óleo son para iluminar la casa, y para esto se deben consumir.  El símbolo del Resucitado es justamente un cirio encendido.

La luz que hay en nosotros, debe brillar por nuestro testimonio para que los hombres crean en el Padre que está en el cielo. Seguir a Cristo trae como consecuencia participar en su misión.

La actualidad y urgencia de la palabra de Jesús sentimos no solamente frente a la sociedad, sino en la Iglesia misma. Seríamos arrogantes e hipócritas, si quisiéramos aleccionar a los demás sin barrer primero delante de la propia puerta. Los cristianos en tantas ocasiones hemos sido prota­gonistas o al menos cómplices de un mundo tan poco bienaventurado. No pretendemos decir a la gente insípida y apagada: mírennos a los cristianos. Nuestra indicación es otra: miren a Él, miren a la Luz, reciban la Sal de Él. Es lo que dice Pablo hoy a los corintios: “No llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.

Ahora, en la Eucaristía, Jesús nuevamente se hace uno con nosotros. Pidámosle que nos anime a ser, como Él,  sal y luz.

Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes

Fuente: AICA

2 comentarios:

  1. ESTO SI QUE ES GRATIFICANTE, UN OBISPO QUE CITA A SAN PABLO EL APOSTOL DE JESUCRISTO, EL APOSTOL DE LA IGLESIA. NECESITAMOS VOLVER A LAS FUENTES LOS CATOLICOS Y NO ESTAR PENDIENTES DE CUANTA TONTERIA HAY PARA ATRAER A LA GENTE CARNAL Y PENSAR QUE ESO ES SER DEL SIGLO 21. VAMOS HERMANOS CATOLICOS REACCIONEMOS DE UNA VEZ!!!

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  2. Anónimo8.2.11

    Estoy en un todo acompaniando al comentarista
    anterior, como el tambien insto a los Catolicos
    a reaccionar!.

    Etelvina

    ResponderEliminar

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