"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

22 de febrero de 2011

Mons. Giaquinta: "sean perfectos como su Padre que está en el cielo"


Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para el domingo 7° durante el año (20 febrero 2011)

(Mt 5,38-48)


I. DIOS PADRE: CLAVE DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA

1. Leer el Sermón de la Montaña por párrafos, y no en forma continua, puede ayudarnos, pero también estorbarnos y no captar lo esencial. La clave del sermón es Dios, a quien Jesús designa como “mi Padre”, “vuestro Padre”, “tu Padre”. En él hemos de inspirarnos, ante él hemos de realizar nuestras acciones, pues él está en lo más hondo de nosotros, las ve y las premia, a él hemos de confiarnos plenamente, e invocarlo como “Padre nuestro”.

2. Con la figura expresiva de Dios Padre concluimos hoy la lectura del capítulo 5 de San Mateo: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores, así serán hijos de su Padre que está en el cielo” (Mt 5,45), “Ustedes sean perfectos como su Padre que está en el cielo” (v. 48).
Su figura se refuerza en los dos capítulos siguientes: 6 y 7, que leeremos los próximos domingos. Sin embargo, advirtamos que, por razones litúrgicas, buena parte del capítulo 6, se lee fuera de los domingos; por ejemplo, el Miércoles de Ceniza, Mt 6,1-6.16-18: Dios Padre que ve y premia el ayuno y la limosna; y el primer martes de Cuaresma, Mt 6,7-15: la oración del Padre Nuestro. Esto debe tenerlo en cuenta el predicador y el catequista para no privar a los fieles dominicales y a los catecúmenos del meollo del Sermón de la Montaña.

II. “VUESTRO PADRE HACE SALIR EL SOL SOBRE MALOS Y BUENOS”

3. Tres domingos atrás, Jesús nos exhortaba a ser luz del mundo, y nos daba como razón que Dios Padre sea reconocido y glorificado entre los hombres: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo” (Mt 5,16). Hoy, al profundizar dos de los mandamientos de Moisés, Jesús vuelve a proponernos la figura de Dios Padre como criterio fundamental para todo nuestro obrar: “Así serán hijos de su Padre que está en el cielo”, “Ustedes sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo” (Mt 5,45.48; lástima que la traducción argentina omita a veces el “su” o el “vuestro”, que lo hace tan “nuestro” a Dios Padre).

4. En todas sus acciones el cristiano tiene sólo una fuente de inspiración: Dios nuestro Padre. ¿Se trata de hacer justicia? Ya no basta el equilibrio entre crimen y castigo establecido por Moisés, llamado la ley de talión: “Si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, contusión por contusión” (Ex 21,23-25). Para hacer verdadera justicia, el discípulo de Cristo, que tiene a Dios por Padre, ha de inspirarse en él, “que no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14). Por lo mismo, ha de procurar llevar al malvado al terreno del bien, porque sólo allí podrá derrotarlo como enemigo y ganarlo como hermano. De lo contrario, el mal se acrecentará, y, en vez de un enemigo, habrá dos: “Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto. Y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda” (Mt 5,39-42).

5. El pensamiento de Jesús se vuelve clarísimo en los versículos siguientes, donde aparece con nitidez el Padre como la fuente inspiradora de todo el obrar del cristiano: “Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos de su Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (vv.43-45).

6. El amor al enemigo, supone otorgar el perdón al que nos hizo mal. Esta es una condición sine que non para poder orar como cristianos. No tenemos derecho a llamar a Dios “Padre nuestro” si excluimos a alguno de nuestra oración, pues Dios es Padre de todos, incluso de los que nos hacen el mal. Como enseña Jesús al concluir la enseñanza del Padre nuestro: “Si perdonan sus faltas a los demás, vuestro Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco vuestro Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). No se trata de un perdonar formalista, sino, como dice Jesús en la parábola del rey compasivo, un “perdonar de corazón” (Mt 18,35).

III. VOLVER A APRENDER EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

7. El Sermón de la Montaña merece ser comprendido según las leyes de la interpretación bíblica. No todas sus palabras han de ser tomadas al pie de la letra. Hay evidentes hipérboles orientales: Por ejemplo: “Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti” (Mt 5,29). Pero conviene que nos preguntemos si, con frecuencia, en la predicación y en la catequesis, y en la vida general de la Iglesia, no estamos pulverizando el espíritu del Sermón, hasta volverlo inocuo.
¿Cómo volver a adquirirlo? Sugiero un camino muy sencillo: incluir con frecuencia en la Oración universal una intención por los que nos hacen daño, por los que persiguen a la Iglesia. Pero como dice Jesús: haciéndola de corazón.

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,

Fuente: AICA

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