"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

25 de febrero de 2011

Mons. de Elizalde: "la Iglesia propone el redescubrimiento de nuestras raíces cristianas"


Mensaje de monseñor  Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio (Febrero de 2011)


Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, al empezar el año lectivo, la comunidad vive con renovada sensibilidad muchas ilusiones y expectativas, así como interrogantes y desafíos, algunos de ellos difíciles de resolver. Digamos algo sobre los estudiantes: la disposición de los niños que inician el Jardín y la primaria está marcada por la esperanza de nuevas experiencias y alentada por el apoyo y la presentación de sus padres y familiares; iniciarse en la escolaridad deja una marca profunda en las personas y en nuestra sociedad, de una manera que las palabras no llegan a describir.

Los más grandes, sobre todo quienes cambian de nivel o abordan cursos que contienen mayores exigencias y dificultades, aunque manifiesten la contrariedad de dejar atrás los meses de vacaciones, se disponen también con alegría al reencuentro con sus compañeros y a retomar la disciplina del estudio, estimulados por la curiosidad de nuevos conocimientos. Por su parte, los padres de estos niños y jóvenes, que valoran y agradecen la posibilidad de formarse que se les ofrece a los suyos, comparten esta alegría esperanzada con algo de preocupación: es un interrogante serio cómo vivirán el pasaje de la niñez a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud; son conscientes de los peligros que pueden encontrar en una sociedad que no sabe o no puede proteger a sus jóvenes. En el ámbito de la escuela se perciben síntomas inquietantes de indisciplina y hasta de violencia; hay una invasión de propuestas que se presentan atrayentes, pero muchas veces son en verdad corruptoras y para nada positivas, venidas del exterior, y el mismo sector de la educación no ofrece siempre el ejemplo de unidad y de responsabilidad, con sus contiendas gremiales y los paros, que se podría esperar de quienes son por vocación y por misión formadores de los jóvenes.

Los docentes y sus auxiliares y colaboradores, por su parte, se disponen a desempeñar a lo largo del año la tarea que se les confía, y que han abrazado con responsabilidad y dedicación, con competencia y continuidad. Todos los sectores que conforman la comunidad educativa comparten entonces una actividad muy noble, que en la tradición de nuestro país ha alcanzado niveles de excelencia y que ha dado frutos duraderos para lograr la constitución de la Nación sobre las bases de la justicia y de la búsqueda del Bien.

Ha sido nuestra tradición educativa un instrumento privilegiado para fundamentar y afianzar el progreso, aportando identidad y unidad, estableciendo vínculos que hacen a  la vida cultural, social y política. Estos valores de la educación argentina se hacen presentes en cada inicio del ciclo lectivo, y nos plantean la grave cuestión de darles continuidad y hacerlos aún mejores y más eficaces en este tiempo. Las contrariedades que aparecen en el camino de la sociedad argentina, las confrontaciones, la intolerancia, que a todos nos preocupan, ¿no deberían ser prevenidas con una educación de mayor calidad, que abra a un humanismo más integral, a una visión más honesta y constructiva, y estimule el sentido de la verdad y de la justicia?  Las ilusiones y expectativas del comienzo de las clases no se pueden limitar a las emociones pasajeras del primer día de Jardín o de escuela, del cambio de nivel y del encuentro con nuevos maestros y compañeros y el reencuentro con los ya conocidos. Seguramente, en la mirada atenta e inocente de los más pequeños, en la confianza de los padres, en la franca y ruidosa sociedad de los adolescentes y jóvenes, en la disposición y ánimo de los docentes, se puede descubrir un deseo no expresado claramente, pero muy real y urgente, y es que la educación y la escuela contribuyan a mejorar a la familia argentina, y que sus aportes, tan esperados, sean los más justos y adecuados para el objetivo propuesto, que es formar para una sociedad justa, amante de la verdad, solidaria, acogedora y progresista.

La Iglesia Católica ha dedicado siempre ingentes esfuerzos a la educación de los niños y jóvenes. Lo ha hecho de diferentes maneras, según las épocas y las situaciones, pero sabiéndose siempre responsable de un legado precioso, que debía mostrar y compartir con todos los pueblos. La Revelación de Jesucristo es la llamada dirigida a todos los hombres, en todos los tiempos. En ella se encuentra la verdad y se aprende a practicar el bien, se descubre la felicidad y se camina y se obra según la misma naturaleza nos ha dispuesto por el gesto creador de Dios. Estos elementos configuran la tradición de nuestra cultura y la historia de nuestra tierra, ellos han contribuido a formarnos y a que seamos lo que somos.

Por eso, frente a la responsabilidad que tenemos para con las nuevas generaciones, la Iglesia propone el redescubrimiento de nuestras raíces cristianas, de la cultura animada por la inteligencia de la fe, de una conducta cimentada sobre el amor y la justicia.

Este es el mejor deseo que podemos expresar en estos días del comienzo del año lectivo: que nuestra escuela reencuentre y profundice su propia identidad y su misión formativa, y proyecte hacia la sociedad el fruto de su dedicación y entrega, para trasmitir y afianzar los valores permanentes, espirituales y humanos, sobre los que ha de construir la verdadera fraternidad.
Con mucho afecto, los saluda y bendice,

Mons. Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio
Febrero de 2011

Fuente: AICA

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