"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

24 de febrero de 2011

"Educador: fidelidad al Mensaje de Jesucristo, cultura y desafío"


Mensaje de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario en el Curso de Docentes y Directivos de la Junta de Educación Católica de Rosario (Colegio Virgen del Rosario, 16 de febrero de 2011)


Al comenzar este Curso arquidiocesano organizado por la Junta Arquidiocesana de Educación Católica, deseo saludar cordialmente a todos los presentes, y con especial deferencia a monseñor Eduardo Mirás, arzobispo emérito, al Señor Director de enseñanza privada, a las autoridades provinciales, de Comprodec y de la JAEC, a los sacerdotes, a las religiosas y religiosos, y a todos los directivos y docentes.

Agradezco a la mencionada Junta Arquidiocesana y a cuantos han hecho posible nuevamente la realización de este Curso de febrero, que ha llevado a cabo la organización y realización de este acontecimiento.

 En este encuentro 2011 que inauguramos, el lema que me toca presentar y que explica el desarrollo de este Curso, tiene como centro en primer lugar al educador en nuestras escuelas; y el desafío de su misión y fidelidad al mensaje de Jesús en la cultura que vivimos.

 Sabemos que la tarea del educador aparece vinculada a una misión muy específica. El educador es quien “educere”, saca del niño y del adolescente los valores; y a la vez el que los testimonia y transmite, para completar e iluminar los contenidos educativos en las diversas áreas y asignaturas.

El Santo Padre Benedicto XVI nos señala que la educación y la formación es “uno de los desafíos más urgentes que la Iglesia y sus instituciones están llamadas a afrontar” (Mensaje a la Congregación para la educación católica, 7.II.2011). Por ello tenemos presente una vez más y agradecemos la misión de la escuela católica, así como la vocación del docente, y en forma específica del educador que asume y vive la fe cristiana.

Educar es un acto de amor, es un ejercicio de la “caridad intelectual”, es “dar algo de si mismo” que requiere responsabilidad, dedicación, coherencia de vida” (ibídem), nos dice el Papa.

La misión de educar es un desafío

Podemos preguntarnos entonces, ¿en qué medida esta misión de educar es un desafío, y qué debemos hacer para alcanzar la meta y perseverar en este esfuerzo? Al la luz del mensaje de Jesucristo, sabemos que la respuesta no se limita al ámbito de nuestra diócesis, sino al mundo de hoy; y que su exigencia se ha acrecentado en este momento que nos toca vivir, tanto culturalmente como socialmente, por la difusión de una cultura ajena y frecuentemente hostil a la tradición cristiana, y por ello se transforma en una prioridad.

En una carta sobre este tema, que el Papa escribió a la diócesis de Roma en el año 2008, nos enseña que para considerar este desafío hay que evitar una tentación. La tentación de renunciar a las taras educativas y echar la culpa a las nuevas generaciones; como si los niños o los jóvenes de hoy fueran diferentes a los de antes, o a una supuesta «fractura entre generaciones», que en realidad es más bien efecto que causa del problema( Benedicto XVI, 21 enero 2008).

Nos preguntamos entonces quién es responsable de esta situación. Ante todo necesitamos mirar y considerar al ambiente que nos rodea. Hoy está en juego y se percibe «un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida» (ibídem). Esto hace tomar conciencia de la necesidad de transmitir certezas y valores, y sumar credibilidad a las metas que se proponen para la vida de nuestra escuela.

Búsqueda de un consenso moral sobre los valores fundamentales

Desde la perspectiva del educador tenemos presente que la tarea educativa se manifiesta cada vez más ardua porque no sólo están comprometidos los valores personales de los adultos o de los jóvenes, ni tampoco solamente los problemas sociales que nos acucian, de la familia, de la vivienda digna, del trabajo, de una sociedad muchas veces injusta, etc.; sino también, los cimientos y la base misma que sustenta la vida.

 Frecuentemente encontramos una sensación de tierra movediza, una visión relativista, que se manifiesta en una infinidad de signos culturales que de alguna manera se transforman en un credo absoluto. Parecería que ninguna afirmación es sustentable en sí misma; y querer transmitir objetivos creíbles es casi mal visto y criticado.

 Hablamos muchas veces del deseo de tener estructuras justas, que son una condición para una sociedad justa, pero estas no se pueden alcanzar ni funcionan si no hay una búsqueda de un consenso moral sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de aceptarlos y vivirlos, que comienzan a gestarse en la educación (cfr. Benedicto XVI, D.I, 13.V.2007, n º4).

En realidad, en nuestra misión formadora no puede faltar una pregunta esencial acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar y orientar la vida, y sobre el sentido transcendente de nuestra existencia. En este sentido, desde nuestra convicción cristiana, podemos decir que donde no está Dios es difícil encontrar el camino para darle un sentido a la vida y los valores que buscamos.

Esto no quiere decir que para vivir una vida ética y moral se deba ser necesariamente creyente; o que solo los creyentes pueden hacerlo; sino que “una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra los consensos morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aún contra los propios intereses” (ibidem).

 Si ahondamos más en esta relación, pensemos en el ejemplo que nos ofreció recientemente el Papa al hablarnos - citando al Cardenal Newman -, de las diversas ramas del saber, comprendemos que hay una interdependencia y una relación íntima entre estas diversas ramas; que denomina el 'círculo del saber'. Nosotros, en la búsqueda del conocimiento, vamos conociendo parcialmente este círculo, su extensión y su interdependencia, y en última instancia, lo que constituye la misma sabiduría. En cambio Dios y sólo Él tiene relación con la totalidad de su profundidad, de lo real y verdadero; y por esto, eliminar a Dios significa romper el círculo del saber (cfr. Benedicto XVI, Discurso 7.II.2011).

Valentía de anunciar el valor 'amplio' de la educación, que no puede prescindir de Dios

Teniendo en cuenta estos elementos de la cultura actual, es fundamental la respuesta que damos y el contenido de la educación que ofrecemos. Cuando el mundo atraviesa de diferentes modos y grados una emergencia educativa, es más necesaria que nunca una educación integral, que comprenda la formación del hombre en todas sus dimensiones, inclusive la dimensión religiosa y el anuncio salvador que nos trae Jesús, para que haya luz y esperanza. “Sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Benedicto XVI, 13.V.2007; n º 3).

 La relación a Dios no mira sólo a la fe, o al dogma como una verdad aceptada en forma intelectual; sino que debe ser un encuentro que toque toda la existencia; y por esto que ilumina el sentido de la propia vida, de la familia, de la vida social, de las costumbres, de la solidaridad, etc.
De allí que sea tan “importante el servicio que llevan a cabo en el mundo las numerosas instituciones formativas que se inspiran en la visión cristiana del hombre y de la realidad” (ibídem), en la que es fundamental tener presente a Dios en el contexto de la educación.

Al mismo tiempo, la tarea del docente, no se realiza independientemente del medio en el que él mismo vive, y encuentra en su misión muchos aspectos adversos y antagónicos a su misión; de tal manera que también por esta causa encuentra un desafío mayor.

Por ello, es necesario que el docente no esté solo; sino que participe y forme parte de una comunidad educativa en la que sea contenido, valorado y acompañado en su misión por la escuela.

Como educadores cristianos, debemos ser concientes de nuestra identidad, en la que se apoya “la valentía de anunciar el valor 'amplio' de la educación, que no puede prescindir de Dios, para formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar sentido a la propia vida”, y que a su vez tengan, como nos dice el Papa, “una fidelidad valiente e innovadora, que sepa conjugar la conciencia clara de la propia identidad con la apertura a la alteridad…” (Discurso…,7.II.2011).

El ideario de las escuelas católicas les permite, con su identidad bien precisa y su apertura a la 'totalidad' del ser humano, llevar a cabo su misión formadora integral

Al hablar de nuestra misión de educadores, de la comunidad educativa, de los desafíos en nuestra escuela, estamos haciendo referencia a un ideario. Este ideario les permite a las escuelas católicas, “con su identidad bien precisa y su apertura a la 'totalidad' del ser humano, llevar a cabo una obra preciosa para promover la unidad del saber, orientando a estudiantes y profesores a la Luz del mundo, la 'luz verdadera que ilumina a todo hombre'” (ibídem).

Desde la fe en Dios y del encuentro con Cristo; la formación cristiana debería llegar, a lo largo de muchos años de formación, al corazón del niño o del joven de nuestras escuelas, hacerle tomar conciencia de la dignidad de ser imagen y semejanza de Dios, y agradecer la vocación de ser hijos en el Hijo, llamados a la eternidad (cfr. D.A 480). También debería alentarlos a tratar y conocer a quienes comparten su vida, animarlos a la comprensión mutua y al respeto recíproco, para lograr su desarrollo integral.

Asimismo, el ideario del colegio se debe manifestar ampliamente en toda la formación, en la ciencia, en el arte, la música, la literatura y sobre todo en una forma de vida cristiana.

Este ideario no puede contentarse con mirar a la escuela hacia adentro. Debe trascender la misma escuela y llegar a la familia. Hay que transmitir un mensaje cimentado en la lectura de la Palabra de Dios, y que ella se convierta en un alimento verdadero; de tal manera que se pueda percibir que la enseñanza de Jesús es espíritu y vida.

En el espacio de definición institucional, la escuela plasma su ideario propio

A la luz de lo dicho, qué importante y necesario que nuestras leyes de educación puedan tener en cuenta y garantizar el valor de la educación integral que promueve la escuela católica, así como la inclusión y el respecto de su ideario. Qué valioso que en el mismo espacio de definición institucional, donde la escuela plasma dicho ideario, estén contenidos estos aspectos fundamentales que hemos considerado, que no son un agregado, un apéndice, sino una fuente de inspiración fundamental de toda la comunidad educativa.

La enseñanza religiosa y la catequesis centrada en la enseñanza de la Iglesia y en particular del Catecismo, el valor de la persona, el fundamento de la vida moral, la riqueza de la familia, así como la justicia y la solidaridad tienen una íntima relación entre sí y son fuente de la inestimable riqueza de nuestras comunidades educativas.

Por eso desde este ideario también nos importa adecuadamente formar para la acción misionera, y ser fermento del amor de Dios en la sociedad incluyendo la solidaridad, mirar los rostros del dolor, que son los enfermos, los que viven en la calle, quienes padecen el flagelo de la droga, los migrantes y los detenidos en cárceles; que también esperan nuestra palabra y nuestras obras de misericordia.

De este modo, la formación religiosa y la catequesis, debe ser en nuestras escuelas un verdadero impulso que mueva a la fe en Jesucristo, verdadero Dios encarnado, y a su Iglesia, sustente los valores, y enriquezca adecuadamente los contenidos de la educación. En realidad, nos sentiríamos defraudados, si esta formación cristiana faltara como parte de su encuadre curricular; porque el proyecto de la educación católica promueve la educación integral, gracias a la colaboración de los sacerdotes, religiosos y laicos; de los docentes, y de las familias; contando como uno de sus elementos esenciales con la dimensión espiritual y cristiana.

Los saludo nuevamente en el Señor, y encomiendo estos días de reflexión y trabajo a la Santísima Virgen, Madre de la sabiduría. Gracias.

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario

Fuente: AICA

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