"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

2 de enero de 2011

"Sobre cómo el Señor vivifica su Cuerpo mediante el Espíritu" por san Basilio Magno

SEGUNDA LECTURA
Del libro de san Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu Santo
(Cap. 26, 61. 64: PG 32, 179-182. 186)


Al que ya no vive según la carne, sino que es llevado por el Espíritu de Dios, se lo llama Hijo de Dios, se convierte en imagen de su Unigénito y recibe el nombre de espiritual. Y de la misma manera que la facultad de ver actúa en el ojo sano, así actúa también en esta alma purificada la fuerza del Espíritu.

Y a la manera como la palabra está en la mente, unas veces como simple pensamiento del corazón, otras veces como palabra proferida por los labios, así también el Espíritu Santo habita en nosotros, unas veces dando testimonio a nuestro espíritu y clamando en nuestros corazones: ¡Abbá! (Padre), otras veces hablando por medio de nuestros labios, según aquello del Evangelio: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Ahora bien, de la misma manera que el todo está en cada una de las partes, hay que entender que el Espíritu está íntegro en cada uno de los dones que distribuye; pues todos somos miembros, los unos de los otros, aunque tengamos dones diferentes según las diversas gracias que hemos recibido de Dios.

Por eso no puede el ojo decir a la mano: «No tengo necesidad de ti»; como tampoco la cabeza a los pies: «No os necesito para nada.» Por el contrario, todos los miembros reunidos constituyen el cuerpo íntegro de Cristo, en la unidad del Espíritu, y se prestan mutuamente los servicios necesarios, según los dones que cada uno ha recibido.

Pues Dios colocó los diversos miembros del cuerpo, a cada uno de ellos según quiso. Y los miembros, por su parte, son solidarios unos de otros, en virtud del amor mutuo, nacido de su comunión en el mismo espíritu. De manera que cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro el honrado, todos le felicitan.

Y así como las partes están en el todo, así cada uno de nosotros está en el Espíritu, porque todos los que formamos un único cuerpo hemos sido bautizados en un mismo Espíritu.

Y de la misma manera que podemos contemplar al Padre en el Hijo, así también podemos ver al Hijo en el Espíritu. Por ello adorar a Dios en el Espíritu es lo mismo que adorarlo en la luz o en la verdad, como se puede deducir de las palabras que el Señor dijo a la Samaritana. Pues ella, engañada como estaba por el error de su pueblo, creía que debía adorarse a Dios en un lugar determinado, pero el Señor la instruyó, diciéndole que Dios debía ser adorado en Espíritu y en verdad, designándose, sin duda, a sí mismo como la verdad.

Por lo tanto, de la misma manera que decimos que hay que adorar al Hijo, como imagen de Dios Padre, también debemos decir que hay que adorar al Espíritu, pues posee y refleja en sí mismo la divinidad de Cristo.

Así pues, por la iluminación del Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a aquel de quien el mismo Espíritu es impronta y sello.

RESPONSORIO 1Co 2,12. 10; Ef 3,5

R. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado. Pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.
V. El misterio que no fue dado a conocer a las pasadas generaciones ahora ha sido revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas.
R. Pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

(Del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas)

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