“Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas ¡Yo soy el Señor, este es mi Nombre! No cederé mi gloria a ningún otro ni mi alabanza a los ídolos. Las cosas antiguas ya han sucedido y yo anuncio cosas nuevas; yo se las hago oír a ustedes. (Isaías 42, 1-9).
En la Misa de la Fiesta del Bautismo del Señor se proclamará Isaías 42, 1-4.6-7 como Primera Lectura, es decir, el texto que hemos puesto en color “rojo sangre”. Corresponde al primer Canto del Siervo que algunos especialistas concluyen en el v.4, otros en el v.7 y otros en el v.9. Dios llama a su Servidor a una misión única: ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, darle visión a los ciegos, liberar a los cautivos y a los que habitan en la oscuridad. No sabemos, específicamente, a quien se refiere como “el Siervo” la intención del “segundo Isaías” en los cuatro Cantos, algunos biblistas suponen a Israel, otros al rey cautivo en Babilonia, otros a Jeremías. Tampoco podemos pensar en un desarrollo homogéneo en cuanto a estos cuatro cantos. Pero la teología católica ha visto desde el principio a Jesucristo como el Siervo de YHWH, como la intención del Espíritu Santo que ni el mismo “Déutero Isaías” podía ver en su ministerio profético, ya que los profetas de Israel para ese entonces se habían distanciado bastante de los adivinos egipcios e histéricos cananeos y más bien estaban comprometidos con la Palabra de Dios y su realidad presente para convertirla. Pero trataremos de llegar a Cristo como una conclusión que dé certeza y no como una certeza de suyo.
Resulta interesante, la manera de presentar al Siervo: a quien Dios sostiene, su elegido, en quien se complace su alma. Nos hace recordar el salmo 2,7 de entronización real: “…El me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” y, por supuesto que, también el Bautismo de Jesús: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Mt 3,17). El Servidor de YHWH ha recibido el Espíritu para obrar de manera radicalmente distinta al servidor ungido Ciro, el conquistador avasallante del cap. 41 de Isaías: El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. Luego viene una palabra preciosa que analizaremos un poco: No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Acá podemos distinguir la figura literaria tapéinosis o antenantiosis, que significa “empequeñecimiento” pero que tiene como objeto, paradójicamente, engrandecer aquello que se empequeñece. En este caso, el Siervo de Dios no sólo no romperá la caña quebrada sino que la fortalecerá y no sólo no apagará la mecha que arde débil en el pabilo sino que la alimentará con su soplo armonioso para que no se agote. O sea, que equilibrará y compensará tanto los efectos de los vientos impetuosos (que quiebran las cañas) como los de la ausencia de aire (que apaga la mecha). Así, encontramos un mayor contraste con los reyes conquistadores que, generalmente, aparecen como vientos incontrolables sobre los territorios que dominan, a tal punto que ahogan la luz de la cultura dominada imponiendo la propia. La forma en que el Siervo impondrá el derecho y la justicia, la Ley, la Palabra de Dios, será en el compromiso de la libertad y la paz. Es curioso, que esta palabra, hoy asistida por el Espíritu Santo para nosotros, brilla en comunión con el mensaje de Benedicto XVI para la XLIV Jornada Mundial por la Paz: “La libertad religiosa, camino para la paz”. Y los que están lejanos esperarán su Ley, su Palabra. Entonces, la misión del Siervo será tan cortés como valiente, tan humilde como ambiciosa: Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.
Ahora, luego de esta exposición, podemos preguntarnos ¿Quién es este Siervo? ¿Hay alguien así en la historia de Israel? ¿Alguna teología o filosofía no cristiana ha sido capaz de releer todas estas características en una persona? ¿Y si no es Él, entonces quién? ¡La única respuesta es Jesucristo! Absteniéndonos de ponerlo como premisa lo hemos encontrado como conclusión. Es Él la Alianza del Pueblo de Dios, la Luz de las naciones, el que hace que los ciegos lo conozcan y dejen la agnosia gracias a una renovada manera de presentar el gran Mensaje de todos los tiempos, el que libera a los “alumnos (sin luz) crónicos” de la vida, aquellos que están siempre aprendiendo, pero sentados en la oscuridad y por tanto no llegan al pleno conocimiento de Cristo, a éstos los transforma en luz de este mundo para que otros puedan verlo a Él.
El Bautismo del Señor es el encuentro con Jesús, nuestra debilidad se identifica con el Siervo de YHWH que no romperá nuestra caña quebrada sino que nos fortalecerá y no apagará nuestra luz débil sino que soplará armoniosamente su Espíritu para que brille en nuestras parroquias. Dios nos ha respondido ¿le responderemos nosotros a Él? (PCD).
Editorial de Prensa Cristiana Digital 34 (2011) 2
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