"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

15 de diciembre de 2010

Ordenación sacerdotal de Diego Villalba


Homilía de Mons. Ricardo Faifer, Obispo de Goya, en la Misa de ordenación sacerdotal
Mercedes 9 de diciembre de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

En el marco del Año Jubilar, hoy tenemos un motivo más para el júbilo, la alabanza y la acción de gracias, porque Jesús, Buen Pastor, nos da prueba de su amor fiel al regalarnos un nuevo sacerdote. Con gran alegría lo recibimos en el Presbiterio diocesano, y junto con los hermanos Presbíteros y con todos Ustedes doy gracias al Señor.


Diego, hoy estás en el centro de la atención del Pueblo de Dios, un pueblo representado por estos hermanos que colman el templo de Nuestra Señora de las Mercedes. Espacio sagrado que se llena de oración, de cantos, de afectos, de conmoción y de alegría.

Aquí están tus padres, tu hermano y familiares; tus amigos y compañeros; los formadores del Seminario, los hermanos de las Comunidades a las que has servido pastoralmente en tu camino.
Aquí también están espiritualmente presentes todos los que se han unido a vos mediante la oración y el ofrecimiento de trabajos y sufrimiento.

Hagamos alguna consideración sobre el acontecimiento de gracia que hoy se realiza en tu persona con la Ordenación Presbiteral, mediante la imposición de mis manos y la oración consecratoria.

1. Recordemos que: “El sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio». (Benedicto XVI, 11.06.10).

Los presbíteros, son en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su Palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (PDV.15).

2. Querido hijo, vas a recibir el Sacramento del Orden. Con el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nos preguntamos y respondemos (Nº 323):
¿“Por qué se llama Sacramento del Orden? Orden significa un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte mediante una especial consagración (Ordenación), que, por un don singular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al servicio del Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo.”

La respuesta del Catecismo señala dos elementos:
1º la incorporación sacramental a un cuerpo eclesial;
2º la sagrada potestad que se recibe.

Esta pregunta y respuesta no es una reflexión abstracta sin incidencia práctica en la vida sacerdotal. ¡Todo lo contrario!. Es fundamental para comprender el don que se recibe y así poder vivirlo con un estilo de vida coherente.

Entonces, la persona que recibe “la ordenación” es asociada por el Sacramento a un Orden, a un cuerpo orgánico, a una hermandad sacramental: el Orden de los Presbíteros que está hermanado sacramentalmente con el Orden de los Obispos y con el de los Diáconos. Por lo tanto, el Sacramento del Orden es, esencialmente, un sacramento de comunión, dado en comunión, recibido en comunión, para construir la comunión de la Iglesia.

“Un Presbítero que no estuviese en comunión con su Obispo y con sus hermanos Presbíteros sería como una mano amputada. Quizá podría realizar muchas tareas de apariencias pastorales, pero serían vanas. No reportarían ningún bien a la Iglesia, tampoco a la verdadera realización y felicidad personal del Presbítero, y promoverían la desunión del Presbiterio y del Pueblo de Dios” (Mons. Carmelo Giaquinta).

Querido hijo: Porque estas reflexiones son de vital importancia para vos y para todo el Presbiterio, repito lo que he dicho en otras ocasiones similares:
Desde mi corazón de Padre, quiero pedirte, que este don del Sacerdocio Ministerial que recibes lo consideres como algo que sólo podrás vivirlo con fecundidad en la medida en que estés unido a tu Obispo y al Presbiterio Diocesano en la fraternidad sacerdotal. Te pido que , de tu parte, privilegies los Encuentros con tus hermanos Sacerdotes que siempre alimentan la Caridad Pastoral. Que el Señor te conceda siempre salir victorioso de la sutil tentación del individualismo y aislamiento que terminan esterilizando nuestra acción apostólica. “El ministerio ordenado tiene una radical “forma comunitaria” y puede ser ejercido sólo como “una tarea colectiva” (PDV.17).

3. La Palabra de Dios que has elegido para tu Misa de Ordenación, nos habla de la iniciativa amorosa de Dios en nuestra vocación: “desde el vientre materno te conocía y te elegí “; nos habla de consagración: Dios se apropia de nosotros para enviarnos como sus instrumentos personales; nos habla de una misión exigente: irás adonde yo te envíe y comunicarás mis palabras y deberás edificar y arrancar…
Frente a la grandeza de Dios y de la misión encomendada aflora la conciencia de nuestra pequeñez y de nuestra desproporción. Pero El nos dice: “No temas yo estaré contigo”… Nuestra seguridad se apoya en la fidelidad de Dios.

La Palabra proclamada nos recuerda que los sacerdotes somos hombres frágiles y pecadores como nuestros hermanos; hemos sido entresacados de entre los hombres para ser constituidos como mediadores entre Dios y los hombres. Porque estamos sujetos a la misma debilidad humana, estamos llamados a transparentar la indulgencia con los pecadores y descarriados.
Qué vivas tu Ministerio Sacerdotal con la mirada fija en Jesucristo, Sumo Sacerdote, y aprendas de Él la sumisión y la obediencia, que ciertamente incluyen el sufrimiento y la cruz, asumidos en oblación de amor.

Has elegido, como lema de tu ordenación, la expresión bíblica “Testigo de la Luz”. El testigo comunica, con convicción, la experiencia de lo que ha visto y oído; en el caso del discípulo, éste comunica la gozosa experiencia de la amistad con quien dijo: “Yo soy la luz”. Estás llamado a iluminar no con tus brillos personales sino con la luz interior de un corazón sacerdotal identificado con Jesús. El sacerdote no brilla con luz propia sino que refleja la luz de Cristo.

Ciertamente que debemos dar testimonio de Cristo con nuestra palabra y predicación; pero nuestro testimonio se hace creíble por la coherencia de nuestra vida sacerdotal pobre, casta y obediente en el seguimiento de Jesús. El testimonio de cada uno se hace más luminoso y transparente cuando se enriquece con el resplandor de los otros hermanos sacerdotes, discípulos enamorados de Jesús y ardorosos misioneros suyos.
El Señor, que enciende en vos la hermosa luz de la gracia sacerdotal, mantenga tu lámpara encendida en la fidelidad cotidiana hasta que El vuelva.

4. Nos brota en este momento un gracias grande al Señor por lo que estamos viviendo:
Gracias por el don del sacerdocio, regalo para la Iglesia y para el mundo.
Gracias, Diego, por tu sí.
Gracias a tu familia.
Gracias a todos los que te acompañaron en el discernimiento y formación en tu vocación sacerdotal.
Queridos jóvenes aquí presentes, la ordenación de Diego nos recuerda que la Vocación Sacerdotal existe, y que es hermoso sintonizar con Dios que espera nuestro “Sí”. Con toda la Iglesia Diocesana pedimos al Espíritu Santo esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y esta plegaria a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de los jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces.
Querido Diego, finalizo con las palabras que la Virgen María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive, le dijo a Juan Diego: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy aquí yo que soy tu Madre?. ¿No estás, por ventura, en mi regazo?...”


Fuente: AICA

Mons. Ricardo Faifer, obispo de Goya

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