"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

12 de noviembre de 2010

Mons. Martorell: Dios no es un Dios de muertos sino de vivos

Homilía de monseñor Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 32º domingo durante el año (7 de noviembre de 2010)

El tema central de la liturgia de este domingo es la resurrección, verdad que hasta el judaísmo tardío de los Libros de Daniel y Macabeos no se trató quedando prácticamente en la sombra. El libro de los Macabeos (Mac.7,1-2,9-14) nos trae el relato de los siete jóvenes hermanos mientras afrontan el martirio infligido por un rey pagano que los quiere hacer renunciar públicamente de la Ley dada por Moisés. Ellos se niegan y cuando son sometidos a la tortura ellos declaran seguros que un día recobrarán sus cuerpos resucitando a la vida eterna: “de Dios recibí (las manos), espero recobrarlas del mismo Dios”, declara uno de los mártires (Ib. 11) y dice otro: “El Rey del universo nos resucitará para la vida eterna” (Ib. 9). “Tú, en cambio, dice uno de los siete, dirigiéndose al tirano, no resucitarás para la vida” (Ib. 14). La esperanza y la fe en la resurrección y en la vida eterna eran tan fuertes que les daba la fuerza necesaria para abrazar la muerte.


Ya en tiempos de Jesús, la resurrección de los muertos era una verdad de fe profesada por todo el mundo judío. En una extraña cuestión planteada por uno de la secta de los saduceos, que eran los únicos que rechazaban la resurrección de los muertos, le hacen un planteo a Jesús (Lc.20, 27-38) para poner en ridículo la fe en la resurrección. Le proponen el caso de una mujer que quedó sucesivamente viuda de siete hermanos y le preguntan: “cuando llegue la resurrección de los muertos, de cuál de los hermanos será mujer?”. Esto le da ocasión a Jesús para explicar que la vida de los resucitados será totalmente diferente de la que se vive en la tierra. “No se casarán. Ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios porque participan en la resurrección” (Ib. 35-36). El cuerpo de los resucitados, será un cuerpo glorificado, no sujeto a las leyes de la carne y de la naturaleza humana. Serán inmortales y no será necesario el matrimonio para asegurar la conservación de la especie humana. El cuerpo de los resucitados, sus cuerpos y sus vidas, serán como la de los ángeles, serán “hijos de Dios”. La gracia de adopción que recibimos en el bautismo llegará a su plenitud transfigurando sus cuerpos. Jesús concluye: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para El todos están vivos” (Lc.20, 38). Los que han muerto para nosotros, están vivos para El y un día resucitarán todos. Jesús mismo ha dicho de sí: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí aunque haya muerto vivirá” (Jn.11, 25). La resurrección de Cristo nos hace afirmar la salvación del hombre y por lo tanto, en la resurrección del hombre, la misma materia está ya glorificada, resucitada.

En 1 Cor.15: 42-44, san Pablo enseña: “Así será la resurrección de los muertos; se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita espiritual”. Nosotros vivimos en la fe y caminamos con la esperanza de la gloria futura, obrando el bien y viviendo el amor para conseguir en el último día una resurrección de vida y no de condenación.

Es por esto que está tan ligada la vida cotidiana a la fe en Cristo Jesús y al esfuerzo que -por intermedio de la gracia- hagamos en favor de nuestro prójimo y del bien común, luchando contra el egoísmo y contra clase de corrupción y pecado. Practicando nuestra fe y alimentándola con la vivencia de los sacramentos y del ejercicio de la caridad.

Que la Virgen nuestra madre en la fe nos ayude a vivir conforme a la esperanza de la gloria futura y de la futura resurrección.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú

Fuente: AICA

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