"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

23 de junio de 2010

Si se predica un Cristo de fantasía, a medida, corremos en vano

Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para el domingo 12º durante el año (20 junio 2010)

Lc 9,18-24

I. “QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?”

1. En la lectura del evangelio de hoy constatamos que la gente se pregunta sobre quién es Jesús y se da muchas respuestas: “Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado” (Lc 9,19).
La pregunta sobre Jesús se plantea a lo largo de todo el Evangelio de San Lucas. Y no a modo de adivinanza, o como la pregunta del millón. Sino como una pregunta que exige una respuesta vital. Jesús, por su simple existencia, inquieta y cuestiona.



2. A veces la pregunta se explicita. “¿No es este el hijo de José?”(Lc 4,22), se preguntaban sus compaisanos, entre contentos de tener a un vecino famoso, y descreídos porque uno como ellos hablase tan bien y realizase las obras maravillosas de las que les llegaba la fama.
Hay preguntas y respuestas de todos los colores. Las hay de buena fe. Juan Bautista envía a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Lc 7,19). Jesús se contenta respondiéndoles que observen cómo se cumplen en él lo anunciado por los profetas. Herodes también se inquieta por su mala conciencia: “A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?” (9,9).

3. Otros se preguntan de mala fe, y, sin detenerse a considerar la cuestión, se responden de antemano: “¿Quién es éste que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino solamente Dios?” (Lc 5,21). Respuestas prefabricadas sobre Jesús hay a montones: “Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (7,34). Es un endemoniado: “Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios” (11,15). La pregunta más prejuiciosa es la del senado judío: “Dinos si tú eres el Mesías”. A la respuesta indirecta de Jesús, contraatacan: “¿Entonces eres el Hijos de Dios?”. Y como Jesús les responde abiertamente, ya dictan sentencia: “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca” (22,67-71).

II. “USTEDES ¿QUIÉN DICEN QUE SOY YO?”

4. Llama la atención que las preguntas y respuestas más prejuiciosas sobre Jesús provengan de hombres cercanos y religiosos: los compaisanos, los escribas, los fariseos y los ancianos del pueblo. Ellos no pueden dar ninguna repuesta adecuada, porque el prejuicio les clausura la mente y el corazón.
¿No encierra esto un mensaje para nosotros hoy? Estoy convencido de que hemos de aprender a leer estos pasajes de manera nueva. No sólo como anécdotas dolorosas del pasado que le acontecieron a Jesús, sino como “evangelio” o “profecía” para el presente. A saber: lo que sucedió entonces entre aquellos hombres y Jesús, nos puede suceder a los hombres religiosos de hoy: cristianos practicantes, agentes pastorales, ministros ordenados.

5. Por ello conviene que nos dejemos interpelar por Jesús: “Ustedes ¿quién dicen que soy yo?” (Lc 9,20). A esta pregunta no podemos responder de memoria, como quien sabe la lección. Si así lo hiciésemos, la gente no nos creería. Hemos de responder no sólo con la mente, sino desde el corazón. Para ello es preciso purificarlo de todos nuestros prejuicios que intentan fabricar un Cristo a su propia medida.

6. Le sucedió a Pedro. A la pregunta de Jesús, “Pedro, tomando la palabra, respondió: ‘Tú eres el Mesías de Dios” (v. 20). Si bien en el evangelio de Mateo, Jesús felicita a Pedro por su confesión de fe, los tres evangelios sinópticos traen enseguida un reproche de Jesús: “Y él les ordenó terminantemente que no lo digan a nadie” (Lc 9,21; cf Mt 16,22-23; Mc 8,30-33). Ello se debe a que, si bien Pedro decía algo cierto, que Jesús es el Mesías, pensaba en un Mesías entendido a su medida: un Mesías que no pasase por la ignominia de la cruz. Por ello, la orden terminante de Jesús de no decirlo a nadie. Todavía el día de la ascensión, los apóstoles piensan a Jesús como un Mesías terreno. “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?” (Hch 1,6).

7. Por ello, Jesús completa su enseñanza sobre el Mesías: “El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Y, a continuación, Jesús completa la enseñanza sobre su discípulo: “Después dijo a todos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (v. 23).

8. A la luz de la lectura de hoy, vale la pena que nos preguntemos si nuestra fe en Cristo es conforme al Evangelio, o si predicamos un Cristo fabricado a nuestra medida. Porque el Cristo del Evangelio puede ser rechazado, pero también puede ser creído. Y vale la pena fatigarse por él. En cambio si predicásemos a un Cristo según nuestras fantasías, correríamos en vano (cf Ga 2,2).

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, obispo emérito de Resistencia y prof. emérito de la Facultad de Teología de la UCA.


Fuente: AICA

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