En la catequesis de la audiencia general de hoy, el Santo Padre reflexionó sobre el salmo 23 (22 en la tradición greco-latina), que comienza con las palabras “el Señor es mi pastor: nada me falta”. Benedicto XVI señaló que “dirigirse al Señor en la oración implica un acto radical de confianza, con la conciencia de confiarse a Dios que es bueno”. El salmo 23 constituye un ejemplo de esta actitud; en él, “el salmista expresa su serena certeza de ser guiado y protegido de todo peligro, porque el Señor es su pastor. (…) La imagen evoca una atmósfera de confianza, intimidad, ternura: el pastor conoce sus ovejas una por una, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él. El las cuida, las custodia como bienes preciosos, preparado para defenderlas, para garantizar su bienestar y hacer que vivan tranquilas. Nada puede faltarles si el pastor está con ellas”.
El salmo describe el oasis de paz al que el pastor lleva el rebaño, “símbolo de los lugares de vida hacia los que el Señor conduce al salmista”. El Papa recordó que la escena evocada está ambientada en una tierra en gran parte desértica, hostil. Pero el pastor “sabe llegar al oasis en el que el alma ‘se reconforta’ y es posible retomar fuerzas y nuevas energías para volver a ponerse en camino. Como dice el salmista, Dios lo guía hacia ‘verdes prados’ y ‘aguas tranquilas’, donde todo es abundante. (…) Si el Señor es el pastor, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye la certeza de una radical presencia de vida”.
El pastor adapta sus ritmos y exigencias a los del rebaño, lo conduce por senderos adecuados, atendiendo sus necesidades. “También nosotros –afirmó el Pontífice- si caminamos detrás del ‘buen Pastor’, debemos estar seguros de que, por cuanto puedan parecer difíciles, tortuosos o largos los senderos de nuestra vida, (…) son los adecuados para nosotros, y el Señor nos guía y está siempre cerca”.
Por ello, el salmista dice: “Aunque camine por valles oscuros, no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo”. Benedicto XVI explicó que el salmista usa para describir los valles una expresión hebrea que evoca las tinieblas de la muerte. Sin embargo, el orante avanza sin miedo porque sabe que el Señor lo acompaña. “Se trata de una proclamación de fe indestructible, y sintetiza una experiencia de fe radical: la cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro deja de ser peligroso, se vacía de amenazas”.
Esta imagen cierra la primera parte del Salmo y deja paso a una escena diversa, dentro de la tienda del pastor: “Preparas una mesa para mí, frente a mis adversarios. Unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa”. El Señor es presentado ahora “como Aquél que acoge al orante, con signos de una hospitalidad generosa y llena de atenciones. (…) Alimentos, aceite, vino: son dones que hacen vivir y dan alegría, porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresan la gratuidad y la abundancia del amor”. Entre tanto, los enemigos observan impotentes, porque “cuando Dios abre su tienda para acogernos, nada puede hacernos daño”.
Luego el huésped continúa su viaje bajo la protección divina. Dice el Salmo: “Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por largos días”. El camino que ha de recorrer el salmista “adquiere un sentido nuevo, y se convierte en peregrinación hacia el Templo del Señor, el lugar santo donde el orante desea ‘habitar’ para siempre”. Del mismo modo, habitar cerca de Dios, de su bondad, es el anhelo de todo creyente.
Este salmo ha acompañado toda la historia y la experiencia religiosa del pueblo de Israel, pero solamente en Jesucristo “la fuerza evocativa de nuestro salmo alcanza su plenitud de significado: Jesús es el ‘buen pastor’ que va en busca de la oveja perdida, que conoce sus ovejas y da la vida por ellas. Él es el camino justo que nos lleva a la vida, la luz que ilumina el valle oscuro y vence todos nuestros miedos. Él es el anfitrión generoso que nos acoge y nos salva de los enemigos, preparándonos la mesa de su cuerpo y de su sangre y aquélla definitiva (…) en el Cielo. Él es el Pastor real, rey en la mansedumbre y en el perdón, entronizado sobre el madero glorioso de la cruz”.
Para terminar, el Papa subrayó que el salmo 23 nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, “abandonándonos totalmente en sus manos. Pidamos entonces con fe que el Señor nos conceda caminar siempre por sus senderos, también en los caminos difíciles de nuestro tiempo, como rebaño dócil y obediente, nos acoja en su casa, en su mesa, y nos conduzca a ‘aguas tranquilas’ para que, acogiendo el don de su Espíritu, podamos beber de sus manantiales, fuentes del agua viva que ‘brota para la vida eterna’”.
Fuente: VIS - Vatican Information Service
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