Éxodo 26, 20-26
I Tesalonicences 1, 5c-10
Mateo 22, 34-40
En la primera Lectura se lee: “No maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás, porque vosotros fuisteis extranjeros en Egipto” (Ex 22,20). Es bien natural que, antes de la venida de Cristo,
Así como ninguno es extranjero en la Iglesia , así cada uno de nosotros, cada día, experimenta una “extranjería” respecto a todo lo que existe, incluso a sí mismo.
Podemos decir que existe una “extranjería”, un “ser extranjero” que es consecuencia del pecado de los hombres – y contra este debemos luchar constantemente, con la ayuda de la gracia, para limar las asperezas de nuestra humanidad- y existe una “extranjería”, un “ser extranjero” que es constitutivo de la existencia humana y proporcional a la profundidad de nuestra vida espiritual.
El cristiano es necesariamente extranjero en un mundo que no reconoce a Dios; es extranjero en un mundo que no ama la vida y está inmerso en la cultura de la muerte; es extranjero en un mundo que ignora el orden natural y olvida las leyes de la creación; es extranjero en un mundo donde n hay lugar para la persona, para el último y para el pobre, sino sólo para los individuos, el poder, el dinero.
El cristiano, y más aún el sacerdote, es necesariamente extranjero en un mundo inmerso en el relativismo, en el hedonismo, en una cultura del placer que, en realidad, se anega en una anestesia general de la razón, la cual tiene como único resultado una profunda lejanía de los hombres.
En un contexto tal, “ser extranjeros” no es un mal, sino el indicador de nuestra fidelidad a Cristo y al Evangelio, y es el presupuesto de la fuerza profética del ministerio al que hemos sido llamados.
Los dos grandes mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo, referidos en el pasaje evangélico, representan la síntesis suprema del camino correcto: reconociendo la primacía de Dios, somos capaces de amar a los hermanos.
Es necesario superar todas las formas de antropocentrismo, tan difundido en las décadas pasadas, que imaginaban una propedéutica de la promoción humana en cualquier forma de evangelización. Decían: “Primero démosles de comer y después anunciaremos a Cristo”.
En cualquier parte donde nos encontremos, en cualquier circunstancia de la vida, podemos extender el buen aroma de Cristo, que es, esencialmente, fruto de nuestra identidad de cristianos y de la comunión auténticamente vivida. Que nos proteja la Santísima Virgen María, esclava del Señor, tabernáculo de Dios y estrella refulgente de la Caridad. Quien vive con María no puede nunca extraviarse, porque en ninguna parte del mundo es extrajero.
Fuente: Congregatio pro clericis
Todos estamos hermanados en Cristo Jesus y mas
ResponderEliminartomados de la mano de su Madre Ssma. jamas perderemos el rumbo...!
ETELVINA