"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

27 de junio de 2011

El testamento espiritual de mons. Carmelo Giaquinta



Al retirar las pertenencias de monseñor Carmelo Juan Giaquinta de la Clínica San Camilo, donde falleció el pasado miércoles 22 de junio, se encontró este texto, escrito de su puño y letra, fechado el sábado anterior, 18 de junio: “¡Gracias, Señor, por tu inmenso Amor! ¡Gracias, Señor, por tu inmenso Amor! ¡Gracias, Señor, por tu infinito Amor, que no tiene medida! Y me lo has demostrado durante toda mi vida. ¡Cómo deseo cantar a tu Amor toda mi vida y durante toda la eternidad! Te doy infinitas gracias porque te me diste a conocer desde pequeño, y me enseñaste a amarte. Perdona, Señor, que te diga que te he amado con locura. Y como sé que ésta es gran pretensión, quise amarte con locura. Y si tampoco esto es cierto: tuve y tengo la veleidad de amarte con locura. Y estoy cierto que aceptas esta veleidad, y que la convertirás en amor verdadero. Miro para atrás, y cuánto tiempo perdido”.


Por otra parte, el rector del seminario metropolitano de la Inmaculada Concepción (Villa Devoto), presbítero Alejandro Daniel Giorgi, hizo público el testamento espiritual, que monseñor Giaquinta escribió siendo todavía arzobispo de Resistencia. Su texto dice:


Mi testamento

Hoy, 31 de julio de 2002, estando en el Cenáculo (Pilar, provincia de Buenos Aires), haciendo Ejercicios Espirituales, sentí una moción a escribir mi testamento. No sé muy bien para qué sirve, pero igual lo escribo.

Lo primero que siento es que Dios ha sido infinitamente bueno conmigo. Llevó a mi madre cuando tenía ocho años, pero no me dejó huérfano. ¡Señor, has sido bueno con tu tierra! Tengo unas ganas locas de cantar la bondad del Señor, por siempre jamás.

Lo segundo que siento es que la vida me ha sido muy fácil. Nunca el dolor fue la nota dominante. De veras que Dios ha sido bueno conmigo.

Lo tercero que siento es que he perdido mucho tiempo en cuestiones intrascendentes. Sólo Dios sabe cómo me encontrará, si con los talentos multiplicados, o si con el talento guardado. Por cierto que podrían haberse multiplicado mucho más para su Gloria de no haber perdido tanto tiempo en cosas tan secundarias.

Un dolor tengo: es haber dejado de ser un hombre de oración. Y por lo mismo no ser el hombre que la Iglesia y la Patria necesitan en esta hora.

Una ilusión todavía tengo: que el Señor me utilice como instrumento para trazar un surco para la Nueva Evangelización y para levantar esta Patria tan decaída. No me importa ningún nombre, ningún recuerdo. Sólo, si Él quiere, que me use para trazar un surco para la Nueva Evangelización.

¡Señor, ¿ves aquella línea chiquita como una uñita?; la trazaste vos usándome a mí! Esa es mi mayor ilusión. Y si hubiese sido tan torpe que no pueda usarme ni siquiera como una pequeña uña, sé que Él tendrá misericordia de mí. Y no renuncio al Cielo, pero cómo querría que me utilice para levantar esta pobre Patria que tanto hemos maltratado los argentinos. No pretendo ver el día en que comience a resurgir. Sólo quiero ser útil para que un día comience a resurgir, y que los que sigan puedan disfrutar de una Patria en la cual sea más fácil peregrinar a la del Cielo.

He querido a la Iglesia, no sé si tanto como ella merece ser amada. Pero la amo y quiero morir amándola, como es, santa y pecadora, sobre todo esto último porque me tiene a mí. Y por sobre todo amo a Cristo, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Amé a Misiones y a Posadas. Nunca imaginé que se podría amar tanto. Y amo al Chaco y a Resistencia. Y si me toca morir lejos, moriré como un desterrado. Aunque ya miro con serenidad ese destierro. Pero cuán dulce me suena que mis pobres huesos fuesen enterrados junto a un lapacho chaqueño.

Amé, por cierto, a la Patagonia, a mi Río Negro, esa especie de mi primera Gran Parroquia, donde aprendí a ser Obispo junto a mi hermano Miguel Esteban.

Amo a mis sacerdotes. Cuánto deseo que entiendan cada vez más profundamente que son, por el sacramento, miembros de la íntima fraternidad sacramental de los presbíteros, cuya cabeza es el Obispo, y que todo proyecto pastoral, comunitario o personal, debe fluir de esa honda realidad.

Amo al Seminario y a los seminaristas. Pero posiblemente no haya cumplido con los deseos de la Iglesia al traerme a Resistencia, de cuidar sobre todo del Seminario Interdiocesano. ¡Ojalá que en lo que me resta de ministerio sea útil para ayudar a descubrir que esta hora argentina exige una formación sacerdotal más honda basada en el llamado de Jesús!

Amo a las religiosas, a quienes siempre quise ver más allá de la colaboración apostólica que prestan a la Diócesis. ¡Que sean ellas! Sobre todo, que sean lo que Jesús quiere de ellas.

Amo a los laicos; que descubran cada día más que el mundo en el cual viven es su lugar de santificación, y que ayuden a desentrañar el misterio del cristiano como ciudadano de este mundo. ¡Cuánto falta! ¡Qué descuido no haber visto antes que no se puede peregrinar hacia el Cielo si somos fugitivos de la Patria terrena! La presente postración argentina tiene mucho que ver con la falta de una verdadera espiritualidad laical.

Amo a mis hermanos Obispos y los admiro por haber hecho una Iglesia más libre del poder civil. ¡Y que cada día lo sea más! ¿Pero cómo ser libre y a la vez encarnada en el tiempo? Un drama que vale la pena vivir. A no parar hasta desprenderse del pequeño aporte estatal. ¡Y mucho más! A anunciar el Reino de Dios sin triunfalismo y con la fuerza del Espíritu.

Amo a mis hermanos Obispos del NEA [Nordeste Argentino]. ¡Qué hora nos toca de responsabilidad! De recrear todo para responder mejor a esta hora. Sobre todo recrear nuestro Seminario Interdiocesano.

Amo a mis colaboradores de la Curia: a Teresa que cuida de mi casa, a Chino, a Teresita, a Agustín, a la Hna. Susana, a Zulema, al P. Bernard fiel colaborador, leal e inteligente, a la Hna. Olga que se prodigó sobre toda medida al servicio de la Arquidiócesis y de mi persona. Que el Señor le retribuya con la abundancia de su gracia.

He descubierto la presencia del Espíritu Santo en mucha gente sencilla de nuestras Parroquias. Y en muchos que no están en el redil de los “practicantes” he admirado la presencia de Dios, que es la suma verdad y el sumo bien. Seguro que he ofendido a muchos y les pido perdón. Se lo suplico me lo concedan de corazón. Yo no me siento ofendido por nadie y si alguien sintiese haberme ofendido, sepa que lo perdono de corazón.

Me duele haber ofendido a algunos difuntos, no haberlos tratado con el respeto, cariño y sinceridad que merecían. Ruego por ellos para que gocen de la gloria de Dios, y que me reciban un día en su compañía.

Ruego en especial por mi madre y por mi padre, por Betina, por Encarnación, por Juan, por Miguel, y todos mis abuelos y tíos y primos de Italia. Ruego por mis compañeros difuntos, del Seminario, del Curso y del Episcopado. Ruego por tantos difuntos que me han querido y servido, gracias a los cuales soy lo que soy. Amo y recuerdo a mis hermanas y hermanos: Úrsula, Francisco, Salvador, Carmen, Marta, Pablo, Ángel, Ignacio, Mónica, María Teresa y a Mariana. A todas mis sobrinas y sobrinos y sobrinos nietos. Que el Señor los bendiga abundantemente.

Actualmente no tengo bienes a nombre propio. El heredero natural de todas mis cosas es el Arzobispado. Tampoco tengo deudas personales.

Y por hoy termino. ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, tú que sabes todo, tú que sabes también que te amo!

+Carmelo Juan Giaquinta. El Cenáculo 31 de julio de 2002

Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo28.6.11

    Imposible no hacer un comentario, ante tan mara-
    villoso legado de amor. Pedro dijo: "No tengo
    ni plata, ni oro, pero lo que tengo te doy", asi
    fue la vida de Mons. Giaquinta...! Entrego lo me-
    jor de si, que no es facil.!

    ETELVINA

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