Carta de monseñor Carlos H. Malfa, obispo de Chascomús, para el Adviento 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Entramos en el Adviento, tiempo de alegría, que viviremos con la Virgen María, como futura mamá, y con su esposo San José hasta la Navidad, cuando al nacer Jesús, nos uniremos a la alegría de los pastores y de los magos. El Santo Padre nos ha propuesto comenzar este Adviento con una Vigilia de oración, el sábado 27 de noviembre para agradecer la vida que hemos recibido y pedir la gracia de saber compartir y cuidar este don incomparable de la vida humana.
Como preparación para este Adviento he vuelto a leer la Carta Encíclica de Juan Pablo II "El Evangelio de la vida" (Evangelium vitae). Evangelio significa Buena Nueva, que proviene del mismo Dios. El la sembró en todos los corazones, por eso recomiendo la lectura serena y abierta a la reflexión de esta hermosa Carta no solo a los católicos o creyentes sino a todas las personas de buena voluntad. Y aunque en primer lugar me dirija a los hijos de la Iglesia Católica, también deseo anunciar a cristianos de otras confesiones y a hombres y mujeres de buena voluntad que buscan con sinceridad el bien y la verdad, la gozosa noticia de la Vida, primer derecho humano y fundamento de todos los demás.
Los invito a dirigir nuestra mirada hacia el niño por nacer. Y consecuentemente en todos los lugares donde se forma al hombre y al cristiano -la familia, la escuela, la parroquia- se grabe de manera imperecedera en la conciencia y en el corazón el valor sagrado e inviolable de la vida humana, y se enseñe a amar y defender la vida contra toda forma de violencia personal, social o estructural, la vida en toda su riqueza humana, cultural y espiritual; la vida en toda su dimensión terrena y eterna, desde la concepción hasta la muerte natural.
En nuestra sociedad se discute el derecho a "la interrupción voluntaria del embarazo", expresión políticamente correcta que se utiliza para suavizar la cruel verdad sobre el aborto que siempre es: matar al ser más inocente, más débil, más indefenso. Una vez producida la concepción hay un solo derecho: el derecho a nacer. Es oportuno citar al jurista y filósofo italiano Norberto Bobbio (no ciertamente cercano a las enseñanzas de la Iglesia) quien dice: "me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar".
En el aborto junto con el niño es víctima la mujer, dotada por Dios y la naturaleza para engendrar y dar vida, ella es no solo espectadora sino protagonista del desarrollo y maduración del hijo, vive una entrega generosa y con frecuencia heroica al darse a sí misma en el amor hecho protección de esa vida nueva que lleva en su seno.
Sabemos que no siempre la futura mamá es la primera responsable del aborto, el Papa dice en la Encíclica que no raras veces la mujer "está sometida a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto" (nº 59). En el acompañamiento de la mujer está también comprometida nuestra responsabilidad en el cuidado de la vida no nacida. Juan Pablo II habla con ternura a las mamás que han llegado al aborto en una decisión dolorosa y dramática: "no abandonen la esperanza. El Padre de toda misericordia las espera. Y podrán pedir perdón a su hijo que ahora vive en el Señor" (cf. nº 99).
Entre los animales tiene prioridad el más fuerte para mejorar la especie pero entre nosotros tiene prioridad el más débil. Más que una especie somos la familia humana y en ella cada uno es el hijo preferido de Dios. Así lo agradecemos en el salmo 139 (138): "Tú Señor formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno", Dios es inmutable, pero si le arrancamos ese tejido de sus manos, una lágrima caerá por su rostro.
Dios sembró el amor en nuestro corazón pero el egoísmo no lo deja nacer. "¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?" respondió Caín cuando el Señor le preguntó por su hermano Abel, mintiendo para ocultar su delito (cf. Gen. 4,9). Todos somos guardián de nuestro hermano aunque ignoremos su nombre. Los cristianos defendemos el derecho a nacer y además nos sentimos contagiados por la alegría de nacer, el llanto del bebé recién nacido es un poema de alegría cantado para sus padres y para toda la familia humana. Se habla de "salvar" a la madre de un aborto improvisado, nosotros queremos salvar a los dos, a la mamá y al bebé, para que se alegren juntos.
El nacer es una alegría permanente a la que sigue la alegría de vivir y de crecer. Somos llamados a sentirnos custodios de los niños desnutridos, a dedicarnos a los niños pobres e indigentes que apenas sobreviven: el amor que cuida, el alimento que nutre, la atención médica que cura, la educación que dignifica... es como volver a nacer. Y aún ¡qué hermosa obra de amor y de dar vida es la actitud de los hogares que adoptan niños abandonados!
La alegría es un fruto del Espíritu Santo. Cuando la Virgen María visitó a su parienta Isabel, las dos madres fueron alegradas por sus hijos, el pequeño Jesús y Juan, el futuro Bautista, tres meses antes de nacer. Dice San Ambrosio, citado en la Encíclica, que María e Isabel "empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos" (nº 45). Toda futura madre profetiza porque abre un camino de vida y de esperanza hacia el futuro.
Pido a los sacerdotes animen en todas las Parroquias y Capillas esta Vigilia de oración en comunión con el Santo Padre y que luego esta plegaria se continúe de modo que en toda nuestra diócesis se eleve ininterrumpidamente "una gran oración por la vida" (nº 100). De modo especial confío esta intención a nuestros queridos hermanos enfermos, para que al unir sus sufrimientos a la Cruz de Jesús pidan un cambio cultural a favor de la vida en nuestra patria y en el mundo. Igualmente se rece en las comunidades educativas y particularmente pido a las familias y a los queridísimos jóvenes se encuentren y visiten el Sagrario para orar por la vida.
Queridos amigos y amigas: todos somos enviados por Jesús para anunciar el Evangelio de la vida. Debemos preguntarnos, y yo el primero, qué gestos vamos a realizar juntos para que la alegría de nacer, de vivir y de crecer se contagie a todos, y el amor y respeto por la dignidad de toda vida nos oriente para hacer una sociedad más humana.
Deseándoles un Adviento muy fecundo, los abrazo y bendigo de corazón en Cristo y María Santísima.
Mons. Carlos H. Malfa, obispo de Chascomús
Fuente: AICA
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