Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario, en la misa y Vigilia por la Vida Naciente (Catedral de Rosario, 27 de noviembre de 2010)
Queridos hermanos:
El tiempo de Adviento
El comienzo del Adviento, que anuncia la espera del nacimiento de Jesucristo, autor de la vida, nos permite celebrar también la Jornada de la vida naciente, convocada por el Santo Padre Benedicto XVI. Nuestra Arquidiócesis de Rosario se une íntimamente al pedido del Papa; que simboliza en esta celebración el deseo de defender y tutelar la vida; por eso ofrece esta Vigilia en la Iglesia Catedral y en las parroquias y capillas.
Este tiempo nos hace pensar desde ya en las palabras del ángel, que anuncia la Navidad: « Les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor » (Lc 2, 10 -11).
La encarnación del Verbo y la esperanza del nacimiento de Jesucristo, le da un valor más pleno a toda la vida humana y nos llena de alegría, ya que por la encarnación, Dios vino a nosotros; y de un modo particular también la vida humana naciente desde el seno materno, es motivo de gratitud a Dios, que nos llena del mismo gozo.
Asimismo, el Evangelio nos habla de la venida de Jesús al final de la historia, y nos hace repetir confiadamente: “Ven Señor Jesús”. Por ello, tenemos presente que el Señor vino, viene y vendrá al fin de los tiempos; y que cada uno de nosotros debe encontrase con Él, en esta vida y al final de los tiempos.
La vida humana naciente
Esta celebración, como expresé, también mira a un motivo querido por el Papa; se trata de la vida naciente. La misma vida que está en el centro del mensaje de Jesucristo, que es la Buena Noticia de todos los hombres, y que hoy queremos volver a anunciar y vivir con absoluta fidelidad. Para ello, como nos dice la segunda lectura que proclamamos: “Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz” (Ro.13, 12).
Cada uno de nosotros conoce su propia vida, y sabe que está llamado desde que nacemos a vivirla en plenitud. La vida ha sido creada por Dios, y todos fuimos creados a su imagen, y llamados a la eternidad, de tal manera que cada vida es sagrada, en cualquiera de sus etapas, desde la primera cuna, que es el seno materno.
Podemos decir entonces que la vida es sagrada, durante este camino del tiempo y de la historia; y es también sagrada por su fin sobrenatural, por lo cual merece que “la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos (Juan Pablo II, Ev. Vitae, int.).
Por ello, resulta tan importante tener siempre presente, que la vida del niño por nacer, la vida humana naciente también es sagrada.
Se desvaloriza la vida, y se oscurece su dignidad
Pero podemos preguntarnos: ¿por qué en nuestro tiempo se desvaloriza la vida, y se oscurece su dignidad? Es verdad que en este nuevo milenio encontramos adelantos sociales, técnicos, y científicos; pero sabemos que no basta con estos; y que necesitamos contar también con otros progresos morales, que se puedan seguir reflejando en la vida de nuestros pueblos y ciudades, en sus costumbres y en su legislación; principalmente a favor de la familia, y en la protección y ayuda al matrimonio y a sus hijos.
La humanidad de hoy, lamentablemente, nos ofrece datos difíciles de comprender en relación a la vida humana naciente, si consideramos los atentados frecuentes contra la vida en el seno materno, así como su proporción numérica, junto con el múltiple apoyo que reciben de la opinión pública, de un buscado reconocimiento legal y hasta de de la implicación del mismo personal que lo ejerce (cfr. Ev. Vitae, n º 17).
De esta manera, no podemos quedarnos tranquilos y aceptar pasivamente las formas de negación de la vida humana, y queremos apoyar todo cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar (cfr. Benedicto XVI, 7.XI.2010). Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, como nos decía Juan Pablo II, aún entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14 -15), como es el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término; y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado este bien primario suyo.
Justamente, en el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política (Ev. Vitae, nº2). Y sin duda, el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer, es el marco y el fundamento de la vida humana que la favorece y protege, tanto en su gestación, como en su nacimiento y crecimiento, así como en su término natural.
Que el hombre y la mujer que contraen el matrimonio y forman una familia sean valorados y apoyados en su misión en torno a la vida.
Por eso, deseamos que el hombre y la mujer que contraen el matrimonio y forman una familia sean valorados y apoyados en su misión en torno a la vida, y ésta pueda ser siempre protegida eficazmente. Pedimos que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; y que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente (cfr. Benedicto XVI, ib).
Pedimos también que se respete la objeción de conciencia, de quienes quieren defender la vida del niño que va a nacer. Y que se trabaje al mismo tiempo por la vida del niño y del joven ya nacido, cuya vida tienen una dignidad incomparable: con salud, educación, y una familia, y a la vez sin padecer miseria, droga, inseguridad, y sin explotación ni abusos.
Siempre nos duelen las profanaciones a la vida en todas sus etapas, y sobre todo en el santuario de la vida naciente, que procuran quitar la vida al niño en gestación, huésped del seno materno; también nos duelen la actitudes de quienes buscando la adhesión social a esta opción, como si hubiera que eliminar a un injusto agresor, hayan transformado esta lamentable opción en una ideología, que crece al margen de la verdad, y se expresa frecuentemente con cantos y burlas, con gritos e insultos contra la vida del niño por nacer, y contra todos los que la defienden.
No queremos el mal de nadie, sino el bien de un niño que va a nacer. Queremos ser pacíficamente defensores de la vida; con la actitud que nos enseña la Palabra de Dios, que manifiesta su amor a cada ser humano, aún antes de su formación en el seno de la madre. Por eso le dice Dios al profeta Jeremías: "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1, 5).
“La vida se nos manifestó: y nosotros la hemos visto” (1 Juan 1,12)
Este amor ilimitado y casi incomprensible de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada por sí misma, desde la concepción, independientemente de cualquier otra consideración: salud, capacidad, inteligencia, belleza, juventud, etc. En definitiva, la vida humana siempre es un bien, puesto que "es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria" ("Ev. vitae", 34).
Se lo pedimos a María, la Madre de la vida naciente; en cuya maternidad viene exaltada al máximo la vocación a la maternidad de toda mujer. Así María se pone como modelo para la Iglesia, llamada a ser la “nueva Eva , madre de los creyentes, madre de los « vivientes » (cf. Gn 3, 20) y madre nuestra.
Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario
Fuente: AICA
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