La estructura de la celebración cristiana se nos presenta como una doble realidad: la palabra y el símbolo. La palabra aparece, principalmente, a través de la Palabra de Dios proclamada y luego predicada (palabra kerigmática-predicacional), la Plegaria (palabra oracional), y el Salmo, himno o poema (palabra lírica-meditativa). El símbolo no es una realidad estática, sino al contrario es una realidad dinámica, por ejemplo: el baño bautismal, la fracción del pan, la unción, la imposición de manos, etc. En la Eucaristía aparece clara esta estructura de “palabra y símbolo”, podemos apreciarla en las Escrituras de la Institución Eucarística (cf. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20 y 1ª Co 11,23-27), y también en Justino (cf. san Justino Apología I, 65-67). Estas dos características: auditiva y visual, correspondientes a dos acciones básicas: oír y ver, son los dos polos principales de toda la fiesta cristiana. Así, hay liturgias que privilegian el oír (protestante) y otras que privilegian el ver (ortodoxa); en cambio, nuestra Iglesia Católica, que administra todos los medios de salvación disponibles, privilegia las dos cosas: la palabra y el símbolo con la simplicidad, la sobriedad y la nobleza de la Liturgia romana.
Tomado de Prensa Cristiana Digital No. 3, junio 2008
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