Eran casi las cuatro y media de una tarde caprichosa, un día primaveral en medio del invierno, y desde arriba de un palco montado al frente de la Parroquia San Cayetano, en Ayacucho y Eguiguren, el sacerdote Miguel Guarascio puso voz estruendosa para azuzar a la gente que se había reunido para participar de la celebración del día del santo del pan y del trabajo. Las espigas eran una simulación, de un material extraño que pretendía ser una espiga de trigo, pero no. Los puestos ambulantes, muchos, las ponían en las manos de sus clientes a $10, aunque también se podía llevar una vela, a $5, y hasta una botella de agua mineral, de 1,250 cm3, rellena con “agua bendita”, a $3.
A la puesta en escena que es común cada 7 de agosto, cuando se celebra la festividad de San Cayetano, no le faltó nada: ni siquiera los vendedores de praliné, que habían reconvertido su oferta, y también comerciaban stickers del Sagrado Corazón, a $2. El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, que presidió la misa central –hubo seis a lo largo del día–, y encabezó la procesión que se inició a las 15.30, y que recorrió algunas calles del barrio San Roque, parafraseó la homilía que el papa Jorge Bergoglio envió a los fieles del templo de San Cayetano de Liniers, en Buenos Aires, y tomó los ejes centrales. Habló de la necesidad de superar el desencuentro, y también de ayudar al más necesitado.
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Es de esperar que el ejemplo cunda.!
ResponderEliminarLas palabras de SS, por lo sencillas, oradan men
tes y corazones...!!!