A diario, situaciones dramáticas vinculadas con el final de la vida nos tocan de cerca en la familia, el trabajo, la escuela o en los medios (que no sólo traen información, sino también acercan nuestras vivencias). Los seres humanos en una situación semejante experimentamos la llamada "dupla sufriente": la amenaza a la integridad de la persona sumada al agotamiento o la disminución significativa de los recursos internos y externos.
Esto derivará en un sufrimiento mayor o menor según las circunstancias biográficas, culturales, perceptivas y sociales. Sabemos, además, que aquellas personas en el final de sus vidas, y cuyo sufrimiento apresura el pedido por la muerte, son quienes están agobiados por síntomas físicos (dolor, fatiga, falta de aire?), síntomas psicológicos (depresión u otros), falta de apoyo social y/o preocupaciones existenciales (ser una carga para los demás, pérdida de control, desesperanza, preocupación por el futuro). La respuesta que existe hoy para prevenir ese sufrimiento, mitigarlo y promover la calidad de vida aún en situaciones de enfermedad o condición incurable, es la promoción y la implementación de programas de cuidados paliativos.
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