"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

17 de febrero de 2012

Mons. Domingo Castagna: "Cristo es el único Salvador de los hombres y, en consecuencia, Autor de la Paz. Es preciso que sea anunciado, por quienes deben hacerlo, con el testimonio de la santidad"



Homilía de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, para el VII Domingo durante el año (19 de febrero de 2012)
 

Marcos 2, 1-12
 
La salud y el perdón. La Liturgia de la Palabra, en esta celebración dominical, retorna a lo que fue tema de los domingos precedentes. La insistencia en vincular la sanación de la enfermedad con el perdón de los pecados da a entender que el hecho prodigioso es un signo transitorio; lo que debe prevalecer -por expresa voluntad de Dios- es el perdón de los pecados. Si no se llega a él es vana la curación de una enfermedad. La persona beneficiada por el don de la salud tarde o temprano volverá a enfermarse y morirá. En esta escena Jesús va directamente al perdón. Al comprobar la incredulidad de quienes objetan su potestad de perdonar los pecados, emplea, como prueba visible, el signo milagroso:”Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma ti camilla y vete a tu casa” (Marcos 2, 10-11).
 
La pretensión de ser dioses. El perdón de los pecados no constituye un alivio psicológico para quienes no soportan el peso abrumador de la culpa. Es una auténtica reconciliación con Dios, cuyo inconmensurable amor fue agraviado por la soberbia del hombre que pretendió y pretende ser el dios de sí mismo y del universo. La pretensión de desplazar a Dios, como referente absoluto del Universo, para situar allí al mismo hombre, califica esencialmente al pecado. Es “el pecado del mundo” que el Cordero de Dios vino a vencer, hasta su total extinción. La conversión, por lo mismo, es la decisión humilde de reubicarse como creatura en el universo creado por Dios. Sin duda Jesús, al perdonar el pecado - que solo Dios puede perdonar - reconcilia al pecador con el Creador y “Padre de nuestra vida” (Pablo VI). Es su misión; no ha venido sino para eso. Su enseñanza en parábolas lo confirma. Basta recordar la del Padre bueno - o hijo pródigo - para advertir que el regreso a los brazos paternos constituye la eliminación de tantos y tan graves pecados. La alegría, por el regreso humilde y confiado de su hijo, hace que el Padre no quiera oír el discurso doloroso del pobre muchacho, cuidadosamente preparado; lo abraza, lo besa y organiza una gran fiesta.
 
El perdón es reestablecer la amistad con Dios. La gravedad del pecado consiste en provocar la ruptura de amistad con Dios. El pecado distancia enormemente de Dios, hasta negar su existencia de Creador y Padre. El perdón consiste en restablecer esa amistad o reenamorarse de Dios. Estamos tan en la superficie que no nos satisface lo que no vemos con nuestros ojos y tocamos con nuestras manos. A Dios no lo vemos. Necesitamos la fe para saber que Él se nos hizo visible en Jesucristo y nos dio, de esa manera, la mayor prueba de su amor. Es el pensamiento del Apóstol Juan: “Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (1 Juan 1, 2). La gran devoción de los santos, a partir de la experiencia de Saulo convertido en Pablo, es Cristo crucificado. Su muerte trágica es la expresión del amor extremo de Dios por cada uno de los hombres. De allí proviene el desafío de ser santos que aceptan, con espíritu pronto y generoso, aquellos grandes seres.
 
La única contribución válida para la paz. El llamado a la conversión no responde a un proyecto proselitista. Consiste en presentar, como el Bautista lo ha hecho en su momento, al Cordero divino “que quita” ese pecado, única causa de los crímenes e injusticias, de las discriminaciones e irrespetuosas manipulaciones que agobian a tantos excluidos de nuestro desequilibrado mundo. Es la contribución válida y exclusiva para establecer la paz en las personas y en las comunidades. Cristo es el único Salvador de los hombres y, en consecuencia, Autor de la Paz. Es preciso que sea anunciado, por quienes deben hacerlo, con el “testimonio de la santidad”. Me refiero a los cristianos, quienes lo han aceptado en sus vidas por la fe.
 
Mons. Domingo S. Castagna, arzobispo emérito de Corrientes
 
Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo19.2.12

    Muy bueno todo lo ultimo que viene desarrollando Monseñor

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