"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

28 de enero de 2012

Mons. Domingo Salvador Castagna: "Es urgente que la predicación actual de la Iglesia vuelva a ser la presentación viva de la persona de Jesús"


Homilía (Sugerencias) de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, para el 4º domingo durante el año (29 de enero de 2012)
 

Marcos 1, 21-28
 
La autoridad de Cristo.
Marcos deja claro, desde el principio de su relato evangélico, para qué ha venido Jesús al mundo. El mismo Señor lo manifiesta de manera explícita al responder a quienes lo observan compartir la comida y bebida con los clasificados “pecadores”. Su misión es reducirlos a penitencia y constituirse en el perdón. Juan Bautista lo declara abiertamente ante sus discípulos: “Es el Cordero de Dios” –que “quita el pecado del mundo”– profesa la Iglesia en su liturgia eucarística. El perdón, suplicado durante generaciones, establece su alojamiento definitivo entre los hombres y restablece la paz. Es el don del Padre que, al darnos a su Hijo, expresa conmovedoramente su amor sin límites. Al mismo tiempo se constituye en el Maestro –que da por concluida la era de los profetas y sus escribas– y enseña “como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Marcos 1, 22). Estos últimos se desempeñan como repetidores celosos, librados a los errores de todo frágil repetidor.

El Mesías que profetiza Isaías.
La presencia de Jesús en la Sinagoga, como lugar donde la Palabra es habitualmente proclamada, manifiesta la intención de que el pueblo de la promesa entienda que Él es el cumplimiento y definitiva revelación histórica de la Palabra Eterna. Es oportuna la interpretación que el mismo Señor hace, en la sinagoga de Nazaret, al comentar la profecía de Isaías: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lucas 4, 21). No quiere eludir la grave objeción interpuesta por aquel pueblo a la insólita forma de su presentación. Mentalidad –muy semejante a la que exhibe nuestra sociedad– que no concibe a un Dios humanamente perdedor. En su mezquino universo el éxito va aparejado a la prosperidad económica y a la eliminación del enemigo. ¡De qué manera escandalosa se presenta este Mesías, profetizado por Isaías! Aquel pueblo, formado por siglos en una esperanza triunfalista, repudia lógicamente al joven galileo: pobre, de humilde procedencia, sin cultura rabínica y profeta solitario. ¿No persiste hoy la misma idea del logro de la felicidad? No obstante Dios sigue presentándose como entonces: con la Cruz como perspectiva y el amor, así expresado, como reconstructor de la vida humana.

Presentación viva de la Persona de Jesús.
Es preciso volver a Quien es la Palabra viva y posee auténtica autoridad para hacerse entender. Quienes intentan competir con Él son reducidos a la mediocridad de inhábiles repetidores, como son los escribas de su tiempo. Permanece ahora entre nosotros, ya resucitado, para que no cometamos el error de confundirlo con la palabra vacía de los actuales escribas, que aparecen valiéndose de la ingenuidad e ignorancia de una mayoría silenciosa. ¿Qué alternativa nos queda? ¿A quien acudir? ¿Al amparo de qué doctrina o institución religiosa hallaremos una respuesta clara y definitiva? La misma Iglesia es maliciosamente cuestionada como garante de la doctrina que transmite. Es preciso y doloroso reconocer que muchos de sus miembros pierden contacto con Quien es la auténtica personificación de la Verdad: “Yo soy la Verdad”. Es urgente que la predicación actual de la Iglesia vuelva a ser la presentación viva de la persona de Jesús. Esa presencia constituye, por el hecho de la Resurrección, la revelación de la divinidad de quien es el Hijo Eterno de Dios. En Él termina la trabajosa búsqueda de los hombres, iniciada apenas contraída la falta original.

La espera silenciosa del mundo.
Quienes han sido bautizados, y no tienen conciencia de serlo, están silenciosamente esperando de su Iglesia la única oportunidad de iniciar o rehacer un encuentro personal con Quien otorga sentido a su vida bautismal. Para ello es preciso prestar atención al anuncio de la Buena Nueva - que constituye el contenido del Mensaje Evangélico - que la Iglesia debe transmitir a todos los pueblos. No podrá rehusarse a ello, aunque la persecución arrecie o el testimonio afronte el silencio dictatorialmente impuesto y el martirio. El siglo XX, y lo que va del XXI, exponen crónicas de numerosas muertes por la fe y de maliciosas campañas de descrédito.
 
Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes
 
Fuente: AICA

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