Estuvieron escondidos bajo tierra durante casi dos mil años. Los enterraron miembros de la comunidad esenia –una estricta secta judía a la que pudo haber pertenecido Jesús (*)– en el año 68 AC en once cuevas del desierto de Judea y a orillas del imponente Mar Muerto. Querían preservarlos de la amenaza que suponían los invasores romanos. Nadie supo de ellos hasta 1947, cuando dos primos y pastores beduinos los encontraron por casualidad, luego de tirar una piedra en una fosa y escuchar el ruido de un impacto extraño.
A partir de ese momento, se fueron encontrando más manuscritos, hasta alcanzar unos 800. Desde ayer, gracias a un acuerdo entre el Museo de Israel, que guarda los rollos desde 1965, y Google, cinco de los manuscritos están digitalizados ya un click de distancia desde todo el mundo.
(*) Hipótesis bastante popular pero poco fundamentada
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