"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

17 de septiembre de 2011

XXV Domingo ordinario. Ciclo A


Isaías 55, 6-9
Filipenses 1, 20c-24.27ª
Mateo 20, 1-16ª
 

«Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca» (Is. 55,6). Con estas palabras, el Profeta Isaías exhorta a sus contemporáneos y a cada uno de nosotros, a no dejar nunca  de buscar al Señor, de anhelarlo, pero sobre todo, nos exhorta a reconocer la presencia del Señor  «mientras esta cerca».
 
La cercanía de Dios se ha manifestado en la historia, sobre todo en la alianza que Él ha querido enlazar  con los hombres, a través del pueblo de Israel y quiso su vértice en el Misterio extraordinario e inesperado de la Encarnación del Verbo. El Padre nos envió a su Hijo para manifestarnos su Amor, su infinita Misericordia.
 
«Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes» (Is 55,9). Lo más lejano, lo más inimaginable para los hombres, Dios lo cumplió: se hizo hombre.
 
La Presencia del Salvador, muerto y resucitado, permanece en el tiempo a través del extraordinario Misterio de la Iglesia. Esta es  el Cuerpo de Cristo Resucitado, y unido a su Cabeza, continua la Obra de anuncio y de Salvación.  
 
Hoy el Señor «se deja encontrar» en la Iglesia: en su Palabra proclamada en la asamblea litúrgica, en el cuerpo viviente de los bautizados, en el agua viviente de los ordenados y sobre todo,  en su Santísima Eucaristía, en la cual la Presencia    humano-divina de Cristo Resucitado, permanece entre nosotros y  se nos dona continuamente. Queridos hermanos, estemos entonces sumergidos, en el Misterio de la Presencia de Cristo.
 
Del primado de Dios y del primado de la Eucaristía nace toda posibilidad de bien para la Iglesia y para la sociedad. La Eucaristía es la Verdad presente, de la cual surge cualquier otra verdad, sobre el hombre y sobre el mundo.
 
De frente a este Misterio, extraordinario y tremendo, resuena la voz del profeta: «Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva el Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar» (Is 55,7).
 
La Misericordia, de hecho, es la grande señal de la proximidad definitiva de Dios con los hombres; de la radical elección, que Dios ha hecho, de estar definitivamente de la parte de los hombres, contra el mal, contra el pecado y contra Satanás.
 
En este horizonte, en el cual vemos a Cristo, a la Iglesia y a los Sacramentos de nuestra Salvación, particularmente a la Eucaristía, el Señor «se deja encontrar» y «está cerca».

Quien hace experiencia de la proximidad de Dios, en el encuentro con Cristo, en la Iglesia, a través de los Sacramentos, puede decir como san Pablo:  «Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21).
 
«la vida es Cristo» significa reconocer que toda nuestra existencia consiste en Él, en el Señor Crucificado y Resucitado.
 
Pidamos la intercesión de la Beata Virgen María, que en esta semana hemos celebrado como María de los Dolores, para que nos acompañe, como acompañó a su Hijo, al mejor cumplimiento en nuestra vida, de la voluntad de Dios. Para que siempre, en esta vida terrenal podamos comportarnos «como dignos seguidores del Evangelio de Cristo» (Flp 1,27), capaces de alegrarnos porque «el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas» (Sal 144).
 
Fuente: Congregatio pro Clericis

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