"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

18 de julio de 2011

Mons. Aguer: "no hemos de guiarnos sólo por aquellas “sensaciones” más inmediatas y perceptibles, sino que debemos fijarnos también en las “sensaciones” espirituales fundantes de las cuales depende el futuro de la sociedad argentina"



Reflexión semanal de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa “Claves para un mundo mejor” (16 de julio de 2011)
 
En este año electoral algunos se preguntan cómo se orienta un cristiano ante el hecho de las elecciones. Un cristiano o cualquier persona de buena voluntad. Se me ocurre que podemos encontrar inspiración en un pasaje de la Encíclica “Centesimus Annus”, de Juan Pablo II.
 

Dice así: “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que por intereses particulares o por motivos ideológicos usurpan el poder del estado”. “Una auténtica democracia es posible solamente en un estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana”.
 
Mucha gente vota de acuerdo a una tradición ideológica o partidaria que ha heredado de su familia, aunque creo que cada vez son menos los ciudadanos que deciden de esta manera en su opción electoral. Otros se dejan abrumar quizás por la propaganda, que finalmente los convence: el que puede hacer más propaganda y una propaganda que invada todos los medios posibles de comunicación tiene alguna ventaja, porque siempre hay gente que se deja convencer.
 
Me parece que la mayoría de la gente calcula si está un poco mejor o un poco peor; finalmente, la cuestión se reduce a la situación económica personal y familiar. No se especula demasiado, porque no se pueden estudiar las estadísticas para establecer si el país ha progresado efectivamente, si además de crecimiento económico se ha avanzado también en el orden de un desarrollo integral. Actualmente se discute si hay más o menos pobres; desgraciadamente la pobreza se ha convertido en una realidad crónica en la Argentina que parece difícil de superar. Evidentemente influyen todas estas razones.
 
También hay algunos temas que, en un momento determinado, son o pueden llegar a ser decisivos. Por ejemplo, desde hace varios años, la inseguridad, o para decirlo mejor: la insoportable proliferación del delito. Se ha dicho que la inseguridad es una sensación; muy bien, si la gente siente fuertemente que el Estado no es capaz de custodiar vida y bienes de la población, trata de producir un cambio valiéndose del voto.
 
Asimismo, una persona informada o que observa con interés la realidad educativa nacional, advierte que el sistema educativo es un descalabro desde hace años y que las sucesivas reformas lo han empeorado; es lógico que aspire a revertir esa situación y examine qué fuerza política propone un proyecto razonable y no más ideología.
 
Todas esas causales pueden ser tenidas en cuenta. Sin embargo, en el texto que he citado, el Papa nos ofrece una visión más profunda. Dice que “una auténtica democracia es posible solamente en un estado de derecho y sobre la base de una verdadera concepción de la persona humana”.
 
Podemos ver en estas palabras una invitación a no fijarnos sólo y primeramente en el bolsillo, en la sensación de inseguridad o en otros temas que son sin duda importantes, sino también en cosas que son, quizás, menos clara o inmediatamente perceptibles pero que, a la larga, resultan decisivas en la configuración del carácter nacional.
 
Se refiere en primer lugar al estado de derecho. Es un llamado de atención sobre la importancia del bien común político, ahora bien, forman parte de este bien común político las instituciones de la República. El estado de derecho supone la división de poderes. Si en un contexto determinado el Poder Ejecutivo avasalla al Poder Judicial, el cual no puede gozar de una auténtica independencia, o si el Congreso se convierte simplemente en un eco de las decisiones del Ejecutivo, no se puede decir que estamos en un verdadero estado de derecho. Lo mismo se puede afirmar si cualquiera de los poderes del estado manosea la Constitución o si falta la necesaria seguridad jurídica. El bien común político es algo importante que debe ser tutelado, y su conservación y mejoramiento debería ser una aspiración que influya en la elección de los ciudadanos.
 
Luego el Papa habla de una recta concepción de la persona humana como base de una verdadera democracia. Este dato tiene que ver con la problemática cultural que se va imponiendo. La frase que he leído de la “Centesimus Annus” procede del capítulo de la encíclica en que el Papa habla de la relación del estado con la cultura.
 
Muchas veces, desde esta columna, yo he alertado sobre un proceso de transformación casi inadvertida de los paradigmas culturales, del modo de pensar y de sentir de la gente, que es provocado por la acción transversal de varias fuerzas políticas pero que se ha hecho sistemático en los últimos años y que va cristalizando en leyes contrarias al orden natural.
 
Lo que ha ocurrido el año pasado con la sanción de la ley del mal llamado matrimonio igualitario es un ejemplo que debe alertar. Ahora amenaza también, como un peligro inminente la legalización del aborto y los ideólogos encaramados en posiciones de poder aspiran a mucho más. Esta transformación inadvertida funciona de tal modo que la mayor parte de la sociedad se entera luego de que ha ocurrido tal o cual cosa que no responde a sus convicciones más profundas. Esto es algo que debe preocupar en el momento de emitir el voto.
 
Cualquiera de ustedes me podría argüir: ¿cómo nos enteramos de lo que piensan los candidatos? En las listas para diputados, por ejemplo, tanto para el Congreso nacional como para las legislaturas provinciales uno tiene que votar a gente que no conoce. ¿Y qué piensa esa gente? Los partidos políticos antes se preocupaban mucho por exponer sus plataformas, pero me parece que hoy día ya no ocurre así. Es éste un problema muy serio, una grave deformación de la democracia; la ausencia de un debate claro favorece que los ciudadanos sean solicitados como clientes a ciegas de un mercado electoral.
 
Mi intención al evocar la enseñanza de Juan Pablo II ha sido sugerir que no hemos de guiarnos sólo por aquellas “sensaciones” más inmediatas y perceptibles, sino que debemos fijarnos también en las “sensaciones” espirituales fundantes de las cuales depende el futuro de la sociedad argentina.
 
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
 
Fuente: AICA

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