Texto del micro radial de monseñor José María
Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (28 de mayo
de 2011)
La misión del Espíritu Santo es la fuerza que nos constituye en Iglesia
y nos anima apostólicamente. Lo importante siempre es la obra de Dios en
nosotros, ella necesita, sin embargo, de nuestra apertura para dejarnos guiar
por él. Dios en nosotros sería la mejor definición de Iglesia; “Cristo en
ustedes” nos diría san Pablo. Esto tiene su fundamento en el mismo Jesucristo
que nos ha dejado su proyecto de vida como gracia a través de la obra del
Espíritu Santo.
Un Evangelio que no se haga vida en nosotros por el don del Espíritu de
Dios, puede quedarse en una doctrina más pero no llega a transformar nuestras
vidas. El cristianismo es una Palabra, mejor dicho, es el Evangelio hecho Vida.
Este domingo la liturgia nos habla del desarrollo de la vida cristiana en la
primera comunidad y, a través de ella, de su presencia en el mundo.
En los Hechos de los Apóstoles siempre aparece en primer lugar la
predicación del Evangelio y junto a él la comunicación del Espíritu Santo. No
se predicaba una doctrina, se predicaba el inicio de una Vida Nueva. ¿Cómo se
trasmitió esta presencia del Espíritu a los fieles para hacer realidad el
Evangelio? La respuesta es Pentecostés. “No los dejaré huérfanos, ya les había
dicho el Señor, volveré a ustedes” (Jn. 14, 18); este primer volver se cumplió
en Pentecostés.
Hoy esta misma realidad se sigue comunicando en la Iglesia a través de
su Palabra y los Sacramentos, en especial del bautismo, la confirmación y la
eucaristía. Aquí radica la fuerza y la identidad del cristiano; esto no lo saca
del mundo, por el contrario, lo fortalece para estar en el mundo. El lugar del
laico es el mundo, pero desde la riqueza de esa Vida Nueva que ha recibido. Él
debe ser sal y luz para el mundo. Esta es su vocación y responsabilidad.
Al hablar de la espiritualidad de los laicos, el Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia nos dice: “Los fieles laicos están llamados a
cultivar una auténtica espiritualidad laical, inmersos en el misterio de Dios e
incorporados en la sociedad” (n° 545). Dios o el mundo no es una opción para el
laico, sino una relación en la que está llamado a vivir. Por ello, va a
concluir que su espiritualidad: “rehuye tanto de un espiritualismo intimista
como de un activismo social y sabe expresarse en una síntesis vital que
confiere unidad, significado y esperanza a la existencia”.
Como vemos no se trata de vidas paralelas, una religiosa con sus
creencias y prácticas y otra secular con sus propias normas ajenas a los
principios del Evangelio. Un signo de madurez laical es la coherencia entre su
vida de fe y su compromiso familiar, profesional, social como político. La
síntesis alcanzada entre vida y fe determina el nivel de una vocación laical,
que la convierte en una presencia viva del mensaje de Jesucristo.
Valorando el testimonio de tantos laicos que viven con generosidad y
coherencia su vocación cristiana en el mundo, les hago llegar junto a mi afecto
y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Santísima.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa
Fe de la Vera Cruz
Fuente:
AICA
LA MADUREZ LAICAL, ES LA SUMA DE TODO LO QUE DICE
ResponderEliminarMONS.ARANCEDO. LAMENTABLEMENTE CON LA DESINTEGRA-
CION DE LA FLIA., MUCHOS DE ESTOS VALORES SE HAN PERDIDO, POR ESO... ESTAMOS COMO ESTAMOS.!
ETELVINA