"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

2 de junio de 2011

Mons. Giaquinta: "amar a Jesucristo por sobre todo"



Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para el 6º domingo de Pascua (29 de mayo de 2011)
 
Jn 14,15-21
 

I. “SI USTEDES ME AMAN…”
 
1. El Evangelio según Juan es de una riqueza desbordante. Son muchas las claves para abrir su tesoro: fe, luz, vida eterna, verdad, amor… Esta última palabra recorre todo el Evangelio. Uno no atina con qué frase de Jesús quedarse para saborearla: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes” (Jn 15,9). “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,12-13).
 
2. El amor que pregona Jesús no tiene límites, y se expande en todas las direcciones: del Padre hacia el Hijo y a todos los hombres; del Hijo hacia el Padre y hacia nosotros. Pero la lectura de hoy se refiere especialmente al amor que Cristo espera de nosotros: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos… El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,15.21). Estas palabras de Jesús dichas en la cena, anticipan en cierto modo las que le dirá a Simón Pedro después de la resurrección: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas…?” (21,15-17).
 
II. “… CUMPLIRÁN MIS MANDAMIENTOS”
 
3. El amor necesita ser dicho. ¡Cómo sufre la mujer a quien su marido nunca le dice una palabra de amor! Pero las palabras pueden ser mentirosas. Al amor hay que expresarlo con las obras. Estas muestran su autenticidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos” (v.15). Como dice el refrán: “Obras son amores y no bellas razones”. San Juan lo dijo mucho antes: “Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18). No dudamos del amor de una madre que pasa la noche junto a su hijo enfermo. Tampoco del amor de Cristo a nosotros. Él nos amó cuando todavía éramos sus enemigos. ¡Y a qué punto! Hasta dar la vida por nosotros: “Este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados… Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4,10.19).
 
III. “SIMÓN, HIJO DE JUAN, ¿ME AMAS?”
 
4. El amor en el Evangelio es como una piedra tallada con muchas facetas, cada una de las cuales despide un brillo especial. Pero el Evangelio de hoy quiere concentrarnos en nuestro amor a Jesús, muerto por nuestros pecados y resucitado para darnos la Vida. De allí la insistencia de Jesús: “Si me aman…”. A Simón Jesús le preguntó: “¿me amas más que éstos?” (v.15). En el sermón misionero, un pasaje de San Mateo que corresponde al domingo 13º durante el año, Jesús nos da a entender que el amor a él no está reñido con ningún otro amor legítimo, pero ha de estar por encima de todos ellos: “El que ame a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37).
 
5. Podríamos hacer una letanía de nuestros legítimos amores, mundanos y religiosos. Todos deben hacer de trono a nuestro amor a Jesús. El amor a nuestra salud, a nuestra familia, a nuestro trabajo, a la gente que tratamos en nuestra profesión, a la sociedad civil en que vivimos, a la comunidad cristiana a la que pertenecemos, a nuestro apostolado, al puesto que ocupamos en la Iglesia, a los santos del cielo… Nada puede desplazar el amor a Jesús. No hay peligro alguno de que él nos haga perder algún amor legítimo. Al contrario, incluso cuando dejamos un amor por él, volvemos a reencontrarlo en él perfeccionado. De lo contario ponemos en peligro nuestra felicidad, terrena y eterna.
 
IV. AMAR A LOS SANTOS, SEGÚN EL SENTIR DE LA IGLESIA
 
6. Andando por la República y por América Latina, al observar algunas devociones populares, a veces me surgen serias dudas sobre si siempre el cultivo de las mismas es conforme al sentir de la Iglesia. El Concilio Vaticano II nos ha dado orientaciones preciosas sobre el amor a los santos: “Es sumamente conveniente que amemos a estos amigos y coherederos de Cristo, hermanos también nuestros; que rindamos a Dios las gracias que debemos por ellos; que los invoquemos humildemente… Todo genuino testimonio de amor que ofrezcamos a los bienaventurados se dirige, por su propia naturaleza, a Cristo y termina en Él, que es la corona de todos los santos, y por Él va a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es admirado” (Lumen Gentium 50). Hubo un tiempo en que se quiso entrar a machaca martillo contra todo tipo de devoción a los santos, sin darnos cuenta que con ello se hería la obra redentora de Cristo en la humanidad. Pero ¿no vuelven a suceder hoy los abusos contra los que quiso prevenir el Concilio? Este “exhorta a todos aquellos a quienes corresponde para que, si acá o allá se hubiesen introducido abusos por exceso o por defecto, procuren eliminarlos y corregirlos, restaurando todo de manera conducente a una más perfecta alabanza a Cristo y a Dios. Enseñen, pues, a los fieles que el verdadero culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de actos exteriores, cuanto en la intensidad de un amor activo” (LG 51).
 
Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
 
Fuente: AICA

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